Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1995) D. Francisco Muñoz López

 

Cartel  de Sacramento Ramos

 


 

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE ANTEQUERA

 

 

PRONUNCIADO LA MAÑANA DEL DÍA 2 DE ABRIL DE 1.995 EN LA COLEGIATA DE SAN SEBASTIÁN

 

POR

 

 

D. FRANCISCO MUÑOZ LÓPEZ

 


 

Datos biográficos de D. Francisco Muñoz López

Francisco Muñoz López nace en Antequera el 28 de Agosto de 1.932, hijo del propietario y recordado Directo de El Sol de Antequera  D. José Muñoz Burgos y de Dª Isabel López.

 

Estudia sus primeras letras con uno de los recordados y destacados maestros de aquella época, D. Francisco Catena, pasando por el Colegio de María Inmaculada y el Instituto Nacional “Pedro Espinosa”.

 

Se licencia en Medicina por la Universidad de Granada, especializándose en Pediatría y concretamente en Alergología e Inmunología.

 

Se casa con la antequerana, María Teresa Alcaide García, teniendo seis hijos. En el año 1.968 fija su residencia en Barcelona, donde se desarrolla profesionalmente, aunque no pierde el contacto con su tierra, Antequera, que visita en vacaciones y fechas locales destacadas.

 

De su curriculum profesional destacamos: Licenciado en Medicina y Cirugía, Doctor en Medicina y Cirugía, Medico Puericultor, Especialista en Pediatría y Puericultura y Especialista en Alergología; habiendo sido Jefe del Servicio de Inmunología y Alergia Pediátrica del Hospital Clínico de Barcelona, Profesor Asociado de Pediatría de la Facultad de Medicina en la Universidad de Barcelona. Miembro de la Comisión Nacional de Alergología, por el Ministerio de Sanidad y Consumo y Director de la revista “Allergologia et Immunopathologia”.

 

Ha intervenido en la Dirección de diversas Tesis Doctorales; publicando diversos libros entre ellos: Asma bronquial infantil, Alergia a hongos, Patología alérgica en la Edad infantil, El libro de la madre y el niño. Interviene en Conferencias, Ponencias, Comunicaciones y Reuniones tanto nacionales como extrajeras. Ha sido, Fundador y primer Presidente de la Sección de Inmunología Clínica y Alergia de la Asociación Española de Pediatría; Presidente del Capítulo de Europa del Oeste de International Association of Asthmology (Interasma), Delegado por España en la Asociación Latinoamericana de Alergóloga Pediátrica, etc.

 

Este es parte del extenso curriculum del Pregonero de la Semana Santa de Antequera de 1.995.

 


 

PREGÓN

Decir que agradezco la invitación para pronunciar este Pregón, puede parecer, y de hecho lo es, un tópico. Más que agradecer quiero expresar una íntima satisfacción que como antequerano, algo desligado físicamente, que no anímicamente, de mis raíces, ha supuesto para mí esta oportunidad que tan amablemente me ha brindado mis queridos amigos miembros de la Agrupación de Cofradías, y en su nombre mi colega el doctor Julio Matas. Repito, íntima satisfacción, porque es para mí la gran oportunidad para reencontrarme con amigos, paisanos y sobretodo con Antequera y su incomparable Semana Santa, de la que tantos años he estado ausente. En definitiva, esto es un encuentro conmigo mismo y de ahí que para mí este Pregón tenga un especial significado.

 

No obstante, ustedes lo comprenderán, para mí supone un esfuerzo especial. Parafraseando el conocido soneto de López de Vega, diré que “un Pregón me manda hacer Julio Matas, en mi vida me he visto en tal aprieto”, porque yo no soy orador literario, mis charlas son científicas, de medicina y de mi especialidad. Me va a costar trabajo encontrar las palabras bonitas, las frases floridas, decir cosas nuevas. Mis ilustres predecesores, en su mayoría personalidades del mundo de las letras, han dicho las frases más hermosas, han desgranado infinidad de alabanzas adjetivadas de la manera más acertada y sublime, han derrochado conocimientos históricos y bíblicos. En fin, un duro camino que me queda recorrer, con estos antecedentes, pero les aseguro que en mi empeño he puesto mi mejor voluntad y que la emoción me embarga al pronunciar estas palabras, que además las quiere ofrecer como homenaje a mis progenitores. Mi padre, antequerano de pro, enamorado de su ciudad y, como no, de sus tradiciones, sublimadas en lo que ahora celebramos, la Semana Santa. Mi madre, poetisa en la sombra, amparada por un pseudónimo, Myriam, pues su modestia no le permitió firmar con su nombre. De los dos he recibido lo mejor que yo puedo tener y de ambos me aprovecho en esta ocasión, de mi padre por sus numerosas publicaciones sobre el tema que me ocupa y de ella, haciendo uso de algunos de sus poemas, que con toda intimidad, con toda devoción y con su cariño hacia esta Semana Santa, dedicó a diversos aspectos de la misma. De ella y de otros son las poesías que voy a citar.

