Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1992) D. Juan de D. Pareja-Obregón García - El Pregón

PREGÓN

 

Domingo de Ramos

 

Tan, tan, tan... ¿Quién es? ¿Quién va?. Es el Domingo de Ramos que no para de llamar...

 

Desde San Agustín hasta el cielo, sube el Dogma de fe. Y por la calle Don Fernando queda plasmado con un símbolo del Barrio, el amor que profesan sus moradores a la simpática Cofradía de Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto, Jesús entrando en Jerusalén y María Santísima de la Consolación y Esperanza.

 

Las golondrinas y los vencejos, juegan a las cuatro esquinas con la airosa torre de la iglesia. Sus rítmicas pasadas parecen decir: “La Pollinica va a salir a la calle, va a caminar majestuosamente por su ruta antequerana va a desfilar victoriosamente por ella... Va a convertir en huellas divinas sus pisadas. Para que la admiren, para que la contemplen, para que la piropeen, para que la aplaudan”.

 

Domingo de Ramos: Atardecer en Antequera. Bullicio, expectación, griterío, ansiedad en los corazones, lágrimas emocionales, suspiros incontenidos.

 

Ese día las campanas se despiertan en las lindes de la aurora y repican alegremente. Todavía sus lenguas de acero poseen esa sana alegría que tienen todo el año. Y arrean con una imaginaria vara de cera a esa humilde borriquilla, que camina buscando a los niños antequeranos, también estos pequeños sueñan con ser futuros hermanacos de sus diferentes cofradías.

 

Y Jesús convierte el Huerto de los Olivos en un continuo manantial de oración. Una corriente de sentidas preces se sale de su cauce natural en la noche más comentada de la gran familia cristiana. Y una estrella temprana se estrella contra el viento que ora y el lucero que reza.

 

Padre nuestro que estás en Antequera, santificado se tu paso de inigualada hermosura, y hágase tu voluntad ese día, cuando vas adornado por la ramas benditas de la oración antequerana.

 

Y el olivo recuerda promesas, y la miel al panal dulcifica, y las calles se llenan de amores, y el amor en la tarde repica. Y se sueña diciendo Antequera, y se goza con la Pollinica.

 

Nuestro Padre Jesús hace su entrada en los primeros albores de la Semana Santa de este pueblo, con esa ya famosa Pollinica, que es la llave espiritual con la que se abren todas las cerraduras católicas de este pueblo. Esa burrita, plateada y garbosa, que lomo al más humilde, pero al más justo y bueno de los hombres... ¡A Jesucristo!

 

La Pollinica trotando

y Jesucristo la arrea,

palmas y olivos verdean

y un ángel viene volando.

Jerusalén esperando

al mensajero divino.

Y un apóstol peregrino

le va explicando a la gente,

que Jesús es esa fuente

que rebosa entre los pinos.

Que rebosa entre los pinos

y en las lindes de un trigal,

en el verde naranjal

o en el agua del molino.

Antequerano destino

de dar cobijo al Mesías,

La Pollinica a porfía

es de este pueblo bandera,

cuando camina a su vera

velando su gallardía.

 

Y la Santísima Virgen de la Consolación y Esperanza, moviendo a compás las bambalinas de su bello palio, es el piropo más temprano que se esparce diligente por la alfombra colorista de este pueblo.

 

La marcha real, el griterío del gentío, y el óleo entrañable de la gente menuda, es el prólogo cautivador de la Semana Santa, que acompaña sin descanso a las sagradas imágenes. La angelical doncella, aparece como por arte de magia en la puerta principal de su templo, acariciada por el último rayo de sol de la tarde que llega a besarla, porque estaba celoso de su arrebatadora hermosura.

 

Te convertiste en flor

cuando el sol te dio en la cara,

angelical llamarada

que hizo lumbre tu fulgor.

Del palio bajó el dolor

que emana de tu semblante,

modelando en un instante

esa virginal semilla,

que retoñó en esta Villa

para poder contemplarte

Lunes Santo

 

La placidez de la tarde se adivina mientras el cielo se ilumina bajo la mirada de nuestras sagradas imágenes.

 

Trín, trán, trín, trán...

La campana de San Francisco tiene una locura de alegre repique.

 

Trín, trán, trín, trán...

 

Que quiere decir: Entrad, salid, entrad, salid...

