Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1989) Rvdo. D. Manuel Gámez López - El Pregón

 

PREGÓN

 

 

 

Rvdo. Sr. Delegado Episcopal de la Agrupación de Cofradías de Antequera.

Excmas. e Ilustrísimas Autoridades de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Antequera.

Sr. Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación de Cofradías.

Cofrades.

Señoras y Señores.

 

I.- Introducción. Origen y contenido sacramental de la Semana Santa.

 

Estalló la Primavera. Su estallido fue como el golpe de batuta que inició la impresionante sinfonía en la que espléndidamente se conjuga el color del más variado cromatismo de nuestros campos y jardines, con el contrapunto embriagador del perfume de las flores.

 

El disco lunar se recorta definido en la tersura azul del cielo. Es el plenilunio del mes de Nisán. Plenilunio secularmente cargado con los más grandes acontecimientos sucedidos en la larga “Historia de la Salvación”.

 

La luna de Nisán, desde el azogue de su redondez, fue testigo de la gesta protagonizada por Moisés que, por mandato divino, acomete la arriesgada misión de liberar de la esclavitud y de la muerte al pueblo israelita oprimido en Egipto, y condenado al exterminio por la tiranía del Faraón.

 

Noche de plenilunio: luz tibia, pero suficiente para que el Ángel de Dios pudiera observar sin equívocos las jambas de las casas judías, ungidas con la sangre del cordero pascual, señal convenida para la acción salvadora del Dios de Israel.

 

Luna de Nisán, testigo excepcional de noche agitada, de rápidos preparativos para el largo viaje: el “Exodo” hacia la Tierra Prometida.

 

En el difícil itinerario, los prodigios divinos se sucederán como eslabones de una larga cadena: Paso del Mar Rojo, Maná, aguas de Meribá, Alianza al pie del Sinaí...

 

Letanía interminable de intervenciones divinas, hasta que el pueblo de la Alianza tomara posesión de la Tierra en la que antaño se asentaron los Patriarcas.

 

Todos estos acontecimientos “maravillas de Dios” – “magnalia Dei”, eran, al par que recordados, revividos en el gozo anual de la ritual Cena Pascual Judía, coincidente con el plenilunio primaveral.

 

La Cena Pascual era un proyecto anticipado, como un diseño previo, al gran acontecimiento de la historia: La Nueva Pascua, “Paso” definitivo de Dios Salvador que en Cristo Jesús realizaría de una vez por todas, la total, plena y definitiva Alianza de amor, rubricada con la Sangre redentora de Cristo, “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

 

El definitivo acontecimiento salvífico -LA PASION, MUERTE Y RESURRECCION DE JESUS-, ocurrido históricamente en el corazón de la Pascua Judía, se hará celebración culminante anual en esa Semana Mayor, en la que el pueblo cristiano con intensidad excepcional, con obsesiva dedicación y solemnidad inusitada conmemora “Los máximos misterios de nuestra Redención”.

 

Los cristianos en la intimidad del templo reviviremos cada año, en los signos Sacramentales de la Liturgia el Misterio Pascual para hacer realidad la afirmación de San Pedro:

 

“Cristo en su persona subió nuestros pecados a la cruz,

para que nosotros mismos muramos a los pecados y vivamos

para la honradez: sus heridas nos curaron”.

 

La experiencia de la Salvación celebrada, sentida y vivida en los ritos sagrados de la Liturgia cristiana devendrá en testimonio público de fe y alegría contagiosa. Es en ese afán testimonial y comunicativo de la fe, donde radica el origen de nuestras cofradías, porque las cofradías, al procesionar la imagen de Cristo en cualquiera de los momentos de su pasión y al mostrar la efigie dolorosa de la Madre de Dios, no pretenden otra cosa más que proclamar públicamente cómo y hasta dónde Dios nos ama... Proclamación que es exaltación, apretada y concisa como un “parte de victoria” que anuncia el triunfo definitivo de la luz sobre la tiniebla, del amor sobre el odio, de la gracia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte.

 

II.- Testimoniar públicamente la fe cristiana, única razón de ser de las cofradías.

 

Un año más, cofrades antequeranos, poned vuestro corazón en vilo, abrid vuestras pupilas encendidas, abrid de par en par vuestra alma para que entre a raudales la gracia y la salvación en la Semana Grande que se avecina. Que vuestra fe cristiana, vertida en emoción, sea plasmación ardiente y clamorosa de vuestro amor a Cristo y a su bendita Madre.

 

Sabéis muy bien, cofrades, ensalzar el dolor, porque lo lleváis en vuestras propias entrañas. Dolor humano que se entreteje a las mil maravillas con el dolor de Cristo y las lágrimas de la Virgen. Porque el dolor del Dios-Hombre es nuestro propio dolor asumido por Él, para transformarlo en luz y redención.

 

Por eso, os entusiasmáis con el dolor del Mártir del Gólgota y con el sufrimiento de la Reina de los Mártires, y lo mimáis con dulzura, lo embellecéis con flores y lo acariciáis con aplausos.

 

Haced, cofrades antequeranos, de vuestra Semana Santa, una semana de teología viva, popular, emotiva, cercana. Una semana de Dios: porque Dios apoyado en los recios hombros de los hermanacos, caminará entre las multitudes y hará que cada esquina, cada calle, cada plaza se tornen en templos, donde cada vecino pueda toparse con Él.

 

Dios por obra y gracia de vuestras cofradías, renovará su Pascua, “Seguira pasando” por vuestras calles para bendecir a los niños, resucitar a tantos jóvenes muertos por la desilusión, el aburrimiento, la desesperanza, la droga...

 

El “Emmanuel” – “Dios-con-nosotros”- pasará calmando tempestades en el mar embravecido, a punto de poner en riesgo la frágil barquilla de la convivencia matrimonial.

 

Jesús, El Dulce Nazareno agobiado bajo el peso de la cruz, pasará como brisa refrescante de ilusionada esperanza para el anciano y la anciana que quemaron sus años en el duro trabajo y en el monótono quehacer domestico...

 

Dios, en el Crucificado, Cristo Verde, Cristo de la Misericordia, proyectara su sombra sobre el lecho del enfermo, dando sentido al misterio sin sentido del dolor.

 

Dios, en fin, recorrerá vuestras calles como elocuente testimonio de amor que es entrega, servicios, compasión, comprensión. Porque es un Dios que sabe de lágrimas y traiciones: PADRE DE JESUS DEL RESCATE. De caídas y dolores: CRISTO DEL CONSUELO. De crueldades y soledades: SEÑOR DEL MAYOR DOLOR... Un Dios que pasea en vivo su martirio: -JESUS NAZARENO DE LA SANGRE-, como caminante de la historia para empapar de amor esa historia que los hombres salpicamos de odios.

 

No digan pues, los que no nos entienden o no nos quieren entender, que nuestras cofradías se originan en los ancestrales atavismos de pasividad del pueblo andaluz ante el dolor, el sufrimiento y la muerte...”No hay peor ciego que el que no quiere ver”. El que empecinadamente cierra sus ojos a la luz, no tiene derecho a opinar sobre los colores.

 

Nuestras cofradías, cauces de expresión de la religiosidad popular, dan culto a la VIDA, a la VIDA con mayúscula. ¡A la VIDA que es Cristo, quien muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida!.

 

Si las cofradías de Semana Santa pusieron afán y caluroso entusiasmo en traducir los momentos de la Pasión y Muerte de Cristo en un lenguaje que hablará directamente al corazón del pueblo, acometieron tan laudable empresa no como “opio” anestesiante del dolor del oprimido por la injusticia, sino para hacer “manifiesto” patente, auténticamente liberador de toda servidumbre opresiva, la reivindicación salvadora reclamada por la muerte de Jesús. Muerte en la que – como proclama la Liturgia-, “por la fuerza de la cruz, el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como Juez poderoso”.

