Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1981) D. Antonio Sierras Rubio - El Pregón

 

P R E G Ó N

 

 

Ilmo. Sr. Alcalde del Excmo. Ayuntamiento de Antequera.

Dignísimas Autoridades.

Sr. Presidente de la Agrupación de Cofradías.

Cofrades y Hermanos.

Señoras, Señores:

 

 

Hay momentos de la vida de un hombre de plena satisfacción, de plena alegría. Este es uno de mis momentos. Mi ciudad, mis paisanos, me han elegido pregonero de su Semana Santa.

 

Mis primeras palabras tienen que ser de gratitud a mi pueblo, a la Agrupación de Cofradías, representada en su Presidente, que tuvo la deferencia y la generosidad de ofrecerme la tan loable tarea de pronunciar este pregón. Gratitud que se hace más expresiva e intensa por la desproporción entre la misión encomendada y la persona, esta mi persona concreta, que ha sido elegida.

 

Gracias Señores Cofrades. Gracias Sr. Presidente.

 

Antequeranos, ante un ofrecimiento tan elegante y cariñoso, por parte de la Agrupación de Cofradías, no había otra alternativa, por mi parte, sino la de corresponder en la misma medida.

 

¡Semana Santa de Antequera!.

 

Antequera, mi bella ciudad, la noble ciudad de vieja y rica historia. Antequera, la tantas veces bien cantada por los poetas; la bien llamada ayer y la bien tenida hoy en los momentos actuales de nuestra Andalucía.

 

¡Semana Santa!.

 

¡Mi ciudad en su Semana Mayor; mi ciudad en sus procesiones!.

 

Antequeranos, la emoción me traiciona y la lengua se me pega al paladar. Vengo a ser vuestro pregonero, cargado de responsabilidad y de temor. Grande ha sido mi osadía. Pero fue el amor que tengo a mi ciudad quien me ha comprometido.

 

Por ello clamo y grito con el poeta:

 

“¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire

el corazón

y el sombrero...”

¡Ay pueblo mío, pueblo mío, te llevo en mis pensamientos y en mis palabras y en mi vida!.

 

Antequera, este pregonero, en su vida de estudiante, en Málaga, en su primera ausencia, ya te pregonaba alto, muy alto.

 

En mi vida profesional, ya sentí de nuevo tu separación y en Motril incluso se me quebraban tus horizontes. En Montilla, tierra cordobesa inolvidable para mí, en Montilla te contemplaba siempre en lontananza, como algo tan cerca y tan lejos.

 

Hoy, en Torremolinos, admiro todos los días las espaldas de tu Torcal.

 

Y siempre te pregono... pero... ¡Ausente!.

 

La ausencia me ha hecho comprender y valorar la grandeza de mi ciudad, de la que estoy privado.

 

Pero esta ausencia es para mi un dolor.

 

Antequeranos, traigo un grito de dolor, dolor de ausencia de todos los antequeranos ausentes.

 

Los antequeranos ausentes tenemos ansias de nuestro pueblo, nostalgia de nuestras calles, ceguera de nuestra luz, sordera de nuestros ruidos.

 

Nos falta nuestro aire. Todavía conservamos el recuerdo del sabor de nuestro pan y de nuestra agua.

 

Los antequeranos ausentes llevamos en nuestro corazón, al Cristo del Rescate, al Cristo Verde, al Cristo del Mayor Dolor, al Jesús Caído y al Dulce Nombre, al Cristo de la Misericordia, y, como no, al Cristo de la Salud y de las Aguas.

 

A la Virgen de la Esperanza, y a la de la Vera Cruz, a la del Mayor Dolor, a la del Consuelo, a la de los Dolores, a la de la Paz, a la del Socorro y Soledad.

 

“La procesión va por dentro”.

 

Los antequeranos ausentes nos hemos unido esta noche de pregón de Semana Santa.

 

Pregón. Grito. Saeta.

 

Antequeranos oidme:

 

Quisiera que todo mi pregón fuera la primera saeta de esta Semana Santa Antequerana; saeta colectiva, cantada al unísono a todos nuestros Cristos y Vírgenes, desde este altar, en esta noche antequerana, saeta cantada por todos los antequeranos ausentes.

 

La palabra Pregón la define el diccionario como: “Publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de una cosa que conviene que todos sepan”.