 

Es aquí donde quiero agradecer a diversos cofrades su amabilidad, proporcionándome publicaciones recientes y muy valiosas, sobre aspectos de los que voy a tratar, así como haberme mostrado de cerca  imágenes y complementos que, por ser una aportación de los últimos años, yo no había tenido la oportunidad de conocer.

 

Empezaré evocando mis recuerdos sobre esta Semana Santa, vividos en mi niñez y, sobre todo, en mi adolescencia. De la niñez temprana recuerdo mi primera experiencia como “campanillero”. Lo fui de la Virgen del Socorro. En aquella ocasión, por la edad, sujeto pasivo, que se dejó hacer todo lo que quiso la madre amorosa, empeñada en tener un hijo campanillero de la Virgen. A esta figura de nuestras procesiones, ella le tenía un especial cariño, de tal forma que bordó en oro, en tamaño reducido, toda la vestimenta con la que vistió un muñeco que durante años estuvo expuesto.

 

Más tarde, mi empeño fue ser “celador” de la Virgen de la Paz. Pero hay que hacer camino antes de llegar a este puesto de responsabilidad, así que pasé por ser penitente, podemos decir “raso”, después se me concedió la “campanilla” y por último conseguí la “pértiga”, después de no pocas súplicas a Don Ricardo Talavera. En aquella época, algunas familias parecían ser poseedoras de las cofradías, con toda certeza porque su amor hacia las mismas y, sobre todo, a “sus Vírgenes”, les hacía identificarse con ellas. No es necesario citar apellidos, pues en la mente de todos están las familias más ligadas a cada cofradía. No sé si ahora ocurre lo mismo, aunque lo que observo es que los apellidos cambian, y que un mayor número de personas está comprometido en este quehacer. Advierto que no creo que esta identificación familiar sea mala, salvo que se maximalice la idea de la posesión, ya que la dedicación de estas familias a la cofradía era de tal intensidad, no desprovista de cierta rivalidad, que hacía que una buena parte de su tiempo las dedicaran a mejorar lo que estaba en sus manos, que en aquellos difíciles años cuarenta o cincuenta, era bien poco.

 

Ahora creo que aunque no haya esa posesión familiar sí hay grupo más heterogéneos de personas entusiastas, dispuestas a que nuestra Semana Santa no sólo se mantenga, sino que cada vez sea más vistosa, más importante y, lo más deseable, más íntima, más edificante, que domine la religiosidad y el encuentro con la fe dándole el verdadero significado que debe tener esta “Semana de Pasión”, el encuentro con Cristo y su doctrina. Por eso la actividad de esos nuevos cofrades no se centra exclusivamente en “sacar las procesiones” sino que trasciende de esta semana y amplía sus actividades, con ese carácter religioso y también cultural, sin perder de vista la orientación cofradiera.

 

En mi juventud también tuve una experiencia entrañable, que fue el contribuir al nacimiento de una Cofradía. Amparados por el enorme entusiasmo de Pepe Moreno Gutiérrez, un grupo reducido de jóvenes de Acción Católica, de San Sebastián, logramos poner en marcha, muy modestamente “la Pollinica”, es decir la Cofradía de Nuestro Señor a Su Entrada en Jerusalén” con un único paso entonces. Tan modestamente, que las primeras túnicas de “hebreos”, entonces todas blancas, se confeccionaron por cuenta de cada uno de los usuarios.

 

Como último recuerdo de aquella época, algo que no sé si persiste, pero que tengo como peculiar de Antequera, es el de las precesiones que organizábamos los niños, la semana siguiente de las “oficiales”, con pequeños tronos e imágenes, que niños empeñábamos en hacer recorridos similares, por el centro de las calles cuando nos dejaban, pero en las que se ponía el mismo entusiasmo y ganas de hacerlo bien, yo diría, parangonando el argot futbolístico, como siendo la “cantera cofradiera” para los equipos de futuro.