En definitiva, es el anhelo apostólico el que engendra a las instituciones cofradieras. Fue la verdad religiosa, la verdad teológica fundamental de la fe del pueblo cristiano, inquietud del corazón, más que problema del entendimiento, el ritmo que meció la cuna de nuestras cofradías.

 

III.- El Barroco, arte cofradiero por excelencia.

 

De entre todos los estilos que han ido jalonando la historia del arte religioso, el barroco es el arte cofradiero por excelencia.

 

El estilo barroco surge históricamente en el pueblo cristiano, como réplica contrareformista a la actitud aséptica e iconoclasta de la Reforma luterana.

 

El carácter realista del barroco da vida, movimiento, verismo a las imágenes sagradas.

 

Las cofradías, conscientes de que “una imagen vale más que mil palabras”, quisieron que sus Sagrados Titulares fueran libros abiertos para la catequesis y la predicación públicas. Por ello, no sólo describieron en expresivas imágenes los distintos momentos de la Pasión del Salvador, sino que también las supieron distribuir sabiamente todos los días de la Semana Santa. Así sus “pasos” procesionales son catecismos intuitivos del Dogma fundamental de nuestra fe: La Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo el Señor.

 

IV.- Antequera y el arte barroco.

 

Por suerte, para vosotros los antequeranos, el barroco es un estilo artistico “familiar”. A la sombra de las torres barrocas de vuestras iglesias, bajo las cúpulas y bóvedas de yeserías exuberantes, ante la rica colección de retablos, escenarios admirables de vuestras imágenes sagradas, balbuceasteis las primeras plegarias, aprendisteis a amar a Dios y se desarrolló la fe heredada de vuestros mayores.

 

Antequera, siglos antes de que sus primeros moradores le legaran con esfuerzo titánico los dólmenes de Menga, Viera y el Romeral, en los designios del creador estaba predestinada para el arte barroco...

 

Yo pienso que el hagiógrafo del Génesis, tan meticuloso en catalogar las obras de la creación asignándolas a cada día de la semana, tuvo un grave olvido. Porque el Señor Dios, “una vez que fueron creados los cielos y la tierra”, antes de entrar en el reposo contemplantivo y fruitivo de la creación recién estrenada, dijo: “¡Hágase el barroco!” ... “¡Y el Torcal fue hecho!”... Y el Señor Dios lo entregó a Antequera, para que esta Ciudad pudiera gozar del “museo barroco” más impresionante que jamás ojos humanos pudieran contemplar por los siglos de los siglos.

 

¿Comprendéis, cofrades antequeranos, por qué los entresijos de vuestra existencia y de vuestra manera de ser están marcados por la impronta del barroco?... ¿Por qué el barroco imprimió carácter indeleble en vuestra idiosincrasia?... El barroco subyace en los estratos más profundos de vuestra milenaria historia.

 

Sois barrocos por esencia, presencia y potencia. Por esta razón, si el arte barroco es desbordamiento generoso de formas, variaciones exuberantes sobre un mismo tema, vosotros no os contentáis con una imagen de Cristo llevando la cruz. La multiplicáis, porque multiplicar es la única regla matemática que sabe de arte barroco.

 

Así, a la joya iconográfica –ella sola justificaría vuestra Semana Santa- de Nuestro Padre Jesús Nazareno de la Sangre, Cristo cargado con la cruz, que esculpiera Pablo de Rojas, la multiplicáis por tres. Y resultan, además del Nazareno de la Sangre, la del Dulce Nombre, el Nazareno de abajo y la del Padre Jesús Nazareno, el de arriba.

 

La efigie de Jesús atado a la columna bastaría para contemplar la humillación del Dios-Hombre; pero obligasteis a Andrés de Carvajal, imaginero alpujarreño afincado en Antequera, a que redundara en el terrible suplicio de la flagelación, y ahí tenéis, para pasmo de la más elemental sensibilidad, la conmovedora figura del Señor del Mayor Dolor.

 

Al Santo Cristo Verde, Crucificado que aún a las últimas formas del gótico con el renacimiento, yuxtaponéis la escenografía del Calvario con el Santísimo Cristo de la Misericordia.

 

En la “Tierra de María Santísima” no se concibe al Redentor sin la Corredentora. Y aquí ya se desbordan los cánones. Para la Madre bendita de Dios no hay límites. Dios tampoco los tuvo...

 

Habéis buscado todos los matices del Dolor para justificar la multiplicidad de las imágenes de la Señora:

 

Virgen de los Dolores,

Virgen del Mayor Dolor,

María Santísima de la Vera Cruz,

Virgen de la Piedad,

Nuestra Señora de la Soledad.

 

Agotada la onomástica dolorosa, habéis recurrido a títulos gozosos. Paradojas para el profano, que no entiende cómo se puede nominar a una Dolorosa con advocaciones tales, como:

 

María Santísima de Consolación y Esperanza,

Virgen del Consuelo,

Virgen de la Paz, y

Señora del Socorro...

 

“Salve, Madre, en la tierra de tus amores... En el cielo tan sólo te aman mejor”. Porque si en el cielo, la Trinidad Augusta puso sobre las sienes de la Reina de los ángeles una triple corona, tres coronas tenía reservadas Antequera para esta Reina, Remedios, Paz y Socorro “de los que gimen y lloran es este valle de lágrimas”

 

Sí. Tres coronas para una misma Reina: Corona para la Virgen de los Remedios, primera imagen mariana que fue coronada canónicamente en la Diócesis de Málaga.

 

Corona para la Virgen de la Paz. Anhelo deseado de sus cofrades, hecho feliz realidad en el Año Mariano.

 

Corona para la Madre del Socorro. Júbilo añadido al día luminoso de su Asunción gloriosa.

 

¡Tres coronas para una Reina!. Como en el Cielo: Corona de Dios Padre para la Reina, Hija predilecta, que con su “fiat” sin reticencias fue el origen del Remedio de nuestros males.

 

Corona de Dios Hijo para la Reina, Madre generosa, que le dio su sangre virginal para que pudiera rubricar la Alianza Eterna, Paz definitiva entre el Cielo y la Tierra.

 

Corona de Dios Espíritu Consolador para la Reina, Esposa fidelísima que dejándose invadir por la unción del Paráclito, es Socorro de nuestras indigencias.

 

¡Tres coronas para una Reina!... Así, señoras y señores, es la barroca Antequera. Para esta Reina del Dolor y del Gozo, ingenió la máxima creación procesionista barroca: El paso de palio, estuche digno, templo portátil y altar efímero donde el amor de los antequeranos entroniza a la Dama de sus amores.

 

El palio es la obra cumbre del arte cofradiero. El techo de palio es la más barroca representación del Cielo que esta tierra mágica haya podido inventar. Bajo este cielo, sobre espléndida peana, la imagen de María primorosamente ataviada: Saya profusamente bordada, rostro graciosamente enmarcado por las blondas, que son como un suave beso de espuma en la faz dolorida de la Madre. Y, por último, el manto, ¡No cave más!... Los mantos de las Dolorosas antequeranas se deslizan mansamente desde sus cabezas, como una ensoñada catarata de oro que discurriera por un cauce de terciopelo... ¡No cave más!.

 

Luz, flores, oro, plata... todo trasciende en el paso de palio y nos lleva, arrebatados como el Vidente de Patmos, a la visión de aquella victoriosa Mujer que irrumpe en el cielo, vestida de Sol, coronada de estrellas y la luna por escabel.

 

Antequera, señorial y noble, ciudad catalizadora de múltiples civilizaciones y culturas, en su desbordamiento barroco, no pierde nunca el sentido de la medida y de la armonía, exigencias fundamentales de toda obra de arte.

 

Aquí no son los tronos mejores por grandes, sino por su equilibrio. De ese equilibrio, canon básico del trono antequerano, deviene el que sea como un requiebro amoroso para el dolor de la Virgen y como una caricia para los pies llagados de Cristo.