 

Sin embargo, permitidme que al buscarle a esta palabra sus progenitores y parientes más cercanos -todos muy musicales y poéticos- le encuentre tres carácteres o sentidos: sentido sagrado, sentido popular, sentido de panegírico.

 

A este Pregonero, profesor de latín, le parece que la palabra envolvía un sentido sagrado, una función religiosa de fórmulas míticas, arcanas, misteriosas, con las que se transmitían las voluntades o designios divinos.

 

La palabra “carmen” es un pariente muy cercano que significa verso, poema que se canta.

 

Después la palabra Pregón se sale del templo, se seculariza, se amplía y es aquella noticia que se divulga, que se hace conocer.

 

También lleva la palabra implícitamente un sentido de canto de alabanza, de encomio, de panegírico.

 

Este Pregonero, Antequeranos, celoso de su oficio, asume y se propone cumplir estas tres funciones: la sagrada, la popular y la panegírica, procurando siempre que la poesía y la musicalidad estén presentes.

 

Así lo requiere Pregón.

 

El Pregonero se siente envuelto por el halo divino. Desde este santuario “sancta sanctorum” de Antequera, templo patronal; en esta iglesia de exuberante y rica decoración; desde este sagrado altar; al pie de este retablo de barroquismo salomónico; bajo la protección de la divina Patrona, Virgen de los Remedios.

 

El pregonero en su función sagrada pregona:

 

Antequeranos, “en Jerusalén de Palestina, Jesús de Nazaret, tras una entrada triunfal en la ciudad, ha sido traicionado por uno de los suyos. Escribas y fariseos, el Gran Consejo lo ha condenado a muerte. Pilatos confirmó la sentencia. Y Jesús ha sido crucificado entre dos ladrones. En la cruz estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos”.

 

Antequeranos, vuelve a repetirse el sacrificio.

 

“¡Semana Santa! En la ciudad de Antequera”.

 

El Pregonero, juglar a lo divino, se sale del templo, busca las plazas y encrucijadas de Antequera.

 

Plaza de San Sebastián, plaza de San Francisco, plaza de la Trinidad y Cruz Blanca, Triunfo de San Pedro, plaza de Santiago, Balcón de Santo Domingo y Portichuelo.

 

El Pregonero, como si tuviera el don divino de la ubicuidad, desde todos estos lugares, esto viene a pregonar:

 

“Oidme, vecinos y forasteros, esto dice el Pregonero: en la ciudad de Antequera, en conmemoración de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesús y de los Dolores de su Madre, en la ciudad de Antequera, desde mañana, Domingo de Ramos, se celebrarán cultos, oficios y desfiles procesionales”.

 

Antequeranos, esto dice el Pregonero.

 

Que mi Pregón llegue a todos los barrios, a todas las calles, a todas las casas, a todos sus habitantes.

 

Que mi Pregón llegue desde el Portichuelo a las tierras de Gandía, Magdalena, Gayombal, La Rivera, Montes de San Cristóbal.

 

Que atraviese el Torcal y en su bajada llegue hasta el mar.

 

Que mi Pregón desde la Trinidad baje a la Estación, la Vega, Huertas del Romeral, Partidos Bajo y Alto...

 

Que se adentre y penetre en los pueblos de los alrededores, que vuele tierras adentro.

 

Antequeranos, el Pregonero vuelve de nuevo a este Santuario.

 

El Pregón es también un panegírico. El Pregonero ha dicho: “ En la ciudad de Antequera... Semana Santa”.

 

(Panegírico a lo humano. “En la ciudad de Antequera”.)

 

A tí..., espíritu invisible y alado, que alientas en mi alma poética el cariñoso impulso hacia estos cielos y tierras, hombres y cosas... A tí, ciudad esplendorosa y bella, de orgullo romano, árabe prestancia y cristiano corazón, en cuyas legendarias y pretéritas grandezas se compendían los hechos más gloriosos de la Historia de la Patria...”

 

Señoras y señores:

 

Hay que recorrer muchos pueblos de España, hay que estar dentro y salir fuera para comprender y disfrutar la belleza natural y artística de nuestra ciudad. Situada con privilegio en el centro de Andalucía

 

Sierra y llano, montaña y Vega.

 

Cerrada a los vientos húmedos del mar y abierta a los fríos intensos del Norte.

 

Campo y campo.