Lo que acabo de decir ya es algo que distingue nuestra, diremos, post Semana Santa. Pero siendo esto una pura anécdota, hay que reconocer que nuestras procesiones tienen unas características propias, que las diferencia de las demás. Y es en esto en lo que hay que persistir, hay que destacar aquello que les da personalidad.

 

Cada región de España, cada ciudad celebra estas fiestas de forma particular, a veces tan espectacular y en mi opinión, tan fuera de lo común, como la tamborilada de Calanda o esa especie de justas caballerescas de alguna ciudad próxima a nuestra región. Destacable la sobriedad de las procesiones de Castilla o la impresionante representación de la pasión en algunas ciudades, y en este momento no puedo olvidar la Cataluña donde vivo y a la que amo. Es enormemente emotiva la Pasión que viven allí algunos pueblos, entre los que quiero destacar uno pequeño llamado Verges, en el que la figura de la muerte, bailando al compás del sonido seco del tambor, precede al Cristo, que recorre las calles del pueblo en una representación real y estremecedora.

 

Pero Andalucía es alegre y esta alegría está presente en todas sus manifestaciones y en Semana Santa sabe aunar la religión, el dolor, el sentimiento y la alegría. Por esto las imágenes se visten y se adornan, los pasos se llenan de flores y de luz, sus servidores se visten de bordados, hay bullicio, música y desfiles militares..., pero al mismo tiempo hay penitentes anónimos descalzos, se reza en silencio o se reza con una saeta, se jalea a las imágenes y todo esto no es sino una forma de manifestar un sentimiento, sentimientos íntimos que se exteriorizan y esto es parte del espíritu del pueblo, el pueblo andaluz que tiene formas propias para manifestarse.

 

Antequera también tiene sus formas propias. Aunque para quien, mal conocedor, contemple a distancia la Semana Santa andaluza, no sabrá apreciar las diferencias que hay entre unas y otras ciudades, nosotros bien sabemos que “somos distintos” porque, por ejemplo, ¿dónde hay una “Vega”?

 

¡A la Vegas, a la Vega! Es grito que resuena en nuestras calles después de la medianoche, por la cuesta de Santo Domingo hasta el Portichuelo y por la cuesta de Archidona, cuando los hermanacos parecen cansados, pero todavía sacan fuerzas para subir corriendo tan empinadas cuestas. Y yo me pregunto ¿no es esto sacrificio, no es esto amor al Cristo o a la Virgen que portan sobre sus hombros? ¿acaso no es esto una forma de manifestar un sentimiento religioso mediante el ofrecimiento del dolor físico, del cansancio?

 

Pero ¿de dónde viene esto de la Vega? Un ilustre antequerano, José Ruiz Ortega, nos lo cuenta detalladamente. Proviene, como no, de la historia de la conquista de la ciudad por el Infante Don Fernando. La Victoria definitiva  llegó gracias a la arribada de las tropas mandadas por el propio Infante y llevando procesionalmente la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, cuando los árabes, en el Portichuelo, viéndose perdidos emprendían la huida y la tropa le retaba a bajar “a la vega”, es decir, al llano, para luchar. Es posible que este sea el origen de la exclamación y de esta costumbre, aunque nunca se sabe lo que es historia o lo que es leyenda.

 

Tan peculiar es nuestra expresión semanasantera, que hasta tiene vocablos propios. Uno de ellos es “armadilla”, no expresado en ningún diccionario, hasta que, confío yo, un antequerano ocupe sillón en la Real de la Lengua. En palabra de mi progenitor, “armadilla”, en femenino, se dice del conjunto de penitentes, tarjeteros, campanilleros, hermanacos y demás elementos que forman con cada paso en una procesión antequerana. En masculino, “un armadilla”, es cualquier de los componentes de una armadilla. Pero lo que más distingue a la armadilla es su desfile, previo a la salida de los pasos, que se hace de forma ligera y ordenada, ambos hechos de agradecer, pues esto permite contemplar el conjunto de lo que, con propiedad, podría llamarse el “cuerpo procesional”.

 

Otra palabra que tenemos en exclusiva, es la de hermanaco. En raros lugares los pasos procesionales van a hombros y posiblemente en ningún otro lugar, se apoya en las “horquillas” (por esto también los hermanacos son “horquilleros”) cuando se hace un descanso.