 

V.-¿Quién puede ser pregonero?.- El que vive “su” Semana Santa.

 

Estoy plenamente convencido que sólo es buen Pregonero de la Semana Santa de cualquier ciudad o pueblo, aquel que previamente la haya sentido y vivido. Dos condiciones -a mi modo de ver- indispensables.

 

Yo, antequeranos, no he tenido la oportunidad y suerte de vivir vuestra Semana Santa. Como andaluz la siento muy dentro; pero no la he vivido.

 

Es cierto que mi amistad con muchos de vosotros me ha brindado la coyuntura de visitar esta ciudad y admirar sus iglesias, sus tesoros, sus imágenes, y vuestros tronos e insignias. Pero todo ello, fuera del contexto de la Semana Santa.

 

No conozco, por desgracia, a vuestras cofradías en la calle. ¿Cómo las voy a describir, si aún conociéndolas ya me sería difícil?...

 

Por esta radical limitación, recurrí a todos los argumentos posibles para eludir la invitación que, oídos sordos, nuestro común amigo Federico Esteban y demás miembros de la Agrupación de Cofradías me hacían con insistente machaconería. Era un alto honor al que se me invitaba inmerecido por mi parte, y además imposible de satisfacer por las razones antes expuestas.

 

De nada valían mis lógicos argumentos: No puedo. Buscad a otro. Es mejor que sea un antequerano, que conozca vivencialmente vuestras procesiones. Vuestra Semana Santa tiene una personalidad muy acusada y definida... yo no la conozco. Os agradezco con toda mi alma el honor que me hacéis; pero no puedo... Imposible.

 

Tras este forcejeo dialéctico, cedí al requerimiento. Confieso que he pecado: he caído en la osadía... Y como a todo pecado sigue su penitencia, la mía es encontrarme hoy aquí, azaroso, metido en este laberinto del que no sé como voy a salir. Porque como decía San Juan de la Cruz, el más alto poeta de la Mística.

 

Entreme donde no supe

y quedeme no sabiendo

toda ciencia trascendiendo.

 

Cofrades antequeranos, concededme benévolos la solución de vuestra comprensión, porque os confieso mi incapacidad para dar satisfactorio cumplimiento a las esperanzas de los que asistís a esta convocatoria anual del Pregón de la Semana Santa. Yo estoy seguro de que habéis venido con la ilusión de que el pregonero os anticipe el regusto de las tensas emociones que, un año más, pondrá a flor de piel el discurrir de vuestras cofradías. Ojalá realizara a través de mis torpes palabras el milagro de la imposible síntesis y fuera yo capaz de narrar los sentimientos intensos que cada uno de vosotros experimentáis en los momentos álgidos de la estación penitencial.

 

Os he confesado mi temeraria osadía al aceptar el honroso oficio de ser pregonero, y si ahora intentara traducir esas viviendas intimas y personales vuestras, sería pecador reincidente.

 

En el tono familiar con que os hablo, os digo que el Pregón de vuestra Semana Santa me ha tenido durante varios días sumido en una gran preocupación. No acababa de encotrarle cauce al río...

 

Por fin, ¡bendito sea Dios! Mirando, una y otra vez, la colección de fotografías de vuestras imágenes Titulares, avizoré el cauce por el que podrían discurrir las ideas. Puse las fotografías en mi mesa de trabajo. Las ordené atendiendo el momento concreto que cada una de ellas representaba cronológicamente según el relato de los Evangelios. Junto a cada imagen del Redentor, coloqué la de la Corredentora con su advocacion correspondiente.

Ya tenía hecha la composición de lugar. Siguiendo el consejo ignaciano, faltaba ahora la contemplación para alcanzar el amor. Pedí a Dios que me ayudara y amorosamente fijaba mis ojos en la colección de fotográfica de vuestra iconografía pasionista, para que mis sentimientos vibraran al ritmo de los sentimientos de Cristo Jesús, que siendo Dios se despojó de su rango para hacerse esclavo.

 

VI. Contemplación del “Vía Crucis Antequerano”.

 

Cofrade antequerano: tú y yo juntos nos acercaremos a tu Cristo y a tu Virgen. Y lo haremos en silencio, con paz en tu corazón y en el mío. La Palabra de Dios no es fragor aturdido, ni huracán impetuoso, sino susurro de brisa suave. No es lluvia torrencial, sino agua mansa que empapa la tierra... Ven. Juntos nos adentramos en el silencio sonoro de la contemplación, en el que la imagen callada de tu Cristo y de tu Virgen se hará palabra.

 

Atrás quedó la Cuaresma; ha sido un maratón que puso a prueba los nervios. Qué trajín para tener a punto los múltiples y minuciosos detalles de la salida procesional... Por fin, llegaron los varales del palio; pero resulta que las tulipas vienen grandes, no encajan en los brazos de los candelabros... Menos mal, que las monjas terminaron los bordados. Las pobres tuvieron que quitarle horas a sus escasas horas de sueño...

 

La madre, la esposa o la novia ya dieron su toque femenino de limpieza y planchado a la túnica del hijo, del esposo o del novio...

 

El Nazareno del Dulce Nombre, ya tiene puesta la túnica de los días grandes... La Virgen ya está ataviada. Da gloria verla. No se cansa uno de mirarla de frente, del perfil izquierdo, del derecho... Aquel otro ángulo: Qué derroche de arte exquisito, de cariño y ternura... La Dolorosa ha quedado radiante. Seguro que arrebatará las miradas de cuantos la contemplen en el inmenso fanal de su palio.

 

Todo está a punto: Los hermanacos, cariátides ambulantes que soportarán generosos el peso del trono, han amarrado la almohadilla en la cargadera. Justo en el mismo lugar donde la viene atando desde hace años. Se dieron el madrugón para que nadie les usurpe el sitio, porque ese sitio concreto es una herencia irrenunciable. Allí, desde hace muchos años, el abuelo y el padre ataron sus almohadillas.

 

Los pajecillos del Rey de Reyes y de la Reina Virgen y Madre, los infantes campanilleros, ya se han aderezado con el traje cortesano de larga cola recamada de oro.

 

Antequera está ya dispuesta para darnos el Misterio de Dios muerto por amor poco a poco, esquina a esquina, calle a calle...

 

Acompáñame, hermano cofrade, a recorrer el itinerario procesional como en una imaginaria “armadilla”, para elegir el lugar idóneo, el rincón adecuado, el sitio estratégico desde el que mejor podamos contemplar el momento pasionista perpetuado en tu Cristo y en tu Virgen.

 

NUESTRO PADRE JESÚS A SU ENTRADA EN JERUSALÉN.

 

Es Domingo de Ramos.

 

El pórtico del templo de San Agustín es la “Puerta Dorada” de este trasunto de la Jerusalén bíblica en que, en estos días, se convierte Antequera.

 

Jesús, anunciado “Heredero del Trono de David”, se dispone a tomar posesión de la Capital de su Reino, cabalgando en un manso jumentillo.

 

La escena evangélica, reproducida en la plástica del trono, atravesó el dintel de la puerta. Entre arcos ojivales que forma la arquitectura vegetal de las palmeras, los primeros nazarenos antequeranos abren marcha a un cortejo de fe. Son niños vestidos a la usanza hebrea. La Cofradía de Nuestro Señor a su entrada en Jerusalén inicia senderos de festiva religiosidad y abre caminos al amor que lleva al Calvario y por el Calvario a la Gloria.

 

Las túnicas moradas y capuces blancos, pasión y gloria, de los hermanacos son presagios anticipados del Misterio Redentor.

 

Niño Nazareno, ¿por qué no tienes el atrevimiento de rogar a las monjitas de Madre de Dios que nos concedan licencia para romper por unos instantes el rigor de la clausura?... Diles que este pregonero quiere escalar la torre de su iglesia para ayudarles a repicar las campanas. Porque mientras Jesús entra en Jerusalén hay que cantar “hosanna”, y que el bronce de las campanas lance incansable su eco a los cuatro vientos.