 

“Oh campo, esta hermosura no tiene página ni espejo y sólo, a veces, se deja seducir por el temblor de la palabra, por la insinuación de la poesía. Pero, ¿recogerte, encerrarte? ¿Quién pone puertas al campo?.”

 

Tierras altas de la montaña y la sierra, cerros y lomas.

 

Tierras de la Vega extensa, regada por el Guadalhorce y de capataz la Peña vigilante.

 

Cortijos y huertas. Casas blancas en el verdor de la llanura.

 

“¡Qué de sangre ha regado estos campos!. No sangre roja, ni derramada, sino sangre labradora, sudor y lágrimas, ¡Cuánto sueño, cuánta esperanza cuentan estas lindes tan caprichosas al parecer, tan fieles a la Poesía en realidad!. ¡Cuánta riqueza humana!”.

 

Guadalhorce y río de la Villa. Labrador y serpeante el primero; de agua viva de Sierra el de la Villa, que movió ruedas de la Rivera industrial de tenerías y fábricas.

 

Agua corriente de baños furtivos de niños sin playas, y en donde también lavaban lavanderas de brazos fuertes que nosotros veíamos al ir con la abuela en las funciones de San Juan: Huerto de Perea, mes de Mayo, sonsonete largo y cansado de la campana del “Papabellotas”. ¡Cristo de la Salud y de las Aguas!.

 

Y la ciudad, mi ciudad, nuestra ciudad.

 

Calles de edificios bien proporcionados, de discreta altura, con sus balcones y ventanas, con sus puertas artísticas; casas de mármol y columnas, de ladrillos y también de blanca y limpia cal. Casas de patios, de macetas y flores, de jazmines y damas de noche.

 

“Calles, ya con baldosas, ya terrizas, ya espaciosas y llanas, ya angostas y pinas”.

 

Barrios de mi pueblo:

 

Trinidad y Cruz Blanca, San Pedro y Santiago. Portugalejo y Cerro de la Cruz, Zacatín, San Miguel y el Carmen, Portichuelo, San Juan, Peñuelas, Girón y los Remedios.

 

Plazas dormidas en el silencio de su historia: Santa María.

 

Plazas en el alto llano en perpetua vela de acontecer: el Carmen.

 

Plazas de mística conventual: las Descalzas.

 

Plazas arrulladas por el agua que murmura en sus fuentes: San Sebastián, Santiago, San Bartolomé.

 

Iglesias y conventos.

 

Museo de iglesias es mi ciudad, en donde se encuentran los elementos de todos los estilos arquitectónicos, todos los caprichos del arte. Barroquismo y churriguerismo.

 

Torres de plano y en los vanos las campanas. Torre seria de San Agustín, esbelta y primorosa de San Sebastián, torre coqueta de Madre de Dios.

 

Campanas austeras y respetables, lentas y roncas; campanas nerviosas, revoltosas y locas.

 

Iglesias, conventos, torres, campanas. Antequera religiosa.

 

Y Antequera antigua: Y ya desde entonces Dios nos la regaló primorosa porque creó filigranas de rocas y laberínticos callejones; y Natura engendró verdes yedras silvestres adheridas a formas encantadas: Dios barroco de nuestro Torcal.

 

Antequera antigua, ennoblecida por el progreso de la Arquitectura, con el dintel severo de grandes piedras de Menga, Partenón de la Prehistoria, y con la falsa cúpula del Romeral, barroco prehistórico.

 

Antequera romana, de viejas murallas, de restos de villas que en sus mosaicos, de pequeñas teselas de elegante factura, en sus expresivas esculturas (el bello Efebo) denotan el gusto exquisito del arte y de un agradable sentido del buen vivir, de las gentes que habitaron esta ciudad.

 

Antequera musulmana. Con su Castillo, “el Papabellotas”, desde el que hoy la vista se alarga y el corazón se ensancha.

 

Y Antequera cristiana, desde el año 1.410, con el Infante Don Fernando, el de Antequera.

 

Antequeranos, aquí el Pregonero hace un inciso, en honor a un paisano del mismo empleo, porque el Pregonero sabe que las cosas se alaban cuando se pierden, y por coincidencia de sentimientos, evoca el pregón doloroso y cruel de aquel antequerano moro que, al perder su ciudad, así pregonó llorando:

 

“Con tu licencia, buen rey,

diréte una nueva mala:

el Infante Don Fernando

tiene a Antequera ganada;

muchos moros deja muertos,

yo soy quien mejor librara,

y siete lanzadas traigo,

¡la menor me llega al alma!”