 

Y todos los vecinos del barrio, absolutamente todos, y los partidarios de esta cofradía, desfilan devotamente para contemplar los floridos pasos de Nuestro Padre Jesús de la Sangre, del Cristo Verde y de Nuestra Señora de la Vera Cruz.

 

Desfilan ordenadamente ante ellos para testimoniarles su admiración y afecto.

 

La iglesia de San Francisco, es un vergel donde la gracia cofradiera de Antequera retoña cada año, sobre los arriates divinos de las promesas en flor.

 

El ángel de Andalucía, sembró una cosecha de amor en ese lugar, que quedó grabada eternamente en sus puertas, balcones y rejas.

 

Las campanas de la iglesia no paran de repicar, de reír, de cantar... Estudian detenidamente a los estudiantes, para que estos estudien con todo detalle la caminata que les espera. Y un estudiado vaivén acompasado, mece, con mimo, las salidas apoteósicas de los joyeros caminantes.

 

Cristo de la buena Sangre

que te amparas en su palio

y que buscas el Calvario

donde te espera tu madre.

Cristo de la buena Sangre

bendito y antequerano,

deja que llegue mi mano

a la arista del madero,

para ser el mensajero

de tu pueblo tan cristiano.

 

Santísimo Cristo Verde

que vigilas tu rebaño

y que fuiste desde antaño

para mí, mi Cristo Verde.

Y no habrá quien no recuerde

tu nombre en la primavera,

pues la verde sementera

te ofrecerá sus espigas,

y curará tus heridas

con el agua de Antequera.

 

Y a la Vera Cruz

espera siempre María,

esa Virgen que este día

es un piropo andaluz

y no eleva con su luz

hasta su bello estandarte,

y se comprende al instante

la fe de esta procesión,

y dices de corazón...

¡Olé, por los Estudiantes!

 

Martes Santo

 

¡El Rescate va a salir! Parecen decir las titubeantes velas...

 

¡Qué surtidor de fuerza inagotable sobre el duro suelo!

 

Una impresionante muchedumbre se apiña en la Trinidad para contemplar de cerca el esplendor de la cofradía.

 

¡Chán, chán, chán...! Agradable musiquilla en los oídos de los cofrades, de los piadosos hermanos.

 

La voz del hermano mayor de trono parece una plegaria que cayera del cielo, una orden divina que transportan los ángeles del Convento Trinitario.

 

El llamador o campana sagrada, espera trémulo y doliente, a repicar de una vez sobre la delantera del paso.

 

Ese llamador sereno, musical y armonioso, que es la trompeta de la Resurrección y la gloria en la escucha temprana de los hermanacos.

 

¡Tan...! Y la primera levantada se verifica. Nada ni nadie podrá descifrar ese momento.

 

¡Qué alegría y emoción en los hermanacos! ¡Qué tremenda ansiedad añorada todo el año hasta ese momento! ¡Por fin llegó tan esperada hora!

 

Y, aunque la carga es pesada y molesta, a ellos les parece que sea una frágil pluma que flote en el aire de la tarde Santa.

 

¡Tan...! Otra llamada del responsable del jardín viajero. Otro grato sobresalto en el alma. Otro aviso de amor en la tarde. Otra cicatriz en el alma. Otro repique conventual en el pensamiento.

 

¡Tan...! Y los hombros dolientes empiezan a padecer, a sudar... Pero los labios empiezan a rezar.

 

Y ahora sí que la voz enérgica del hermano mayor despierta las bóvedas del templo.

 

¡Tan...! Y el milagro se ha consumado.

 

El corazón cofradiero de la Trinidad salta de gozo al vivir tan hermoso espectáculo. Esa postal colorista que sólo se puede contemplar en Antequera. En la Antequera doliente, en la Antequera creyente.

 

¡Tan...!Y se estremecen hasta los guardabrisas de cola, hasta la Canastilla preñada de claveles.

 

¡Sigue, hermano de trono, sigue! ¡Sigue con tu envidiado trabajo! ¡Con tu agradable jornada! ¡Sigue hablando y mandando a tus hermanacos trabajadores y buenos! ¡Sigue hermano mayor de trono! ¡Sigue! Vocea tus ordenes sobre el recogimiento del templo, sobre el silencio del sagrado lugar. ¡No te preocupes porque nada de los que tú digas será irreverente! ¡Ni una sola palabra tuya podrá disgustar a Cristo o enfadara a su Madre!