 

Gritad hosanna y haceos

como los niños hebreos

al paso del Redentor...

 

Ibas como va el sol a un ocaso de gloria;

cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria.

Pero Tú eres Rey, el Señor, el Dios fuerte,

la vida que renace del fondo de la muerte.

 

Derrota y victoria. Ocaso y sol. Muerte y Vida. Contraste intuido en exacta dinámica teológica por la Cofradía del Domingo de Ramos, que, tras el paso de Jesús entrando en Jerusalén, procesiona la imagen de Cristo orando en el Huerto.

 

NUESTRO PADRE JESÚS ORANDO EN EL HUERTO.

 

Hay una transmutación de escena: el rostro placentero de Jesús sobre los lomos del asno, se ha tornado en una marcha de muerte... Cristo ha entrado en agonía y levanta, suplicante, sus ojos al cielo.

 

Por la cara de Cristo corren gotas de sangre roja como las túnicas de los nazarenos y los capuces de los hermanacos... El Huerto de los Olivos ha quedado abonado con la sangre de Dios.

 

El Dios-Hombre tan dueño de sí mismo es ahora un bajel que flota abandonado a merced de las olas invisibles. Cristo se ha quedado solo. Los discípulos duermen... Únicamente el rostro de Jesús mojado de luna se mantiene orante. Desde el silencio profundo de la noche, el Hijo de Dios contempla horrorizado el horizonte como un espectro de terror, y siente miedo, angustia, tedio, pavor...

 

Terribles dimensiones de un Dios que redime el pecado “haciéndose pecado”.

 

Jesús necesita el consuelo del cielo: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz”. Y Jesús necesita también el consuelo de la tierra: “¿No habéis podido velar conmigo en esta hora?...”

 

Para el Hijo “de las predilecciones” divinas, desamparado en Getsemaní, el Padre Dios le envía la compañía confortadora de un ángel.

 

Para el Hijo, “fruto bendito del vientre virginal”, abandonado de sus amigos, el Padre Dios le regala con la presencia de una Madre que es Consolación y Esperanza.

 

Ante esa Madre, Consolación de nuestras penas y Esperanza de nuestras agonías, brota del alma el requiebro amoroso y la oración suplicante.

 

¿Dónde está ya el mediodía

luminoso en que Gabriel,

desde el marco del dintel

te saludó: “Ave María”?.

 

Virgen ya de la agonía,

tu Hijo es el que Cruza ahí.

Déjame hacer junto a tí

ese augusto itinerario.

Para ir al Monte Calvario

Cítame en Getsemaní.

 

NUESTRO PADRE JESÚS DEL RESCATE.

 

Un beso traidor ha sido la chispa desencadenante de una hoguera de odios. A partir de este momento, los acontecimientos se sucederán imparables.

 

El beso hipócrita ha sido la señal previamente convenida para prender a Jesús... Atadas sus manos, Cristo ha quedado a merced del odio.

 

“El poder de las tinieblas” se ha enseñoreado de la noche y la hace interminable en un trasiego de tribunales: El Sanedrín, el Pretorio, el Palacio de Herodes, otra vez el Pretorio...

 

Jesús indefenso. Nadie reclama los derechos humanos de este Condenado.

 

Las manos de Jesús fuertemente trabadas no pueden ya acariciar a los niños, ni curar enfermos, ni dar vista a los ciegos, ni oído a los sordos, ni vida a los muertos... Las manos de Jesús se encuentran envaradas para bendecir, para partir el pan de la tierra que sacia multitudes hambrientas y el pan del cielo que sacia hambres de Dios.

 

¡Qué incongruente paradoja!

 

Hermano penitente del Rescate, sé mi “cicerone” en el Martes Santo antequerano porque me aguijonea una punzante curiosidad.

 

¿Qué lugar me recomienda para mejor observar de cerca al Padre Jesús del Rescate, imagen que concita tanto fervor popular?. Me interesa ver al Cristo Trinitario muy de cerca. Quiero percibir el calor de sus manos. Tocarlas, si es posible. Identificarlas...

 

Si me permite una sugerencia, yo te diría que para satisfacer esta inquietante curiosidad, prefiero que me sitúes en cualquier calleja estrecha. Mejor, si la calleja está en penumbra... Es un capricho, ¿sabes?; pero en esa angostura de la calle me da la sensación de que Cristo se me hace más cercano, más intimo.

 

De todas formas, me da igual. Llévame, cofrade del Rescate, donde tu quieras: a la calle Porterías, Laguna, o la plaza San Luis... Pero –eso si- al sitio desde el cual pueda ver, sin perder detalle, las manos atadas de tu Cristo... Tengo curiosidad por identificarlas. Me extraña que, después de 20 siglos, Cristo siga con sus manos atadas.

 

¡Encontré respuesta a mi inquietante pregunta!. Se resolvió mi incógnita: Gracias a que pude contemplar muy de cerca de Cristo, identifiqué mis manos en las suyas... y tus manos y las de todos los hombres en las manos del Señor del Rescate, Cristo con las manos atadas.

 

Veinte siglos llevamos los hombres amordazando las manos de Cristo, porque dejamos al egoísmo que amordace las nuestras. Son mis manos, tus manos, nuestras manos atadas por tantas esclavitudes, las que imposibilitan que las manos de Cristo por nosotros, en nosotros y con nosotros sigan bendiciendo, curando, perdonando y partiendo generosas el pan de cada día.

 

Alfarero del hombre, mano trabajadora

que, de los hondos linos iniciales,

convocas a los pájaros a la primera aurora,

al pasto, los primeros animales.

 

De mañana te busco, hecho de luz concreta,

de espacio puro y tierra amanecida.

De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta.

de los sonoros ríos de la vida.

 

El árbol toma cuerpo, y el agua melodía;

tus manos son recientes en la rosa;

se espesa la abundancia del mundo a mediodía,

y estás de corazón en cada cosa.

 

No hay brisa, si no alientas, monte, si no estas dentro,

ni soledad en que no te hagas fuerte.

Todo es presencia y gracia. Vivir en ese encuentro:

Tú, por la luz, el hombre, por la muerte.

 

Que se acabe el pecado. Mira, que es desdecirte

dejar tanta hermosura en tanta guerra.

Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte

de haberle dado un día las llaves de la tierra.

 

JESÚS ATADO A LA COLUMNA.

 

Las turbas, ávidas de odio, tienen sed de sangre: “Crucifícalo, crucifícalo”... “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. “Yo no hallo culpa en Él (Jn. 16,6): respondió Pilatos. No obstante -¡que absurda lógica!-, poco después dictará la sentencia deicida. Y la dictará no con palabras, sino con un gesto escalofriante: “entregó a Jesús a la voluntad de ellos” (Lc. 23,25), y mandó azotarle”. (Jn. 19,1)

 

Hermano de la Cofradía de Servitas, acompáñame. Vamos para el barrio de Santiago. Quiero entrar contigo en la iglesia del monasterio de la Claras. Allí podremos ser, tú y yo testigos de la pavorosa escena de la flagelación. Allí nos espera Jesús atado a la columna.

 

La carne de Dios, pura, sin mancilla está hecha jirones, machacada por los terribles azotes... Andrés de Carvajal quiso parar el tiempo en esta efigie de Jesús azotado para que brotara del corazón del hombre una rebelión decidida ante tamaña profanación...

 

Los labios del Señor de la Columna están como insinuando una pregunta: “¿Seguro que no te sientes cómplice en el tormento de mis azotes?”.

 

Quizás, cofrade, tu y yo no debamos ir demasiado lejos para hallar las pruebas de nuestra complicidad.

 

Está en curso una colosal “campaña de difamación de la imagen de Dios en el hombre”. Y nadie se rebela.

 

Literatura, cine, filosofía, doctrina política y económica, revistas entablan una verdadera competencia para presentar una imagen pavorosamente reducida y deformada del hombre.