 

Y se sabe, antequeranos, que aquellos moros desalojados, idos, de su Antequera, en Granada fundaron un barrio: “la Antequeruela”. Y desde entonces, paisanos, empezaron las “Antequeruelas” y este Pregonero testifica, Dios lo sabe, que hoy existen muchas Antequeruelas, palabra larga de dolida añoranza y amor grande.

 

Antequera cristiana. Y el dolor del moro antequerano y la desesperación del rey granadino:

 

“las cartas echara al fuego

y al mensajero matara”

 

se convierten en un resurgir cristiano, en un quehacer de  ciudad, A ella llegan castellanos nobles, castellanos cuya generosidad con el vencido es razón de Cantar, de Romancero.

 

Y así la historia del Abencerraje y la hermosa Jarifa:

“Si piensas, Rodrigo de Narváez, que con darme libertad en tu castillo para venirme al mío, me dejaste libre, engañaste, que cuando liberaste mi cuerpo, prendiste mi corazón; las buenas obras prisiones son de los nobles corazones...”

 

“Hermosa Jarifa: No ha querido Abindarraez dejarme gozar del verdadero triunfo de su prisión, que consiste en perdonar y hacer bien.”

 

Y galanura de castellano, ya de Antequera:

 

“Y también, señora, yo no acostumbro a robar damas, sino servirlas y honrarlas.”

 

Y ya desde entonces:

 

“Quien pensare vencer a Rodrigo de Narváez de armas y cortesía, pensara mal.”

 

Antequera cristiana: el fervor religioso se extiende, se alzan nuevas iglesias, aparecen procesiones, se crean las primeras cofradías.

 

Siglo XVI.- Con un renacer de humanismo en la Colegiata de Santa María.

 

Siglo XVII.- Con una escuela poética de carácteres definidos.

 

Siglo XVII y XVIII.- Con afluencia de artistas: imagineros, escultores, alarifes, ebanistas, orfebres, pintores, plateros.

“Desde el gran templo extradecorado y rico, desde estos retablos en movimiento, donde los ángeles tocan y danzan, los santos marchan o se retuercen, las columnas vibran, hasta estas iglesias parroquiales quietas y blanqueadas, pobrecitas pero tan ricas, y ya en los límites temporales, desde monumentos renacentistas y reminiscencias góticas y mudéjares, hasta las más movidas complicaciones del barroco, se hallan aquí. Pero el sello de la ciudad es el barroco.”

 

Siglos XVII y XVIII.- Con determinismo artístico dejasteis bellamente marcada hasta hoy mi ciudad.

 

Antequera, ciudad monumental, conjunto artístico.

 

Este es el bello escenario de la Semana Mayor que el Pregonero canta.

 

(Panegírico a lo divino. Semana Santa. Ayer.)

 

El pregonero nació y vivió en la Cruz Blanca. En la Iglesia de la Trinidad, a los seis años, aprendió y ejerció el noble oficio de monaguillo, pícaro lázaro, sabedor de algunas cosas divinas y muchas humanas.

 

El Pregonero, por razones familiares que no vienen a cuento narrar -lo malo hay que olvidarlo- ascendió en sus funciones de acólito a la Parroquia de San Pedro. Y desde entonces empezó a saber de Cofradías y Procesiones.

 

El Pregonero recuerda de aquellos años: una Cuaresma larga, religiosa y humanamente bien cumplida: Abstinencias en serio y ayunos tan largos que se salían de Semana Santa.

 

Y antes de Cuaresma empezaba el rumor, el ajetreo, el ir y venir: la expectación, algo iba a suceder.

 

Reparaciones de tronos y túnicas y mantos. Preparación de imágenes. Reuniones asiduas de Cofrades.

 

Y los Septenarios.

 

Bajábamos -el Pregonero también- al Cristo de la Misericordia y a la Virgen del Consuelo de sus respectivos camarines. Y se les acomodaba en altares nuevos en el ábside del templo.

 

En aquellos días las campanas repicaban, como nunca, en volteos largos y atrevidos.

 

Las iglesias rebosantes: luces, flores, cera, incienso.