 

El paso procesional es pesado, por lo que el hermanaco ha de ser recio, fuerte, curtido y, sobre todo, amante de lo que soporta y lo que ello representa, es decir, requiere una gran devoción. La transmisión familiar del puesto de hermanaco hace que no sea fácil improvisar y que haya que tener solera para conseguir el puesto, sobre todo para las cofradías de más tradición y los pasos más pesados. Sobre ellos va a recaer “la vega” y eso tiene “miga”, hay que ser muy hombres.

 

Pero estos hombres no van solos, sino que los capitanea el hermano mayor de insignia, que si bien tiene equivalentes en otras ciudades, en Antequera tiene la particularidad de que viste ricamente, con túnica y capirote bordados en oro y plata y porta la pértiga con la insignia de la Cofradía, de los mismos metales.

 

La misma riqueza y vestimenta similar lleva otra figura también propia de nuestras tradiciones a la que me referí antes, el “campanillero” niño.

 

Todas estas riquezas, como las que portan también los tarjeteros, estandartes y los mismos pasos, no son sino consecuencia de rivalidades, que provienen de tiempos inmemoriales, en que los cofrades se esforzaban en superar el esplendor de su procesión, sobrepasando la riqueza o los alardes de sus competidores. Es por esto por lo que en este momento Antequera puede lucir el esplendor de unos pasos y un cuerpo procesional tan diferente de los demás y de gran categoría. Creo que, gracias a Dios, ya están superadas esas exageradas rivalidades que sin duda sobrepasaban la religiosidad que debe imperar en la Semana de Pasión, y en la actualidad los cofrades tienen otras miras.

 

Muchas personas intervienen en los desfiles procesionales, pero su labor o su presencia pasa casi desapercibida, porque apenas se les ve, pero son piedra fundamental. Yo pienso en el amor que pone la “camarera” que arregla al Cristo o viste y adorna a la Virgen. Seguro que cada pliegue de la túnica o del manto, cada detalle se estudia con especial primor, no hay nada improvisado ni dejado al azar. Yo quisiera poder percibir y valorar la emoción que esas mujeres sienten en esos momentos, seguro que su corazón late deprisa y fuerte, por el amor que sienten y por el empeño que todo quede bien, pues saben su responsabilidad, que “sus Cristos y sus Vírgenes” van a ser el blanco de todas las miradas.

 

Hay otras muchas personas en la sombra que colaboran al esplendor, desde quien corta y coloca las flores, quien prepara los tronos, viste al hermano mayor o, borda, repara o limpia un manto. Pero entre todas ellas destaca, yo diría, la figura más genuina, la que da sentido a la Semana Santa, la más meritoria: la del Penitente, penitente con mayúscula, la del que va a hacer penitencia, que puede estar envuelto en la túnica del “hermanaco”, bajo el capirote de nazareno, o detrás del paso. Hay quienes van descalzos, quienes portan “cilicios” que no se ven, pero ¡qué duelen!. Unos cumplen penitencias, otros piden favores  ¡muy grandes tienen que ser los favores y muy grande el fervor para soportar tanto dolor!

 

Hay quien cumple promesas haciendo lo que sabe, cantando una saeta:

 

¡Señor...!

Ya cumplí mi promesa;

yo no sé rezar

ni sé que he de hacer

en la iglesia

¡pero se cantar!

Yo puse el calor de mis venas

y canté ¡una sola...!

...¡¡y con el alma entera!!

(Isabel López)

 

y también hay quien suplica por la vida de un hijo:

 

En la noche silenciosa

se ha quebrado una saeta:

es la súplica de un alma

que está muriendo de pena,

porque a su hijo querido

los ángeles se le llevan.

(Isabel López)

Llama la atención la casi ausencia de personajes secundarios en los pasos de la Cofradías de Antequera. En otros lugares, se escenifica la Pasión de Cristo mediante pasos procesionales que desfilan siguiendo, por lo general, un orden cronológico, según nuestro conocimiento histórico de lo que aconteció. Escenas como la Santa Cena, el prendimiento o el encuentro con María, o figuras como la Magdalena, Pilato, José de Arimatea y otras más, son habituales en muchas poblaciones. Por el contrario, en Antequera falta esta iconografía. Aquí la imagen de Cristo es casi exclusiva y la cruz a cuestas y los crucificados han sido siempre el objetivo central, aunque no el único de nuestras Cofradías; no se ha querido desviar la atención con otras escenas o personajes, para no perder de vista el verdadero “protagonista” de esta conmemoración, que con la crucifixión llegó a la sublimación de su dolor.