 

El hombre, impronta de Dios, reducido a un manojo de instintos, a la violencia, a la pasión desenfrenada.

 

La inteligencia reducida a astucia. La felicidad reducida a placer. El amor reducido al sexo.

 

Nadie protesta contra esta flagelación que magulla al hombre. Peor aún: poco a poco nos vamos acostumbrando a esta imagen empobrecida...

 

Jesús atado a la Columna, hemos enturbiado, hemos envilecido tu “proyecto de hombre”. Tú, Señor, sufres la humillación y la vergüenza de nuestras acciones profanadoras.

 

El dolor extendido por tu cuerpo,

sometida tu alma como un lago,

vas a morir y mueres por nosotros,

ante el Padre que acepta perdonándonos.

 

Cristo, gracias aún, gracias, que aún duele

tu agonía en el mundo, en tus hermanos.

Que hay hambre, ese resumen de injusticias;

que hay hombre en el que te sientes flagelado.

 

Gracias por tu palabra que está viva,

y aquí la van diciendo nuestros labios;

gracias porque eres Dios y hablas a Dios

de nuestras soledades, nuestros bandos.

 

Que no existan verdugos, que no insistan;

rezas hoy con nosotros que rezamos.

Porque existen las víctimas, el llanto.

 

SEÑOR DEL MAYOR DOLOR.

 

El tormento de la flagelación –los antiguos llamaban a este castigo: “Dimidium mortis”, “La mitad de la muerte”- fue inagotable fuente de inspiración creadora para Carvajal. Su devoción a este momento de la Pasión de Jesús la testimonió en esa admirable trilogía: Jesús de la Columna, el Señor del Mayor Dolor  y el desaparecido Cristo del Perdón. Tres variaciones sobre un mismo tema.

 

El Señor del Mayor Dolor es la concreción iconográfica  de la atrevida expresión paulina: “A quien no conoció el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que nosotros nos hiciéramos en Él justificación de Dios” (2Cor. 5,21)

 

Durante siglos, la conmovedora imagen joya del acervo artístico religioso antequerano, es objeto de veneración popular en la quietud del templo-colegiata de San Sebastián.

 

Allá, en la década de los años cincuenta, un grupo de jóvenes, superando dificultades, realizaron el milagro: “Levántate y anda” –le dijeron ilusionados al Señor caído... /A partir de entonces, cada Miércoles Santo, el Señor del Mayor Dolor no anda porque se lo impiden sus fuerzas extenuadas; pero haciendo un supremo esfuerzo, premió aquellos nobles afanes juveniles arrastrándose por las calles de Antequera/... Y las calles de Antequera se hacen silencios tangibles para que ni, tan siquiera, el aire de la palabra pueda dilatar el manantial de las heridas y se agrave el dolor del Señor del Mayor Dolor.

 

Sé, amigo Paco Cordón, que fuiste unos de los principales iniciadores de esta Cofradía, a la que quisisteis imprimir un carácter de estricta penitencia. ¡Ojalá que este carisma fundacional se mantenga siempre “in crescendo”!.

 

Amigo Cordón, tú que has vivido la Cofradía del Mayor Dolor desde sus inicios indícame el lugar preciso desde el que pueda percibir mejor ese “poema de dolor”, hecho imagen soberana en el Señor del Mayor Dolor...

 

Quisiera acercarme a la llama parpadeante del cirio penitencial, porque necesito luz para leer reposadamente, al ritmo pausado de la procesión, el “Canto del Siervo sufriente de Yahvéh”.

 

Hace muchos siglos, milenios antes de que la gubias de Carvajal dejaran constancia del dolor de Dios en el prodigio de esta efigie, ya el profeta Isaías esculpió el dolor de Cristo con su pluma visionaria:

 

“¿Quién dio crédito a nuestra noticia?...

creció como un retoño delante de nosotros,

como raíz de tierra árida.

No tenía apariencia ni presencia:

Le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.

 

Despreciable y desecho de hombres,

varón de dolores y sabedor de dolencias,

como uno ante quien se oculta el rostro...

 

Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba

y nuestros dolores los que soportaba.

Nosotros le tuvimos por azotado,

herido de Dios y humillado.

Él ha sido herido por nuestras rebeldías,

molido por nuestras culpas.

Él soportó el castigo que nos trae la paz,

y con sus heridas hemos sido curados...

 

Yahvé descargó sobre él

la culpa de todos nosotros...

 

Como un manso cordero al degüello era llevado...

por nuestras rebeldías fue entregado a la muerte” (Is. 53,1-8)

 

NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO DE LA SANGRE.

 

El primer “Vía Crucis” de la historia está a punto de empezar.

 

Tras la flagelación, Pilatos convencido de la inocencia del Ajusticiado, ensaya nuevas tentativas para salvarlo. Todos los intentos fracasan.

 

“Ecce Homo”: “Aquí tenéis al hombre”... Otra vez, el grito deicida: Crucifícale, crucifícale.

 

“Era el día de la Parasceve, hacia la hora sexta. Dice Pilatos a los judíos: Aquí tenéis a vuestro Rey”. Ellos decía: Fuera, fuera ¡Crucifícale!... No tenemos más Rey que al César.

 

“Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargado con la cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota”. (Jn. 16)

 

Los cofrades tenemos un sentido posesivo de Dios. Decimos: “mi Cristo”, “mi Virgen”, y bien sabemos que tan sólo hay un único Señor y una sola Madre de Dios; pero a este único Señor y a esta única Madre anteponemos el adjetivo posesivo porque así Dios y la Virgen nos son más familiares.

 

Estudiantes, vosotros cargados de ilusiones, soñando esperanzas, quisisteis tener también “vuestro Cristo” y “vuestra Virgen”. Ese afán posesivo de Dios os hizo arrancar del olvido, no hace muchos años, algunas de las más valiosas y antiguas imágenes pasionistas de Antequera.

 

Mimáis con dedicación y esmero la iglesia franciscana de San Zoilo, donde reciben culto vuestros  Sagrados Titulares. Con vuestro trabajo personal y escasos medios económicos –la cartera del estudiante la llena la fotografía de la novia y poco más- restauráis cuidadosamente la arquitectura y ornamentos, heridos por el tiempo que no perdona.

 

¿Dónde prefieres, amigo estudiante, que admire esa joya de tu Nazareno de la Sangre?... ¿En la plaza de San Francisco?... ¿Te da igual en la plaza de la Encarnación?. Yo prefiero, en la noche del Lunes Santo, contemplar tu Cofradía desde el lugar que te he indicado. Porque me sugiere tantas cosas la palabra “Encarnación”. En esa palabra precisamente está la clave para descifrar el jeroglífico de la cruz.

 

El Nazareno de la Sangre representa iconográficamente el momento inicial de la ruta dolorosa; Jesús recibe la Cruz de manos del Centurión. Jesús se abraza a la cruz como a un ser que le es conocido, querido.  Y es que la cruz ya estaba desde el principio en su vida. La llevaba a cuestas desde que nació. En Belén. O mejor en la Encarnación.

 

El Hijos de Dios cargó con la cruz en el instante mismo en que aceptó la naturaleza humana. Sobre esa cruz pesaba además todos los pecados del mundo de los que el Redentor aceptó responsabilizarse voluntariamente con todas sus consecuencias.

 

La naturaleza humana de Cristo es un almacén de cruces. Y este almacén de cruces se lo dio su Madre. Por eso es Señora de la Vera Cruz.

 

María, en definitiva, es la que le hace partícipe, con el don de su carne y de su sangre, de la naturaleza humana.

 

Antes que el Centurión fue María, la Madre quien cargó sobre los hombros de Dios el peso de la cruz. Y al mismo tiempo, María, en la Encarnación cargaba también con la cruz del Hijo. María quedó embarazada de Dios y grávida de la cruz. En sus entrañas virginales llevaba un Hijo, que sería su cruz.