 

Y el gran acontecimiento de todas las noches: el Predicador.

 

Voces sonoras, rápidas; unas veces delicadas, otras aceradas y duras. ¡Qué sabiduría la de aquellos hombres!. Las palabras salían de sus bocas, jugaban ellas mismas entre sí, corriendo, saltando; a veces se precipitaban vertiginosamente; de pronto se paraban.

 

Aquellos púlpitos borboteaban chorros de voz. Y al final, las súplicas: piropos dichos a la Virgen, peticiones al Cristo; todo en solicitud por el pueblo, por la Cofradía.

 

Cultos, oficios de Semana Santa.

 

El Sermón de las Siete Palabras, oficio de tinieblas. Viacrucis.

 

La “Passio Domini Nostri Jesu Christi -secundum Mateum, secundum Joannem...”

La Pasión cantada por sus tres voces o tonos: bajo, barítono y tenor, aquel trinitario bajito, cara redonda, gafas pequeñas, de gorjeos divinos.

 

Y nosotros, sotanas rojas y roquetes blancos, dentro de toda aquella liturgia.

 

Y los Jueves y Viernes Santos: los Monumentos y sus visitas.

 

Monumento de San Pedro: ingenio de estilo neoclásico, de tres cuerpos que se elevaba hasta el techo de la iglesia, sostenido con sus columnas de madera, iluminado con más de mil trescientas velas en sus tres plantas, con vistosas lámparas colgantes. Luminosidad y brillantez de dos días de Semana Santa.

 

Y las procesiones: aquella Semana Santa procesionalmente era más reducida; solamente desfilaban las Cofradías de San Pedro, Belén, Santo Domingo, y Jesús: las Cofradías Antiguas.

 

Los días grandes eran el Jueves y Viernes Santo. ¡Qué desfiles!: armadillas, penitentes, celadores, campanilleros, Hermanos Mayores, Hermanos, y las Bandas y la Legión. ¡Qué espectáculo!.

 

El Pregonero retiene como recuerdo de niño, de aquella Semana Santa, que se vistió de armadilla en la procesión de la Virgen de la Paz.

 

Armadilla: túnica de terciopelo, larga cola, pañuelo de seda al cuello y esto era gran problema, pañuelo de seda blanco.

 

Después este pregonero se ausentó.

 

¿Dónde va el Estudiante? y yo le dije: “¡Qué sé yo!. Lejos.” ¿Por tiempo? dijo él. Y yo le dije: “Ni lo sé”.

 

Y allá en mi ausencia me decían: “Siéntate, que llevas al pueblo escrito en la cara”.

 

Pero allá, fuera de mi pueblo, empecé a darme cuenta de que ser de pueblo era un don de Dios... porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro”.

 

Han pasado ya algunos años y el Pregonero regresa muchas veces a su pueblo y se lo lleva en el alma.

 

Y porque vuelve muchas veces el Pregonero sabe que su pueblo sigue siendo hermoso. Que su aire es su aire. Sus calles y sus casas como eran. Que anda, no corre, ni tropieza. Que habla, ríe y respira.

 

El Pregonero sabe también que aquella Semana Santa sigue, pero más completa, que han aumentado las Cofradías, que éstas se ayudan, que un espíritu joven las anima, que se esfuerzan constantemente por el esplendor de la Semana Santa y de sus desfiles procesionales.

 

(Semana Santa. Hoy.)

 

“Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz¡.

Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la Agonía,

y es la fe de mis mayores”¡.

 

Antequeranos, la primavera ha llegado y con la venida de la primavera un “ramalazo de dolor”.

 

“Y habiéndole llevado un pollino, pusieron sobre él sus vestidos y el Señor montó en él. Unos tendían sus vestidos en el camino, otros esparcían ramos de árboles; y los que le seguían clamaban: ¡Hosanna! bendito el que viene en nombre del Señor”.

 

Domingo de Ramos.

 

Cofradía de Nuestro Señor a su entrada en Jerusalén, Oración del Huerto y María Santísima de la Consolación y Esperanza.

 

Palmas y ramos de olivo. Niños y niñas. Niños y madres. Inocencia.

 

Se abre la Semana Santa procesional. Tarde de luz, con colgaduras y balcones de fiesta.

 

“Dejad que los niños se acerquen a mí”. Y los niños se acercan a la “Pollinica”.