 

¡Sigue hermano de trono!

¡Sigue!

 

¡Bendito seas tú, y benditos tus devotos hermanacos!

 

Que las andas del Señor del Rescate y Maria Santísima de la Piedad, sean para todos ustedes esa bendita cruz que os servirá para ganar la gloria eterna.

 

¡Sigue, hermano mayor de trono! ¡Sigue!

 

Sigue y no te importe que mis ojos estén llorando, porque no lloro de pena, lloro de alegría.

 

Será un sueño o pesadilla

o la fe que mi alma siente,

que se desboca mi mente

al ver tanta maravilla.

Y juro por mi Sevilla

que en mi pecho está arraigado

ese Cristo tan rezado,

que vive en la Trinidad

y que es la mejor verdad

que este pueblo ha rescatado.

 

A compás los pies se muevan

sin sobresaltar el paso,

que no se arrugue ni el raso

de los nardos que la llevan.

Y las voces que la elevan

se confundan con la cera,

y una nueva primavera

la lleve orgullosamente,

para que vea la gente

a la Piedad de Antequera.

 

Y, efectivamente, parece como si la Santísima Virgen tocara con sus manos el algodón de las nubes.

 

La autoritaria voz del hermano mayor de trono, es otro himno amoroso que también se enreda en la tarde.

 

Los piropos reverentes salpican las fachadas de cal blanca. Un vocabulario de la Antequera antigua, resbala desde las floridas azoteas hasta las calles empedradas de cera. Es como un léxico andaluz que reboza en los labios de nuestros barrios y en las aristas de las almas.

 

Miércoles Santo

 

El orfeón hermanaco sigue repicando sobre las baldosas del suelo.

 

¡Chán, chán, chán...! El sacerdote bendice el momento: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... ¡Dios te salve Cofradía del Mayor Dolor, llena eres de Antequera!

 

Y el pueblo cristiano contempla atónito el perfecto y rítmico desfile de los gastadores de la bandera legionaria. El ballet militar es un derroche de fantasía creadora. Sus diferentes movimientos y posturas van mas allá de la simetría y perfección.

 

Las palmas son un espontáneo homenaje del pueblo llano para los caballeros legionarios.

 

Cristo del Mayor Dolor

que caminas escoltado

por esos bravos soldados

que hoy desfilan en tu honor.

 

El nombre de Tí, Señor,

es su oración verdadera,

y en sus hazañas guerreras

te llevan de comandante,

como el mejor Estandarte

de su española bandera.

 

En ese momento el Mayor Dolor se convierte por la gracia antequerana en la mayor alegría.

 

La Santísima Virgen Dolorosa, va mirando siempre hacia arriba. Mira el cielo azul de estas azoteas, creyendo adivinar en él, a todas las estrellas fugaces que adornan su manto.

 

Un horizonte de bengalas adorna con su luminaria superlativa el anfiteatro en tinieblas de la noche del Miércoles Santo.

 

El entrañable momento es otro de los placeres que nos encontramos en la Semana Santa de Antequera.

Margarita, clavel, rosa,

jardín, fuente, surtidores,

arabesco de colores

de trémulas mariposas.

Todo a tu lado rebosa

bajo el palio que te ama.

y te borda un anagrama

este pueblo y este cielo,

cuando le das tu pañuelo

a la gente que te llama.

 

¡Chán, chán, chán...! Los pies siguen su monótono ritmo. Ese grato compás que musicarán los cimientos antequeranos.

 

Bajo la batuta del hermano mayor de trono, la orquesta costalera ofrecerá por la ruta santa un concierto de pisadas sobre la pavimentación agonizante de la ciudad de la Vega...

 

¡Chán, chán, chán...!Trompetas, tambores, pínfanos... Angelicales páginas de nuestra Semana Santa.

 

Repica a gloria la campanita del paso...

¡Silencio! ¡Atentos! ¡Arriba!

 

¡Al cielo con ella...! Y ahí está dicho todo. Con esa frase queda al descubierto toda la grandiosidad de nuestra Semana Mayor. Toda la historia de ella, todo su creyente bautismo.