 

Encarnación y cruz, dos extremos que se tocan.

 

Desde la Encarnación Cristo en nosotros y nosotros en Él marchamos en la misma procesión. Afortunadamente, en el “Vía Crucis” de nuestra historia Cristo y nosotros somos los protagonistas.

 

Señor de la Sangre:

 

Así: te necesito

de carne y hueso.

Te atisba el alma en el ciclón de estrellas,

tumulto y sinfonía de los cielos;

y, a zaga del arcano de la vida,

perforas el caos y sojuzga el tiempo,

y da contigo, Padre de las causas,

Motor primero.

 

Mas el frío conturba en los abismos,

y en los días de Dios amarga el vértigo.

Y un fuego vivo necesita el alma

y un asidero.

 

Hombre quisiste hacerme, no desnuda

inmaterialidad del pensamiento.

Soy una encarnación diminutiva;

el arte, resplandor que toma cuerpo:

la palabra es la carne de la idea:

la encarnación del universo.

Y el que puso esta ley en nuestra nada

hizo carne su Verbo.

 

Así, tangible, humano,

Fraterno.

 

Ungir tus pies, que buscan mi camino,

sentir tus manos en mis ojos ciegos,

hundirme, como Juan, en tu regazo,

y –Judas sin traición- darte mi beso.

 

Carne soy, y de carne te quiero.

Caridad que viniste a mi indigencia,

qué bien sabes hablar en mi dialecto.

Así, sufriente, corporal, amigo,

como te entiendo.

Dulce locura de misericordia:

los dos de carne y hueso.

 

 

DULCE NOMBRE DE JESUS.

 

Antequera no se contenta con la visión de Jesús abrazando a la cruz; solidaria con el Nazareno, quiere contemplarlo cargado con el peso del madero...

 

En la tarde vencida del Viernes Santo, yo te pediría, hermano Mayor de paso, me concedieras la oportunidad de dirigir el trono del Nazareno del Dulce Nombre. Me contento aunque sea en un trayecto breve. Quiero hacer camino con Él, que es Dios mismo que cruza nuestras calles que se hacen ruta, borde y ladera de tan divino caminar.

 

Hermano Mayor de Paso, no me prives de esta única oportunidad. Mira que “el discípulo no es mayor que el maestro”, y el Maestro tiñó de rojo su vestido “como el ropaje del viñador que pisa la uva” (Is. 62,2). Y no quiero que el Maestro –Viñador me eche en cara la queja: “El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo” (Is. 63,3).

 

Quiero aprender, fijos los ojos, en el Nazareno del Dulce Nombre la lección: “Si alguien quiere seguirme que se niegue a sí mismo y tome su cruz” (Mt. 16,24)... Es el Maestro quien nos ha de entrenar en esta difícil andadura del “camino real de la cruz”.

 

Ando por mi camino, pasajero,

y a veces creo que voy sin compañía,

hasta que siento que me guía,

al compás de mi andar, de otro viajero.

 

No lo veo, pero está. Si voy ligero,

él apresura el paso; se diría

que quiere ir a mi lado todo el día,

invisible y seguro el compañero.

 

Al llegar a terrero solitario,

él me presta valor para que siga,

y, si descanso, junto a mí reposa.

 

Y, cuando hay que subir al monte(Calvario

lo llama Él), siento en su mano amiga,

que me ayuda, una yaga dolorosa.

 

SANTÍSIMO CRISTO DEL CONSUELO.

 

Jueves Santo, La Misa Vespertina ha sido conmemoración emocionada de la institución del Sacramento del Amor...

 

Las campanas han enmudecido y Dios se ha hecho presencia en la profundidad dorada del monumento.

 

Perece como si todo inesperadamente cobrase un nuevo ritmo; como si se durmiera la materia, para dejar sólo paso a la alta vibración del espíritu. La voz de la ciudad se apaga, para quedar en oración musitada, total e infinita. Es el día del “Amor de los Amores”.

 

Oración musitada ante la Palabra de Dios hecha silencio en la presencia enamorada de la Eucaristía de nuestros sagrarios.

 

Oración musitada ante la Palabra de Dios hecha voz, que reclama en el silencio elocuente de la imagen del Santísimo Cristo del Consuelo.

 

Hemos emprendido nuevamente la andadura imaginaria de este singular “Vía Crucis”.

 

Cristo, abrumado por la cruz, cae a tierra.

 

Era un peso insoportable. La cruz reunía en sí –como hemos dicho- todos los sufrimientos de la humanidad.

 

Pero contenía también, arracimados, todos los pecados de los hombres. ¡Dura carga para unos hombros tan débiles!.

 

Mermadas las fuerzas, Jesús cae una, dos, tres veces...

 

¿En cuál de estas tres caídas, Señor del Consuelo, te sorprendió el genio del artista que tallara tu soberana imagen?...

 

La Cofradía de Servitas, ha querido dulcificar la dramática escena: una rica canastilla labrada y dorada por artífices antequeranos soportan el cuerpo rendido de Cristo.

 

“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1,29).

 

¡Pecado!. Una palabra fuera de uso, aún en el vocabulario de la mayor parte de los cristianos.

 

Pecado. Una moneda devaluada, que parece tener ya tan sólo un interés arqueológico.

 

Sin embargo, Señor del Consuelo, en el pecado descubro el carnet de mi propia identidad. Y tú, Señor, te haces “encuentro” en la encrucijada de mi pecado.

 

Y en ese encuentro estremecido estriba mi dignidad. Porque la suprema dignidad del hombre es ser alguien por quien el corazón de Dios se estremece.

 

El “Vía Crucis” no es una ruta turística.

 

Es una profanación recorrer sus estaciones con actitud de frívola curiosidad.

 

Hay un ritmo –el único válido- para esta andadura. El ritmo macado por los latidos del corazón de una Madre. Ella, la Mujer de los Dolores, nos enseña a caminar tras “El Varón de los dolores”.

 

El “fiat” de la Anunciación había sido una firma en blanco al plan de Dios. Ahora, este seguir la Madre fielmente las pisadas del Hijo, es la última consecuencia de aquel “Sí” inicial.

 

Fue necesario el “Sí” de la Madre para el nacimiento del Hijo.

 

Ahora al corazón desgarrado de María se le pide otro “Sí” para la muerte de Cristo.

 

Cada paso de María es la ascensión dolorosa hasta llegar a la cima del Calvario es un “Sí” iterativo a la voluntad de Dios. ¡Así se recorre la “Vía Dolorosa”!.

 

Y otra vez, la coincidencia de nombres que distan en el tiempo   y se unen en aclaraciones del misterio.

 

Virgen de los Dolores y Belén... El pueblo andaluz tiene estas felices intuiciones. La piedad antequerana albergó a la Madre de los Dolores en la iglesia de Belén. Como si hubiera querido aunar en el caudal de lágrimas que corren por las tersas mejillas virginales los sentimientos más encontrados. Las lágrimas de gozo de Belén con las lágrimas del dolor en el Calvario.

 

Qué lejos, Madre, la cuna

y tus gozos de Belén:

“No, mi niño, no. No hay quien

de mis brazos te desuna.

Y rayos tibios de luna,

entre las pajas de miel,

le acariciaban la piel

sin despertarle. Qué larga

es la distancia y qué amarga

de Jesús muerto a Emmanuel.

 

Madre:

Déjame que te restañe

ese llanto cristalino,

y a la vera del camino

permite que te acompañe.

Deja que en lágrimas bañe

la orla negra de tu manto

a los pies del árbol santo,

donde tu fruto se mustia.

Capitana de la angustia:

¡no quiero que sufras tanto!.

 

NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO.

 

En verdad que es misteriosa la pasión de Cristo. Dios se inscribe en las filas del sufrimiento humano, toma posesión de él, lo carga sobre sus espaldas. Pero a su vez, ofrece al hombre la posibilidad de condividir su dolor, de participar en su pasión, de ofrecerle una ayuda para llevar la cruz.