 

La Virgen es figura, podríamos decir, “pasiva” en la Pasión, pero principal por ser la madre de Jesús. Es la que sufre en silencio, ella no aparece en el relato de la Pasión más que en el momento que se encuentra con el Hijo (IV Estación del Vía Crucis): “¡Oh vosotros, cuantos por aquí pasáis. Mirad  y ved si hay dolor comparable con mi dolor!”, y también al final cuando el hijo ya está en la cruz.

 

El pueblo, todos nosotros, nos identificamos en gran manera con la Virgen, con su Mayor Dolor y sus Dolores, en plural, su sufrimiento. Precisamente por esa su Soledad, el ser la figura “pasiva” que he dicho, infunde Piedad, se le quiere dar Consuelo, pero al mismo tiempo como sabemos que es nuestra Esperanza, nuestros Socorro, le pedimos Paz. Por esto nuestras “vírgenes” tienen todos estos nombres, pero todos se sintetizan en una “Nuestra Señora”, la Reina, y la identificamos con nuestra madre que es “vida y dulzura”, la “esperanza nuestra”.

 

Hace año y medio, por motivos profesionales, tuve la gran suerte de visitar Jerusalén. Sólo los que hayan tenido la misma fortuna podrán comprender la emoción que se siente al recorrer los “Santos lugares” y en especial la “Vía dolorosa”, que además, figura así, en español, en las esquinas de las calles. Y ello a pesar de que, como nos advierten, “lugar santo” no es, materialmente el lugar por donde Jesús ha caminado, sino un lugar donde la Iglesia venera un misterio de la vida de Cristo, un lugar santificado por la oración de los creyentes. Solamente unos pocos lugares gozan de mayor probabilidad de ser auténticos, como la torre Antonia o el lugar llamado “litóstrotos”, pues debe recordarse que la ciudad ha sufrido múltiples invasiones a lo largo de los siglos, por las legiones romanas, otomanos, árabes, cruzados, que han destruido y edificado según sus creencias o intereses.

 

Por esta mi emoción sentida y por el paralelismo que la conmemoración de la Pasión debe tener con esta “Vía dolorosa”, me va ha permitir que esta entrañable experiencia me allane el camino que a continuación voy a recorrer.

 

Tuve la inolvidable emoción de bajar por el sendero que cruza el valle de Cedrón, en las afueras de Jerusalén, por donde cada año se inicia la Semana Santa por los cristianos que allí viven o peregrinan, que portan “lulav” o ramas de palmera y entran a la ciudad santa por la puerta del León o de San Esteban: “Y las gentes que iban delante, y las que iban detrás, aclamaban diciendo ¡hosanna al hijo de David! ¡Hosanna en las alturas! (Mateo 21, 9)” “Cuando próximos ya a Jerusalén, llegaron a Betfagé, junto al monte de los olivos, envió Jesús a dos discípulos, y les dijo: Id a la aldea que está enfrente y luego encontrareis una borrica atada y con ella al pollino; soltadlos y traedmelos, y si algo os dijeren, diréis: El Señor los necesita, y al instante os lo dejarán”. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta: “Decid a la hija de Simón: He aquí que tu rey viene a ti, manso y montando sobre un asno”.

Este es el comienzo procesional de nuestra Semana Santa. Ya dije que, por mi colaboración a la creación de la Cofradía de la Pollinica, por mi juventud más entusiástica que material, siento un gran cariño por ella. Además, de su primera salida se cumplen precisamente hoy, dos de abril, cuarenta y cinco años, y esto coincide además con mi onomástica.

 

Siguiendo la cronología, la Cofradía añadió años más tarde el paso de la Oración en el Huerto. Para mí es éste uno de los hechos más emotivos y llenos de significado en la Pasión del Señor. Jesús se encuentra solo con la amargura de su destino, sus más queridos discípulos, Pedro, Santiago, Juan, que le acompañan, se abandonan al sueño, no siendo conscientes de la trascendencia de los hechos que empiezan a vivir. Jesús les había dicho “permaneced aquí y velad”, mientras Él oraba: “Abba Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz, mas no sea lo que quiero, sino lo que quieras tú”. Vino y los encontró dormidos, y dijo a Pedro: “Simón ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está pronto, mas la carne es flaca”.