 

Porque ese cielo no tenemos que buscarlo en ninguna parte, porque sencillamente, el cielo lo tenemos aquí... ¡en este bendito `pueblo!. El cielo de nuestras cofradías nos acompaña siempre, nos lleva de su mano, vela por nosotros... ¡Sucede así desde tiempo inmemorial!

 

Nuestro cielo se llama Antequera. Nuestro cielo son sus monumentos, sus plazas, sus calles, su sierra, su Vega y sus recoletos rincones.

 

Jueves Santo

 

¡Chán, chán, chán...!Los hermanacos también buscan el cielo trabajador de esta tierra. Un ángel antequerano, los jalea, un arcángel de Antequera los anima: ¡Al cielo con ella!

 

Y Antequera siente un enorme consuelo que mitiga su agonía. Un gran pañuelo consolador que se abre por su fisonomía procesional, como bálsamo acariciante que curara las profundas heridas del cielo pasional.

 

Antequera, libre y sola en la llanura, se consuela bebiendo en la dadivosa fuente de la Virgen del Consuelo.

 

Y una veloz carrera de gozo y alegría, se siente impetuosa cofradía en la calle Carrera esperando al Cristo de la Misericordia y a Nuestra Señora del Consuelo.

 

Misericordia, Señor

para tu pueblo cristiano,

que entre la sierra y el llano

te acompaña en el dolor.

Misericordia Señor

para esta Villa doliente...

para todos los creyentes

que agavilla tu memoria,

Señor, ten misericordia

y bendice a los presentes.

 

Te conviertes en flor

cuando el sol te dio en la cara,

angelical llamarada

que hizo lumbre tu rubor.

Del palio bajo el color

que consuela tu semblante,

modelando en un instante

tu perfil de tierra y cielo...

¡Quién pudiera ser pañuelo

para poder contemplarte,

ay, mi Virgen del Consuelo...!

 

 

Y la Virgen de los Dolores abre una imaginaria Puerta del Príncipe entrando triunfalmente en la Plaza de San Sebastián como el mejor de los toreros... ¡A hombros de sus hermanos!

 

Los Servitas se desviven con ella, castizamente hablando, se vuelcan con su cofradía.

 

La adornan y la despiden de la misma forma... Apoteósicamente, correctamente... pero, ¡ruidosamente!

 

La iglesia de Belén es un nido de encendido entusiasmo, un ascua de oro que brilla en la tarde cofradiera. ¡Ay, que bonita está la iglesia y sus contornos!

 

La Santísima Virgen Dolorosa, es ese día la soberana más acatada de este pueblo. Cobija dentro de su monumental corona a todo el variado vergel antequerano. ¡Qué maravillosa obra de arte luce la Señora sobre su celestial cabeza! ¡Ciñendo sus áureas sienes! ¡Adornando tan preciosa nuca!

 

Tan engarzado adorno repujado es en la tarde del Jueves Santo, un imán que nos atrae, un faro que nos alumbra...

 

Y Nuestro Padre Jesús la contempla embelesado, cautivo y atado a su eterna columna, mientras la fauna silvestre ayuda al Redentor levantándolo del espinoso suelo, al compás de una plegaria campera que se arremolina sobre las nubes anaranjadas de la tarde.

 

Dolor el del penitente,

dolor entre los camperos,

dolor que dan los senderos

y dolor en los creyentes.

Dolor en la buena gente

porque dolor es la vida,

dolor en la comitiva

de esa hermandad tan hermosa,

dolor que te da la rosa

cuando te llena de heridas.

 

Cuando te llena de heridas

y encuentras cruz y mirada,

porque mi vista extasiada

quiere evitar tu caída.

 

Y por mi sangre encendida

galopa fe y sentimiento,

estoy soñando despierto

a una columna amarrado,

queriendo estar a tu lado

en ese triste momento.

 

En ese triste momento

busco promesa y antojo.

Y esa luz que dan tus ojos

y que prometen por dentro.

 

Sigue el paso, a paso lento,

y yo saco mi pañuelo,

mi llanto será el consuelo

que acompañe su destino,

señalándote el camino

que termina en este suelo.

 

Asómate entre tus flores

pá ver tu cara morena,

que hoy se ha vestido de pena

porque te llamas Dolores.

 

La gracia de los pintores

anido entre tus collares,

retoño en tus azahares,

y al ser la mejor gitana,

al compás de tus campanas

te canto por soleares.