 

“Cristo a su entrada en Jerusalén”. Los niños de Antequera llevando ramos de olivo salen al encuentro del Señor y claman: ¡Gloria en el cielo!.

San Sebastián con su torre, alta, tan alta y barroca; la plaza con su fuente, su arcada; afluencia de seis calles, guardada, vigilada, defendida por la grandeza del pasado: el “Papabellotas”, Santa María, testimonios de la historia.

 

Encarnación, con su templo, y sus fachadas blancas y, en él recodo de la plaza del Coso Viejo, la iglesia de la Catalinas y allá abajo, cuando la calle se acaba, a la derecha, San José de las Descalzas.

 

Arriba el pasado. Abajo el presente.

 

Encarnación y San Sebastián, calle y plaza de triunfo, alegría de Cristo que entra en Antequera en su triunfo procesional.

 

“¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Hosanna!

al Hombre-Dios que en el humilde trono

de la pollina mansa,

majestuoso avanza

rompiendo el oleaje

de millares de palmas,

homenaje

de un pueblo que lo aclama enardecido...”

 

“Cristo orante en el Huerto”. “Y se le apareció un Ángel del Cielo confortándole, y puesto en agonía, oraba más largamente”.

 

Desde aquella entrada triunfal han pasado tres días. Han cambiado las cosas. Se presiente la tragedia.

 

Túnicas de saduceos y escribas. La traición oculta y secreta va a aparecer.

 

Tras el Hijo sale la Madre presurosa.

 

“Virgen de la Consolación y Esperanza”. Ella sabe que algo doloroso ocurre. Ella presiente, con presentimiento de Madre.

 

Pollinica. Cristo Orante. Virgen de la Esperanza.

 

San Agustín.

 

“La calle

tiene un temblor

de cuerda

en tensión,

un temblor

de enorme moscardón.

Por todas partes

yo

veo el puñal

en el corazón”.

Presentimientos de Getsemaní.

 

“Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz”. Sangre y Muerte. Vera Cruz.

 

Lunes Santo en Antequera.

 

Cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Nuestro Padre Jesús de la Sangre y Nuestra Señora de la Vera Cruz.

 

¡Qué hermosos contraste!. La Cofradía históricamente más antigua hoy es Cofradía de Jóvenes estudiantes.

 

Convento de San Francisco, conservador de historia, arte y antigüedad. ¡Cuántas gestas contemplaron tus torres!. Hasta hace poco miraban la vida de muchos abuelos y sonreían la buena labor de las monjitas. En estas torres han rebotado las poderosas voces de los mercaderes de la ciudad. En ellas anidaron también las cigüeñas.

 

Cristo de la Sangre.

 

“Cristo moreno

con las guedejas quemadas,

los pómulos salientes

y las pupilas blancas.

¡Miradlo por donde va!”.

 

Plaza de San Francisco: trajín de tiendas y gentes. Mañanas de hormigueo azaroso de gentes de dentro y de fuera.

 

Juventud, fuerza, vigor: Sangre.

 

Juventud, sangre que generosamente se ofrece, vida que espléndidamente se da.

 

Calzada -espaciosa- de llano abierto como la sonrisa joven.

 

Juventud con traje oscuro, banda verde.

 

“Cristo moreno

pasa

de lirio de Judea

a clavel de España.

¡Miradlo por donde viene!”

 

Cristo de la Buena Muerte. (Cristo Verde).

 

“Entonces Jesús, clamando con una voz muy grande, dijo: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró”.

Allá va la Divina Muerte. Toques secos y quedos de tambor.

 

“Por un camino va

la muerte, coronada

de azahares marchitos.

Canta y canta

una canción

en su vihuela blanca,

y canta y canta y canta”.

 

Cruz para el Hijo, Cruz y Verdadera para la Madre.

 

Nuestra Señora de la Vera Cruz.

 

Bella advocación que recuerda los tiempos primeros de procesiones antequeranas.

 

Noche antequerana de juventud protagonista.

 

Ayer fueron niños que acompañaron a la Pollinica. Hoy ya son hombres y mujeres, y un escuadrón cerrado ya llevan en sus hombros a “La Vera Cruz”, Cruz de la juventud, que no puede ser nada más que la “Verdadera”. Retoños que apenas han despuntado y ya saben de Sangre, y con limpieza de corazón entronizan a la Muerte -a la que le llaman “Buena”.