 

Muy próximo a la ciudad vieja de Jerusalén, cerca del valle de Cedrón, hay un templo, la Basílica de la Agonía o de las Naciones, construida en este siglo sobre las bases de una iglesia erigida por los bizantinos y por los cruzados, en cuyo interior se encuentra la roca donde la tradición sitúa la escena anterior. Junto al templo, en el huerto de Getsemaní (que significa molino de aceite), los olivos milenarios, testigos de la traición de Judas, mantienen su vitalidad, renovando los retoños de año en año. Hay que ser poco sensible para no sentir en este lugar un especial sobrecogimiento, por la belleza de los viejos olivos y la evocación de los hechos que allí se desarrollaron.

 

Traspasada la puerta del León, ya en la ciudad vieja, nos encontramos con dos lugares, cuya autenticidad parece muy probable, como ya dije antes, son la torre o fortaleza Antonia y el Litóstrotos. Aunque nuestra Semana Santa no tenga ninguna referencia al primer lugar, por su significado debo mencionarlo, pues fue allí donde la tradición sitúa el palacio de Pilato, por consiguiente es el lugar en que se confirmó la sentencia. Pilato, tras haberse lavado las manos, pronunció estas palabras: “Yo soy inocente de esta sangre, vosotros veáis”, a lo que el pueblo contesto: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mateo 27, 24-26). En la actualidad, sobre las ruinas de la fortaleza, existe un antro de mercaderes, donde a veces, doy fe que suceden cosas extrañas.

 

Frente a la fortaleza, separado por una estrecha calleja, se encuentra el Litóstrotos, formando conjunto con la Capilla de la Condenación. Es un lugar sobrecogedor, que infunde un gran respeto, pues fue allí donde Jesús sufrió el mayor escarnio al ser cruelmente maltratado por la soldadesca, por el dudoso gesto de Pilato para tratar de salvarle de la muerte. En palabras de Mateo (27, 27-31) “Entonces los soldados del procurador, tomando a Jesús le condujeron al pretorio ante toda la cohorte, y despojándole de sus vestidos le echaron encima una clávide de púrpura y, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en una mano una caña; y doblando ante Él la rodilla, se burlaban diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!. Escupiéndole, tomaban una caña y le herían con ella en la cabeza. Después le quitaron la clávide y le pusieron sus vestidos”. “Seguidamente salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto púrpura y Pilato dice a la turba “Aquí tenéis al hombre -“Ecce Homo” - “y la respuesta fue “¡Crucifícale, crucifícale!”.

 

En el Litóstrotos se conserva el enlosado de piedra en el que se pueden ver gravados diversos juegos con los que los soldados entretenían su ocio en el mismo lugar en que parece que ocurrieron los hechos citados. En una parte de la Capilla de la Condenación se encuentra el arco del “Ecce Homo”, que se conoce como Basílica del Ecce Homo. En los sótanos hay diversas dependencias que pudieron ser prisión de condenados.

 

¿Se imaginan la íntima emoción, el íntimo estremecimiento, el dolor que sentiría Andrés de Carvajal cuando con la gubia, el formón y el martillo cincelaba el rostro del Cristo del Mayor Dolor?

 

“¡Tu Mayor Dolor, ¡oh Cristo!

se parece a mi dolor;

por eso, cuando te he visto...

¿de quién puede ser mi amor?!

(anónimo)

 

¿Han visto ustedes una expresión más real, la perfección de un rostro, que infundan más devoción? La originalidad de esta imagen en la que Jesús se presenta caído, con una postura real, de la persona que ha sido maltratada, sin fuerzas, que intenta incorporarse y, sobre todo, perdonar  a quienes les escarnian  porque “¡Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen!”

 

¡Como quedó tu figura

grabada en mi corazón!

Imagen de la amargura

que en la distancia perdura

y aumenta mi devoción.

Tu cuerpo sigue inclinado,

por esas llagas que muestras,

herido y apaleado...

(J. Romero)

 

También el sentimiento de Andrés de Carvajal lo podemos comprobar en otra figura que, con la del Mayor Dolor y la desaparecida del Señor del Perdón, constituían una trilogía sobre el tema del maltrato de Cristo, la de Jesús Atado a la Columna, de la Cofradía de Servitas, imagen que del mismo modo induce a identificarse con el sufrimiento del Salvador.