Viernes Santo

 

Y nuestro Cristo de la Buena Muerte, crucificado por las calles que lo esperan, le dice a la insólita ciudad que conmemora su Semana Santa:

 

“¡Mira Antequera! ¡Mira mi perfecta muerte! ¡Mi crucifixión gloriosa en el ara de mi sangre! ¡Mi holocausto de gloria!

 

Hoy no me duelen las heridas porque estoy contigo, Antequera. Para que desclaves mis miembros machacados. Para que me regales el ungüento milagroso del perfume de tus jardines.

 

¡Rocía mi cuerpo con el aroma de tu sierra bravía! ¡Con el perfume penetrante de sus habares en flor! ¡Con la palidez del fruto de la jara! ¡Con el temprano esquimo de tus olivos de verdeo!

 

Dame la mano, Antequera, y condúceme sobre tu alfombra de cera... Esa cera que derrama por sus colmenas de fe arrasante de Antequera.

 

Rocíame con el agua de tus cantarinas fuentes, con el agüita fresca de tus traviesos surtidores, de tus búcaros de barro cocido.

 

Vierte sobre mi silueta agonizante, el mercurio moreno del Guadalhorce, el más campero de los ríos.

 

Tápame con el sombrajo en flor de los juncos de las orillas ribereñas, que este Viernes silencioso y conventual sea para tí, bella Antequera, el recordatorio enfervorecido de mi pasión y muerte.

 

No me dejes, Antequera, que yo estaré contigo en tu gloria... por algo te conocen como la tierra más creyente de estos lugares.

 

Has de saber, encalado pueblo, que mi Padre te ha puesto en este lugar, como centro de su inmenso poder. Condúceme Antequera, por tu histórica circunferencia, llévame de la mano a tu bonita plaza taurina, que es la barrera donde se busca al toro misterioso de la penumbra y la sombra. A tus cruces de hierro que pregonan diariamente el cristianismo antequerano...”

 

Y el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, se adentra por la cuesta de Zapateros, mientras una hiriente saeta resbala desde un balcón antequerano y se clava como un dardo doliente en el lecho ajardinado de la canastilla del paso del Cristo.

 

¡Ay, ay...!

Una copla de repente

se resbaló de un balcón,

y una saeta valiente

a consolarte bajó

Cristo de la Buena Muerte.

 

Y el barrio espera y se endulza con el Dulce Nombre de Jesús, para hacerle entrega simbólicamente de la llave de su templo. Una llave de amor que reluce y se agita, hace mucho tiempo en todos los corazones de Santo Domingo.

 

Sus muchos hermanacos, van orgullosos y altivos, porque son en ese momento vasallos especiales del Hijo de Dios y del Salvador de los hombres.

 

Y otro chaparrón de saetas, empapa a nuestro Cristo Doliente, desde las nubes balconeras.

 

¡Ay, ay, ay...!

Cargaíto con su cruz

al Dulce Nombre distingo,

y me parece al trasluz

que todo Santo Domingo

se ilumine con su luz.

 

¡La Paz sea contigo, hermano!

 

Una Paz sencilla y verdadera que te ofrezco hoy con mi sencilla prosa y mi poesía campera. Una Paz que se agigante el Viernes de la Semana Mayor en volandas de la noche cofradiera. Una Paz que preside el más imponente de los tronos caminantes, adornado y salpicado, por una fructífera cosecha de gladiolos y claveles reventones.

 

Un olé admirativo se estrella contra la marea de su grandioso manto.

 

¡Ay que Paz más duradera rezuman las bambalinas oscilantes del orgulloso palio! ¡Hasta los candelabros de cola se adormecen con las suaves mecidas que los hermanacos dedican a su Reina bendita de la Paz!

 

La Santísima Virgen camina con su mirada entornada, como si quisiera evitar que sus nazarenos contemplen las perlas escondidas que nacen de sus ojos.

 

Esa mirada llena de Paz que nos cautiva, que nos atrae, y que nos hace sentirnos de su cofradía. Todo es alegría, porque alegría es lo que sentimos cuando la miramos. Y, al mirarla cara a cara, quedamos embelesados porque creemos adivinar en ese momento, una bendición oculta que le titubea entre los dedos.