 

El episodio del Cirineo es la ilustración más gráfica de esa misteriosa mezcla, de ese recíproco compartir.

 

Dios que interviene en el dolor del hombre.

 

Y el hombre que interviene en el dolor de Dios.

 

Dios que carga con el peso del hombre.

 

Y el hombre llamado a cargar con el peso de Dios...

 

Hermanos de la Cofradía de Arriba, cuánto sabes tú de este admirable intercambio. Nadie mejor que tú, Cirineo del Divino Nazareno, podría explicarnos como se camina junto a Dios, asidos a su cruz y la nuestra. La cruz de cada día: el trabajo que curtió tu piel y hormó tus hombros para que, justas en ellos, encajaran las aristas de la cruz.

 

Hermanacos, cirineos generosos, nunca perdáis la armonía y la finura de este pueblo cuando llevéis a Dios. No permitáis que nadie os robe a Cristo, que nadie le usurpe a Dios su sitio en Antequera.

 

SANTÍSIMO CRISTO DE LA MISERICORDIA.

 

“Llegados al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (Lc. 24,33-34).

 

“Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre, la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al Discípulo a quien amaba, dice a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al Discípulo: ahí tienes a tu Madre”. (Jn. 19,25-27).

 

Las tres horas de Calvario se le han hecho a Jesús más largas que sus treinta años de vida.

 

Pero en el dolor del cuerpo distendido, Cristo es capaz todavía de inventariar lo que le queda por dar.

 

El amor del Crucificado es un don total, audaz.

 

¿No ha olvidado nada?. Quizás quedó una última deuda por pagar: lo que le están haciendo los hombres...

 

“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23,34).

 

¿He oído bien, Cristo de la Misericordia, las palabras que pronuncian tus labios resecos por la sed?... No te comprendo. En Getsemaní, te dirigías al Padre usando el condicional: “Padre si es posible...” (Mt. 26,39). Ahora, cuando se trata de tus propios verdugos usas el imperativo: “Padre, perdónales...”

 

No te entiendo, Señor.

 

La respuesta es bien explícita. El Crucificado, desde su trono que hoy es Calvario florecido, me devuelve la pregunta aclaradora:

 

¿”No me entiendes?... Entonces, ¿por qué me llamas Cristo de la Misericordia?...

 

Ni los clavos, ni el madero

me tienen crucificado,

sino sólo tus pecados

y lo mucho que te quiero.

 

“Junto a la cruz de Jesús estaba su Madre...”

Le quedaba aún ese consuelo, el consuelo insustituible de una madre... No duda en entregárnosla.

 

En el Calvario empezó para María una etapa difícil. Tendrá que ocuparse de todos nosotros. La Virgen será desde este momento la madre del Consuelo para cuantos suspiramos y gemimos en el país del destierro.

 

SANTÍSIMO CRISTO VERDE.

 

“Jesús inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn. 19,30).

 

Por fortuna para nosotros, el Dios de la cruz no recogió el guante del último desafío que le lanzó la mezquindad irónica: “que baje ahora de la cruz el Cristo, el Rey de Israel” (Mc. 15,32).

 

No. No bajará de la cruz. Permanecerá voluntariamente cosido al patíbulo. Como está el Cristo Verde.

 

Él mismo se puso este “mote”: no lloréis por mí; llorad por vosotros, por vuestros hijos. Porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué ocurrirá en el tronco seco?. (Lc. 23, 27-31)

 

¿Entiendes ahora, estudiante, el por qué del “mote” de tu Cristo?.

 

No es el mote con el que en plan de camaradería ingeniosa, llamas al profesor o al compañero de curso. Ese mote –Cristo Verde- se lo puso el mismo Cristo. Él, inocente, es el tronco verde.

 

Tú y yo, los demás, somos el tronco seco.

 

“Si en el tronco verde hacen esto, ¿qué ocurrirá en el seco?”.

 

Las palabras de tu Cristo, estudiante, producen escalofrío. No necesitamos ser expertos en botánica para saber en qué categoría de tronco debemos ser clasificados.

 

SANTO ENTIERRO.

 

“Fue José de Arimatea, miembro importante del Consejo, que también había recibido el reino de Dios, y se atrevió a entrar a ver a Pilatos y a pedirle el cuerpo de Jesús. Pilatos se extrañó de que ya hubiera muerto, y llamó al centurión para verificar la muerte de Jesús. Testificada la muerte por el centurión, Pilatos le concedió el cadáver a José. Este compró una sábana, le bajó, le envolvió  en la sábana, y lo puso en un sepulcro cavado en la roca; luego rodó una piedra sobre la puerta del sepulcro” (Mc. 15,43-46)

 

“Llegó también Nicodemo... y trajo una mixtura de mirra y áloe, como de cien libras para ungir el cuerpo de Jesús” (Jn. 19-39).

 

Ya está el grano de trigo arrojado al surco. La espera de la cosecha se hace tensa.

Tras la trasparencia de un sepulcro dorado como una inmensa custodia, Antequera podrá percibir, absorta, que “el grano de trigo” sepultado rompe en promesas de cargada espiga por las heridas de cinco llagas.

 

Avanza el cortejo con pisada arrastrada, como la del sembrador, al peso del cansancio y como sostenido por ese hilo suspirante que parece seguir de cada esquina, cubierta por la húmeda yedra de la noche.

 

Arrastra el dolor cansino, el dolor sereno de la Madre... Ya está sola la Soledad.

 

Mejor es no estorbarla. No preguntarle. Que nuestra presencia pase desapercibida. Si ella la detecta, podría congelarse el río de sus lágrimas.

 

Dejemos a la Virgen de la Soledad, primor doloroso hecho suspiro, concentrada en su dolor. Es mejor no preguntarle. Nos llenaría de rubor la respuesta.

 

¡Ay Soledad de soledades!... ¡Sola!

igual que una palmera en el desierto...

Dolor a solas con el Hijo muerto,

hostia de amor callada, que se inmola.

 

Así sangra en los trigales la amapola,

sola en el campo -corazon abierto-

así buscando en soledad el puerto,

el náufrago se pierde entre las olas.

 

Así buscó tus brazos; Dolorosa,

como niño que llora y no reposa

hasta dormir tranquilo en tu regazo.

 

Qué dulce y qué serena compañía,

tu soledad que se une con la mía

en un estrecho y maternal abrazo.

 

Cofrades antequeranos, ahora, después de recorrer paso a paso el itinerario doliente del “Vía Crucis”, podremos encerrar en el limitado cauce de dos palabras, el caudal incontenible: “Dios es Amor” (I. Jn. 4,8)

 

“Nosotros lo hemos conocido y hemos creído en el Amor” (I. Jn. 4,16).

 

VIRGEN CORONADA DE LA PAZ.

VIRGEN CORONADA DEL SOCORRO.

 

Si en el Domingo de Ramos Antequera inauguraba la Gran Semana con la Cofradía infantil de la “Pollinica”, el Viernes Santo, esta noble ciudad condensará todo el señorío en la noche única de su Semana Santa.

 

Noche para ser soñada más que para ser contada.

Por ello, antequeranos, vamos a gozar de esa ensoñación.

 

Escribo estas líneas cuando el reloj marca puntualmente las cuatro de la madrugada. Estoy literalmente agotado. Prefiero que el sueño sea el que sueñe y describa la realidad de esa noche.

 

Antequera. Noche del Viernes Santo. En la calle, dos imágenes coronadas de la Virgen. La de “arriba”, la de “abajo”.

 

Las dos cofradías discurren, ríos de luz, por cauces de entusiasmo, plegarias, aplausos... Y mientras Antequera se sumerge absorta en este caudal de gracia, el “angelote” vigía de la ciudad, desde el pináculo del mudéjar-barroco de la torre de San Sebastián entabla un diálogo. Desde el cielo, Madre Carmen del Niño Jesús es la interlocutora.