 

“Pilatos le interrogó, diciendo:

 

¿Eres tú el Rey de los Judíos? A lo cual respondió Él: Así es, como tú has dicho. Pilatos dijo entonces a los principales y al pueblo: No hallo delito alguno en este hombre.”

 

Iglesia de la Santísima Trinidad.

 

Cofradía de Jesús del Rescate y María Santísima de la Piedad.

 

Sale el “Reo”: Nuestro Padre Jesús Rescatado.

 

“Viene el Cristo moreno

el más grande y el más güeno

apretaitas las manos

pobre Jesús Nazareno...”

 

Tarde de promesas y penitencias. Calle Porterías arriba y calle de la Vega. Se asoma el Cautivo a su barrio, barrio blanco de sol y de cal.

 

“Arrepara como va:

con las manitas atás...

como acá

cuando semos conducíos

por calurnias levantás”.

 

Largas filas de mujeres y hombres. Grupos compactos de penitentes tras el Cristo: rosarios en las manos, pies descalzos. Claveles rojos en el trono. Peinetas y mantillas negras.

 

“Las niñas de España,

de pie menudo

y temblorosas faldas,

que han llenado de luces

las encrucijadas...”

 

Tras el Hombre prendido viene la Madre.

 

Madre de la Piedad.

 

Cruz Blanca: se sube cuando se viene y no cuesta la cuesta. Se baja cuando se va y se hace penoso el bajarla. Calle de mi ayer, de un ayer ya lejano. Cruz Blanca, boca ancha de la Vega.

 

Barandilla a un lado y a otro: arriba, en la cabecera, un “camarín” de “la Virgen”, escenario de Cruces de Mayo. Abajo, a la izquierda, La Trinidad.

 

Martes Santo de sobresalto y angustia.

 

Y la oscuridad de la calle se incendia con luminarias de antorchas, huele a cera. Y todo el pueblo se oprime acompañando al Señor y a la Señora. Y en esta pena y apretura hiere el aire el canto de una voz cualquiera:

 

“Las saetas populares,

que no las entiende nadie

que no lleve el corazón

dolido en sus cuatro partes”.

 

“Las saetas populares:

cante llano y

rezo grande”.

 

Y el “Reo” se “encierra” y el pueblo no puede entender que, siendo inocente, deba ser “encerrado”.

 

Semana Santa “in crescendo”, “in crescendo” la Pasión de Cristo, la Semana procesional y el ambiente. Gente de todos los lugares afluyen. Presencia y desfile de caballeros legionarios.

 

Iglesia de San Sebastián.

 

Real, Pontificia e Ilustre Archicofradía del Santísimo Cristo del Mayor Dolor y Nuestra Señora del Mayor Dolor.

 

Sale Cristo, “Señor del Mayor Dolor”.

Isaías lo había predicho: “No hay en Él hermosura ni lindeza para que le miremos; ni buen parecer para que le deseemos: despreciado, el último entre los hombres: varón de dolores y experimentado en trabajos...”

 

“Cristo del Mayor Dolor”.

 

“Y golpeaban su cabeza con una caña y escupíanle...”. Era natural y humano que después de ser azotado, Cristo cayera al suelo sin fuerzas.

 

Hombres y mujeres, túnicas negras, rodeadas las cinturas con fajas de esparto.

 

Dolor agudo y capirotes de punta de puñal.

 

Caballeros legionarios seriamente desfilando.

 

“Nadie se pierda.

Reguerito hay de sangre,

seguid las huellas.

Desnudo lo dejaron,

púrpura y nieve...

Y en carne viva,

más duele el latigazo

de la saliva”.

 

“Virgen del Mayor Dolor”.

 

La Madre del Dolor sigue a su Hijo.

 

Penitencia, Sacrificio, Mortificación.

 

Mujeres con mantilla y peineta -eso dicen- que quiere que ello se extienda -manifiestan- a la manera andaluza, su condolencia.

 

Hileras de velas y cirios.

 

Música tenue que atempera y suaviza. Murmullos de gentes que se apiñan. Diego Ponce y Cantareros alargan el largo Dolor.

 

“El del Mayor Dolor, señor caído,

sin fuerzas ya, casi sin vida,

con surcos en la espalda dolorida

de restallantes látigos...”

 

Silencio y orden.