 

Cuando sale en procesión

para darle un buen garbeo,

la cautiva ese jaleo

entre palmas y oración.

Cuece un trono de ilusión

en sus hornos de alegría,

y vela su lozanía

ese barrio tan sencillo,

que llora como un chiquillo

en las claras de su día.

Y le dice...¡Arma mía!

¡Corazón, guapa, gitana!

¡Repique de las campanas!

Y la mecen y pasean,

y con su paz se recrea

Antequera la sultana.

 

Nuestro sueño poético se desboca, se calurienta y se sale de su cauce. Y en aquel momento confundimos a María, Madre de Dios, con la simpática mujer que vende turrón y almendra mientras reza. Igualmente se nos antoja la espiritual y santificada Marta, a la joven florista que ofrece claveles mientras ora.

 

Y la bella y esbelta lotera que voceas típicamente su mercancía mientras canta, creemos que sea Maria Magdalena que reparte la suerte del Maestro mientras sus ojos se llenan de lágrimas saladas.

 

Y en el umbral del Portichuelo esta José de Arimatea, añorante y afligido. Y en la esquina de la Calzada, Pedro, Pablo y Santiago, que contemplan embelesados la apostolidad antequerana.

 

Y en los picos más altos del Torcal, resucita otra vez Lázaro para coger el nuevo camino que la Antequera cofrade le señala.

 

Y en el horizonte encalado del bar Madrona, el eco de una copla desierta y solloza en una encrucijada saetera, trayendo de la mano el misterio moreno del mapa embrujado de Egipto

 

Un Hosanna al Hijo de David, retoña y se sube por los muros sorprendidos del Castillo. Hosanna en las altas torres de Antequera, dicen a coro todas las veletas camperas de este lugar. Y Jesús el Galileo, bajo la advocación antequerana del Nazareno, convierte a la ciudad en una arco iris de incalculable colorido.

 

Y con el humo, los churros, las patatas, los globos y el vocerío... el hermoso Cristo representativo de la Hermandad del Socorro, regala a toda la vega antequerana una entrañable bendición del Dios de Abraham, del Dios de Isaac, y del Dios de Jacob.

 

La Santa Cruz en Jerusalén, que abre el esperado cortejo, oye murmurar a los dos ángeles que la sostienen y que son testigos mudos de la belleza, riqueza y esplendor del altar caminante.

 

La Cruz parece de oro

en la iglesia de Jesús,

y la espera el cielo azul

como si fuese un tesoro.

Un oleaje sonoro

galopa como un trueno,

y en el reloj más ameno

se adelanta el jubileo,

cuando ven al Cirineo

ayudando al Nazareno.

Ayudando al Nazareno

que va con su cruz doliente

¡ay quién fuera el coeficiente

de su dolor tan moreno!

Besó su sangre el terreno

y broto una margarita,

para besar la carita

de mi Virgen jardinera,

la que socorre a cualquiera...

¡Pues le dicen Socorrita!

 

A la Santísima Virgen del Socorro le encanta todo ese bullicio y algarabía que nace con la salida de su templo. Porque a la Socorrita le gusta una “jartá” todo ese lío. Se siente muy a gusto cuando la jalean, la aplauden y la mecen. Nuestra sagrada imagen es ante todo antequerana. ¿Y a qué antequerana no le gusta que la piropeen? ¡Que la alaben, que le cante!

 

El momento es incopiable. Un bello instante, donde se reza lo que sentimos y sentimos lo que rezamos.

 

Y la iglesia se llena de expectación de fervor y de alegría, mientras la Señora preside el espacioso templo como la mejor manijera de estos sembrados.

 

Y un rayo de sol de media tarde, se presenta de improviso ante las puertas del templo para besar el rostro sereno de la Madre de Dios.

 

Rumbo a su destino antequerano va la Reina del Portichuelo, la flor más representativa de él. La Virgen más guapa de ese Barrio... ¡La Señora que alegra de forma inusitada el atardecer glorioso de Antequera!

 

La angelical criatura que destila constantemente una fuente de caridad y socorrismo. Socorro en nuestros corazones. Socorro en nuestros sentimientos. Socorro en nuestras vidas y Socorro en nuestro Socorro.