 

¿Qué novedad por la Corte celestial, Madre Carmen?

 

Agitación. Inquietud. Mucha inquietud, -contesta Madre Carmen-. Esto está hoy que es un hervidero en plena ebullición. Corrillos por todas parte. Más que el cielo, parece un patio de vecinos.

 

El “angelote” se ha quedado inmóvil. La noticia casi la hacía perder su secular equilibrio.

 

Por un momento, Madre Carmen temió por la integridad del “angelote”, que empujado por el vértigo de la noticia pudo haber dado con su bronce en el suelo. Inmediatamente, le aclaró con detalle tan extraña conmoción celestial.

 

Mira, “angelote”, desde esta mañana tus hermanos los ángeles notan como un vehemente deseo que aflora en su Reina. Ellos la subieron al Cielo el día de la Asunción y ahora detectan en la Señora como un afán de descensión.

 

“Por otro rincón del Paraíso, los Patriarcas y Profetas cuchichean y entre ellos flota la misma preocupación.”

 

Los Apóstoles sigilosamente, sin previa convocatoria, se han reunido en cónclave. Me recordaban los días del Cenáculo, pero sin María. Por lo visto, por las noticias filtradas, han preguntado a San Pedro si es cierto que la Madre de Dios le dijo que donde guardaba las llaves...

 

El rumor, a medida que transcurren las horas, cada vez es más inquietante. Resulta que el Coro de los Mártires, custodios del tesoro real, han detectado que en la colección de coronas de la Reina, faltan dos. Las dos últimas que llegaron hace unos meses, en el Año Mariano, regalos de Antequera.

 

Puedes imaginarte la preocupación... ¿Dónde están las dos coronas?... ¿Qué ha podido ser de ellas?.

 

Alguno de los Mártires sospechan: ¿Se descuidaría Pedro y no cerró bien las puertas?.  ¡Imposible! –contestan otros-.

 

Sí ha podido ocurrir lo de tantas veces: Que cuando Pedro atranca con rigor las puertas del Cielo, la Reina por temor a que algún hijo rezagado se quede fuera, como el que no quiere la cosa, deja entornada una ventana... Por ahí pudo colarse el ladrón. Quizás, Judas.

 

Sería lo peor, -apostilló uno de los Mártires-: Judas con tal de coger unas monedas, es capaz de malvender las preciosas coronas.

 

El séquito de vírgenes, damas de la corte de la Reina, musitan palabras con acentos de Salmodias de clausura: La Reina se ha vestido de perlas y brocado; se ha enjoyado con oro de Ofir... Está bellísima. (Salmo 44)... ¿Para qué fiesta se prepara la Señora?...

 

¿Y los antequeranos que hacéis?, le dijo el “angelote” a Madre Carmen.

 

Pues no perder la calma, dijo Madre Carmen con la mayor naturalidad.

 

Lógico: Madre Carmen y el puñado de antequeranos que con ella están en el cielo se han “olido” la estratagema que les va a jugar María a todos los componentes de la Corte celestial.

 

Los bienaventurados, como en el Cielo, “el luto, el llanto y el dolor” están ausentes, no han caído en la cuenta de que hoy es Viernes Santo.

 

Madre Carmen y sus paisanos sí lo saben. ¿A qué antequerano se le podrá borrar de la memoria por los siglos de los siglos la noche del Viernes Santo en su ciudad?.

 

Por eso, están tranquilos y hasta sonríen pícaramente. Se saben, como si lo estuvieran viendo, la jugada que la Reina le tiene preparada a la Corte celestial. Una jugada difícil; pero como Ella consigue de Dios lo que quiere...

 

Veréis como se las arregla; dice Madre Carmen a sus paisanos.

 

Y efectivamente: La Reina “de noche sin ser notada, estando ya la casa sosegada”, cautelosamente, sorteando los cuerpos de guardia de los Ángeles, de los Apóstoles, de los Patriarcas, de los Profetas... traspasa el umbral del Cielo.

 

Es Viernes Santo y esta noche su cielo es Antequera. La plaza de San Sebastián.

 

En esta plaza, -haz apretado de corazones antequeranos- en la noche única del Viernes Santo, Ella se siente más Madre, porque es más Socorro que desciende del Cielo, y se siente más Reina porque es más Paz que brota de la Tierra.

 

Para esta noche, antequeranos, en que el sueño se hará realidad, yo os convoco a contemplar atónitos la realización del milagro imposible tantas veces formulado: Esta noche  “EL SOL SALDRÁ POR ANTEQUERA”... No os perdáis el prodigio.

 

Todos, absolutamente todos sin distinción de clases, con el único título que os ennoblece a todos por igual, “el amor a la Reina de las dos coronas”, tenéis un puesto reservado un la plaza de San Sebastián.

 

No os perdáis el prodigio... Acudid a rendir pleitesía a la Reina coronada con dos coronas, porque es Socorro que nos viene de “arriba”, del Cielo, y Paz de “abajo” porque brotó esa flor en nuestra tierra.

 

Yo estoy seguro que mientras aclamáis a la Mujer bendita entre todas las mujeres porque Dios la llenó de Gracia.

 

El ángel, desde la torre,

Madre Carmen, desde el Cielo

le alternarán alabanzas

como un salmo de requiebros.

 

Dios te salve, Reina, Madre del Socorro; dirá Madre Carmen.

 

Dios te salve, Reina, Virgen de la Paz; contestará el ángel.

 

Y se establecerá la tierna disputa, como una letanía de piropos.

 

Dios te salve, Reina y Madre, Socorro nuestro, mano para apoyar la frente cansada.

 

Dios te salve, Reina y Madre, Paz nuestra, cielo con pájaros, ventana con sol.

Socorro, alivio en la agonía.

 

Paz, campana en el valle.

 

Salve, Madre del Socorro, que en la tierra de tus amores eres pan, agua, vino, esposa, hermana, madre amable, criatura única, altísima en su gracia.

 

Salve, Madre de la Paz que en la tierra de tus amores eres paz como el atardecer que cae tranquilo sobre otero dormido entre esquilas de rebaño.

 

Señora del Socorro, oro de sol plácido tras la noche, la inquietud y la borrasca.

 

Señora de la Paz, mujer que por un “Sí” ganaste el campeonato mundial de las Cruz

Dios te salve, María, Socorro que nos enseña a dar nuestro amor a fondo perdido.

 

Dios te salve, Maria, Paz que nos urge a perdernos en el fondo del amor.

 

Tu frente, Reina coronada del Socorro, es un canto.

 

Tus ojos, Reina coronada de la Paz, son poesía.

 

Tu Socorro, Madre es música y miel.

 

Tu Paz, Señora, es silencio y fiesta.

 

Eres, Virgen, azahar de Paz.

 

Eres, Virgen, aurora de Socorro.

 

Y después: “A la vega, a la vega”. Por la cuesta Zapateros, por la empinada del Viento... con la Reina a la que sólo admitimos “que en el Cielo la amen mejor”.

 

Hermanos, cofrades, campanilleros, antequeranos todos, trepidantes de emoción como las varas del palio. Con urgencias de altura, como el ciprés. Sin que nada ni nadie nos frene: ¡A la vega! ¡a la vega!.

 

Aunque la cuesta cueste, porque es ascensión. Aunque la empinada es alta, más alto está el Cielo y... “Vamos al cielo con Ella”.

 

Con la MADRE CORONADA DEL SOCORRO.

Con la REINA CORONADA DE LA PAZ.

Con ELLA, antequeranos...

 

Estalló la Primavera. En el ánfora, símbolo heráldico de la Muy Noble y Muy Leal  ciudad de Antequera, han florecido diez varas de fragantes azucenas. Son las diez Cofradías antequeranas que proclaman con voz renovada la leyenda que ennoblece su blasón:

 

POR TU AMOR, CRISTO, SEÑOR Y REY.

POR TU AMOR, MARÍA, REINA Y SEÑORA.

 

He dicho

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