 

Pero especial significado tiene la tercera imagen relacionada con los hechos comentados, la del Ecce Homo, representada en la imagen plagada de historia de Nuestro Padre Jesús Rescatado, vinculada desde el principio a la Orden Trinitaria, pues no en balde el Cristo luce en su pecho la cruz de la Orden. Siguiendo las palabras del padre trinitario Arturo Curiel, refiriéndose a la imagen original: “Es una preciosa talla del siglo XVII, de tamaño natural, de autor desconocido. Representa a Jesús maniatado, coronado de espinas, con una soga al cuello, cabellos humanos, pies descalzos, ojos indulgentes, frente serena, boca entreabierta, en actitud de acoger, túnica morada, con escapulario tricolor sobre el pecho, señalador de su vinculación con la Orden Trinitaria”

 

Reproducciones de la imagen del Señor Rescatado se veneran en muchos países. Suerte que en Antequera, allá por el año 1.955, un grupo de devotos tuviera la ilusión de procesionar esta imagen, también muy venerada entre nosotros, consiguiendo aumentar la devoción a la misma, con la originalidad de que la acompañan multitud de mujeres ataviadas con la clásica mantilla, tan española, y si miramos hacia el suelo comprobaremos que, descalzas, también muchas hacen penitencia.

 

A partir de aquí empieza la “Vía Dolorosa”. Los Estudiantes han querido recordar este comienzo con Jesús Nazareno de la Sangre, Cristo tomando la cruz (Segunda Estación: Jesús Carga con la Cruz a cuestas), el inicio de un camino tortuoso, “camino de la amargura”, que el Señor, sin fuerzas, sangrante, injuriado, ha de recorrer en soledad, ya que sus discípulos, sus amigos, lo han abandonado, quieren pasar desapercibidos (la iglesia de Gallicanto, en la ciudad santa, recuerda las negaciones de Pedro: “y cantó el gallo después de negarle tres veces”)

 

Las callejas de la “Vía Dolorosa”, en la zona árabe de la ciudad vieja de Jerusalén, son tortuosas, enjambre de mercaderes que hacen su negocio entre turistas y peregrinos. Llegados de todo el mundo, cada tarde de viernes y algunos días mas, los peregrinos celebran el Vía Crucis, culminando la solemnidad el Viernes de Pasión. ¡Calles y plazas de Antequera, Belén, San Sebastián, la Carrera, San Pedro, cuesta de la Paz, Zapateros, Cruz Blanca..., muchedumbre de fieles!. Sigamos los pasos de Cristo con las Cruz, con el Dulce Nombre (de la Cofradía de la Paz, de abajo), con el Cristo Caído o Santísimo Señor del Consuelo, Servitas (Tercera Estación: Jesús cae por primera vez) y con Jesús Nazareno ayudado por el Cirineo, (Cofradía del Socorro, de arriba), (Quinta Estación: “Y obligaron a llevar la cruz de Jesús a uno que pasaba por allí, Simón de Cirene, que venía del campo” (Marcos 15,21)), “paso” en el que también se encuentra la figura de la Verónica (Sexta Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús: “Que el Señor haga resplandecer algo que en Antequera también se siente de manera especial, por la antigua costumbre, llena de devoción, de ir a rezar al Señor de la Verónica”).

 

Décima Estación: “Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en Él nada sano, sino heridas, hinchazones, llagas abiertas” (Isaías 1,6). En esta situación llega Jesús al monte de la calavera, el Calvario. Allí le espera la crucifixión y la muerte: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

 

En nuestras Semana Santa pueden admirarse imágenes de Cristo crucificado, verdaderamente dramáticas y desgarradoras, con distintas denominaciones: Cristo de la Buena Muerte, Santísimo Cristo Verde, Cristo de la Misericordia, todas ellas induciendo sentimientos profundos de unión con Él, de amor de devoción:

 

Tú me mueves, Señor,

muéveme al verte

clavado en una cruz

y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo

tan herido

muéveme tus afrentas

y tu muerte.

(Atrib. S, Juan de la C.)