 

La Socorrita es el barco esa tarde que navega por el mar de las almas de su parroquia. Y el Portichuelo, capillita y cofrade, la pone rumbo a su carrera oficial, con un velamen tan imponente y tan rico en sus formas que no tiene comparación alguna. ¡El arte la vela, vela! ¡El arte la esta velando!

 

Las azoteas del barrio, preparan una alfombra de verdes pétalos para que la Santísima Virgen camine por ella hasta el umbral bendito de su altar.

 

¡Y qué de cosas bonitas le dicen! ¡Cuántas peticiones se estrellan en su hermoso manto! ¡Cuántas promesas acaban en aquel momento! ¡Cuántas otras empiezan allí mismo!

 

Y la Santísima Virgen se sonroja. Sus ojos miran humildemente a Jesús. Y creemos que no nos ve, pero no es así... La Socorrita, ve y conoce a todos sus hermanacos, a todos sus devotos.

 

Y las flores del paso que se pelean entre sí, disputándose el amor verdadero que destila la imagen.

 

La canastilla, preñada de claveles, hace causa común contra los gladiolos embutidos en los jarrones de cincelada plata. La batalla se adivina, se presiente... Solamente los jardineros entienden el lenguaje de las flores.

 

Gracias a una azucena que le tiran desde un balcón se termina la disputa florida.

 

Todo el paso es un vergel colorista. Una salve de escogidos pétalos se convierte en la sangrante escarcha que moldea tan frágil monumento.

 

Los guardabrisas oscilantes, recuerdan poéticamente a la Socorrita, mientras se amuran en un bergantín de celestiales pinceladas.

 

Antequera dijo sí,

al verte en el Portichuelo,

porque más grande revuelo

no se puede concebir.

Aromas del Toronjil

emanaban de tu palio,

y la oración en los labios

de todos tus penitentes,

se convirtió en la corriente

que te llevó hasta el Calvario.

 

Antequera dijo sí,

que eres la que el sol asoma,

la que lleva en su corona

el colorido de abril.

¡Quién te pudiera seguir

con tu fulgor esmeralda!

Que es como mora Giralda

de tu tierra antequerana,

que se siente muy ufana

con el tesoro que guarda.

 

Antequera dijo sí,

que eres su más alta torre,

y que jamás nadie borre

tu advocación tan gentil.

Y tu estampa juvenil

sea motivo de ternura,

y brilla tu galanura

en tu tarde de repente,

para que vea la gente

el porte de su hermosura.

 

Antequera dijo sí,

que eres su Virgen divina,

Socorro en las bambalinas

y Socorrita en tu atril.

El óleo de tu perfil

en este pueblo que ora,

y era hermosa Señora

firme y esbelto velero,

que navega con salero

en la Antequera que llora.

 

Sábado Santo

 

Y pasa el cortejo... El imponente cortejo donde el más justo de los hombres descansa ya en un catafalco de cristal y de pena.

 

Se vislumbra en el interior del arca repujada, el sueño tranquilo del maestro. Su reseca sangre adorna el lecho aterciopelado del enjoyado nido.

 

Y en las esquinas del túmulo mortuorio, velan sin descanso, los ángeles y serafines que bajaron rápidamente hasta este pueblo para velar el profundo sueño de Cristo.

 

Antequera se va quedando desierta, libre y campera, sin adjetivos... Como una golondrina que buscase la torre. Como la gaviota que anhela el mar. Como la copla busca al compás. Como el rayo busca la tierra... Como la iglesia del Carmen busca en soledad a esa Soledad sin contornos que cierra la puerta de la Semana Santa.

 

La imponente aparición por las calles de Antequera del Santo Entierro, hace una vez más que la agonía de nuestra ciudad se acentúe y se sueñe.

 

Nazareno, penitente,

lleva a Jesús con cuidado,

que va su cuerpo encerrado

bajo cristal reluciente.

Y va su rostro doliente

con heridas adornado,

mientras sangra su costado

y un surtidor de luz clara,

baña tan perfecta cara

bajo la sombra enterrado.

 

Y la luz sirve de guía

para su lecho de piedra,

donde se enrosca la hiedra

para besar al Mesías.

 

Y esa luz del nuevo día

llega transportando amores,

con pétalos de las flores,

y queda Jesús dormido,

en el aire sorprendido

y las nubes de colores.

 

La tarde, poco a poco, se pone morada y triste. Asoma su silueta agonizante tras las altas sierras torcaleñas.

 

Se vistieron las campanas de silencio y pusieron sordinas los pájaros a sus trinos. Por la Cuesta de Rojas se escucha un leve rumor de Nazaret. Y llegan lentamente hasta las lindes de la cofradía, el perfume penetrante y campero de Jericó, las sangrientas amapolas del Valle de Arabá, el oleaje acompasado del puerto marítimo de Salomón, la palidez y el encanto de los lirios de Kidron, el orfeón mañanero de los gallos de Arimatea, el penetrante aroma de las lindes arromeradas de Jerusalén... Y el griterío, el pataleo y la vecindad de las blancas azoteas de Betfagé y Betania.

 

Y se aproxima el final de la Semana Santa. Llega corriendo el último día que nosotros hubiésemos querido detener.

 

Que los relojes se pararan y que la noche de las cofradías fuese eterna. Que nunca llegase el último suspiro, la última lágrima, o el último adiós a nuestras imágenes.

 

Que la aurora se fundiera tras los pinares, dejando a la noche encendida con velas y farolas.

 

La última tarde se adivina más lejana, más apagada y más sola. Y nos trae por un camino devocional y sufrido a Nuestra Señora de la Soledad.

 

¡Qué maravilla y qué placidez lleva consigo la bella Señora! La Santísima Virgen de la Soledad es una soleareña antequerana.

 

Es, sencillamente, nuestra última oración en la Semana Santa que se acaba.

 

Es también la que nos encadena con su triste mirar y nos lleva tras ella, para postrarnos ante sus plantas nacareñas en el recogimiento severo de su iglesia.

 

La gente la ve perderse por la tranquila calle, camino de su templo, y se va con ella el último cirio de las fiestas santas de este pueblo.

 

Virgen de la Soledad

como tu cara ninguna...

Tu nombre es la soledad

que en el Torcal nos asusta,

que en la noche nos conmueve,

que en la tarde nos subyuga,

que en los pulsos se nos para,

que en la mente se nos cruza,

que en la muerte se desea

y que en el amor nos abruma.

 

Virgen de la Soledad

como tu cara ninguna.

 

Te llevan tus hermanacos

como a la rosa más pura,

con plegarias que se adentran

en estas verdes llanuras.

Porque tú eres el rocío,

la nieve, el viento, la bruma,

el paraje solitario,

el reflejo de la luna,

los lamentos de la fuente,

el vértigo en las alturas,

la plegaria que se reza

y el rezo que se murmura.

 

La blanca cera llorosa,

los lirios de calentura,

la saeta que nos hiere,

y la copla que nos gusta.

 

Por eso al verte pasar

mi verso no tiene duda,

porque Vírgenes  habrá...

¡Pero como tú ninguna!

 

 

¡Resurrección! ¡Resurrección! ¡Resurrección!

 

¡Hosanna en las alturas! ¡Cristo ha resucitado!

 

Y ha resucitado precisamente en Antequera, donde hemos contemplado su pasión y muerte.

 

Todas las campanas se han puesto de acuerdo para celebrar tan fausto acontecimiento... ¡Aleluya!

 

La resurrección de Jesús es el mayor milagro de Antequera, pues con ella entra por la puerta principal de la gloria.

 

Antequera en su resurrección divina, pide de rodillas al cordero Pascual, el mayor espíritu de caridad fraterna para todos los antequeranos, que en nuestra Semana Santa nos sentemos por igual, en el mismo banquete eucarístico... ¡Aleluya!

 

Y Jesús camina alegremente por las calles victoriosas de Antequera. Un cielo de impetuoso colorido es el sombrajo de eneas benditas para la manifestación ruidosa del Hijo de Dios. La blancura de las fachadas es el color litúrgico que le ofrecen las encaladas viviendas antequeranas.

 

Palomas, vencejos, golondrinas, jilgueros... Toda la fauna alada de estos campos llega con un suave vuelo para acompañar también a Cristo resucitado.

 

La oración campera se transforma en arroyo poético.

 

Antequera esta soñando

su morena geometría,

y un arcángel sonreía

por Antequera volando.

 

Cristo esta resucitado

en la Sierra del Torcal,

y no se quiere marchar

sintiéndose antequerano,

y  bendice con sus manos

a este pueblo tan juncal.

 

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