 

Después “José de Arimatea tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro nuevo, que había hecho cavar en la roca” (Mateo 27,59). En la Iglesia del Carmen, sede de la Cofradía del Santo Entierro, se conservaba el Santo Sepulcro, así como a la Virgen de la Soledad, que por extraños designios o por un desmedido celo, dejaron de procesiones en el año 1.924 y, recuerdo que había verdadera ansiedad de que volvieran a salir a la calle pues se sabían que eran imágenes muy hermosas y se echaba en falta la evocación de este momento sublime de la Pasión. Hubieron de pasar sesenta y cuatro años, hasta el 1.988, para que se cumpliera la voluntad popular de admirar estas imágenes en nuestras calles, habiéndose añadido la de la Virgen de la Quinta Angustia, que sostiene a Cristo muerto en su regazo.

 

Finalmente la Resurrección, el Domingo triunfal: “El ángel dijo a las mujeres (María Magdalena, María la de Santiago y Salomé): no os turbéis, el que buscáis, Jesús Nazareno, el crucificado, resucitó, no está aquí” (Marcos 16,6). Sin Resurrección la figura de Cristo habría perdido significado, el mesianismo no se había demostrado, nuestra religión carecería de fundamento. Con diversas vicisitudes a lo largo de los años, en nuestra Semana Santa, este hecho trascendental también se encuentra representado.

 

He dejado para el final hablar de nuestras Vírgenes. Difícilmente pueden encontrarse adjetivos para describir en cada una de las imágenes la belleza, la serenidad, el gesto de dolor, la profunda soledad, la angustia, el sentimiento de esa madre, figura que, como dije antes, es secundaria en la Pasión, de la que el Hijo no se olvida en el momento cumbre: “¡Madre, ahí tienes a tu hijo! ¡Juan, ahí tiene a tú madre!”

 

Los artistas saben bien lo difícil que es pintar o esculpir unas manos. Yo me he fijado en las manos de nuestras Vírgenes. Verdaderamente son de admirar. Entrelazadas en recogimiento y oración, las del Socorro y los Dolores, portando los clavos, la de la Soledad. Admiren la gran expresividad de las manos gesticulantes de la Vera Cruz, con la cabeza graciosamente inclinada. Las de la Consolación y Esperanza, a las que sólo les falta moverse, para aprehender otra rama de flor. Cruzadas sobre el pecho en oración, las del Mayor Dolor, extendidas, también en oración, las del Consuelo.

Estas imágenes han inspirado a poetas locales, pero yo no soy poeta, soy incapaz de versificar, por lo que quiero acabar mi pregón, con algunas estrofas sueltas, sencillas y populistas, tomadas de paisanos devotos, admirables por su calidad, pero sobre todo por el amor a sus Vírgenes. Sirva esto de homenaje a todas Ellas.

 

Fermín Requena, cantó a la del Consuelo:

 

A su paso la noche

se quedó triste y mustia

y la angustia del mundo

se miró tras su angustia

como viose la tierra

sin las luces del cielo...

Y al cruzar por las calles

de la noble Antequera

en el haz del misterio

su fulgor reverbera

dando luz a las sombras

y a las almas consuelo.

 

Para Maruja Barrios, muy ligada a la ciudad, las Vírgenes de nuestra Semana Santa, fueron frecuentemente motivo de inspiración, como en las siguientes estrofas, dedicadas respectivamente a las vírgenes del Socorro y de los Dolores:

 

La Virgen del Portichuelo

no necesita tener

una corona de reina

le basta con ser mujer.

A la Virgen del Socorro

no le pudieron quitar,

las perlas de su carita

porque la hicieron llorar.

....

La Virgen de los Dolores

sale de noche llorando

y no hay estrellas del cielo

que brille más que su llanto

Una Virgen y otra Virgen,

y otra, carita de nácar.

¡Hay que venir a Antequera

para ver Vírgenes guapas!

 

Y para acabar una de mi madre a la Virgen de la Paz, de la que era ferviente devota:

 

¡La Virgen!

¡Mirad, aquí llega!;

¡qué lágrimas trae!;

¡qué cara de pena!;

¡qué rica corona,

cuajada de perlas!

Echa una mirada,

Virgencita buena,

y danos tu Paz

aquí en la tierra...!

 

Acabado este mi Pregón sólo me resta pedir al auditorio benevolencia, por esta mi osadía de venir a Antequera, mi tierra, a pregonar las excelencias de nuestra Semana Santa, cuando otros, mucho mejor que yo, lo habrían hecho.

 

He dicho.

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Download this file (1995.pdf)(1995) D. Francisco Muñoz López[(1995) D. Francisco Muñoz López. Presentación, Datos biográficos, El Pregón]
 
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