 

Plaza de San Sebastián.

 

Una fuente que reza y llamaradas que se agigantan en fachadas y torre.

 

En el centro: la luz de las llagas: Dolor.

 

Y Dolor mira a Dolor y el pueblo calla, reza, canta... y grita:

 

“Vine a este mundo con ojos y me voy sin ellos. ¡Señor del Mayor Dolor!”.

 

El Dolor se oculta. Caballeros legionarios se retiran.

 

“Todo se ha muerto en el mundo. No queda más que el silencio”.

 

Jueves del amor universal.

 

“Jueves del mensaje cristiano: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.

 

Jueves de nuestro arte, de nuestros hermosos pasos sagrados, de nuestras custodias, de nuestra poesía y nuestros autos sacramentales.

 

Iglesia de San Pedro.

 

Templo grande, tres naves, columnas altas, paramentos pobres.

 

Iglesia de mi niñez: misas, bautizos, bodas y entierros. De aquí hemos salido unos para Mayordomos de Cofradías, otros para Hermanos Mayores y otros para pregoneros.

 

Plaza del Triunfo, pequeña, recoleta; plaza de amigos y primeros encuentros. Recuerdos míos de casas, calles, barrio; de seres queridos que se me fueron.

 

Hermandad del Santísimo Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora del Consuelo.

 

“Tomaron, pues, a Jesús y le sacaron. Y llevando su cruz, fue al sitio llamado Calvario, y en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado, y a Jesús en medio. Estaban junto a la cruz su Madre, María, Cleofás, María Magdalena y el discípulo amado”.

 

“Cristo de la Misericordia”.

 

La puerta se estrecha y se achica. Los hermanos se ajustan en coordinación y esfuerzo.

 

“Oh Dios, bajado a pulso,

hecho a valle concreto, igual que un río.

Dios de la sementera y el

cortijo.

Sobrio Dios carpintero,

que huele a hombre, a sol, a chopo, a trigo...”

 

Calle de San Pedro que se estira en la amargura de la Muerte. Cristo de la Misericordia y en los mismos hombros y con el mismo peso unos candelabros alumbran a la Madre afligida y a María de Magdala. Virgen de la Amargura, acurrucada a la cruz.

 

María Magdalena, amor que se desborda.

 

“Mariquilla Magdalena,

no vuelvas al limonar.

Todos saben tus verdades

y ninguno tu verdad”.

 

La “Virgen del Consuelo” sale y la calle de San Pedro baja.

 

Gracia. Consuelo. Rojo su manto, rojo su palio: sangre encendida -lágrimas en los ojos, pañuelo en las manos- pero también fuego de gozo. Consuelo. María de los Dolores sale a recibirla. Dolores y Consuelo se encuentran.

 

Iglesia de Belén, elegante templo de graciosas yeserías.

 

Venerable Cofradía de Servitas y María Santísima de los Dolores.

 

“Tomó entonces Pilatos a Jesús y mando azotarle”. Preludio de la Crucifixión.

 

“Cristo atado a la Columna”.

 

Plaza de Santiago. Tres iglesias tan cercanas y dos de ellas frente a frente: Santiago y Santa Eufemia. Plaza de Santiago de fuente en el centro: hasta hace poco fuente de cántaro en cadera y caña en alto.

 

“Y poniéndole sus vestidos, le sacaron para crucificarle”.

 

“Cristo caído”.

 

“Seguíanle gran muchedumbre de pueblo y de mujeres que lloraban y se dolían con Él. Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos”.

 

Barrio de Santiago, calles empinadas, paralelas, que se están subiendo al “Cerro”.

 

“Virgen de los Dolores”.

 

“Una espada de dolor atravesó tu corazón”.

 

“Taladrando tu pecho de dolores,

y tus ojos cegando con el llanto

ante el drama final de los albores

de la tarde, sin fin, del Jueves Santo...”.

Y la noche se estremece -larga procesión serpentea- caminar de túnicas, repiqueteo de campanillas, golpes de horquillas -calle Infante Don Fernando- armonía de luz y música, aires de suaves movimientos en tronos y palios.

 

Palio rojo, palio negro. Cantareros y Lucena arriba. Cruz Blanca, en el delirio de su Semana Santa.

 

Cristo de la Misericordia llega a sus campos -campos de la Vega- Virgen del Consuelo le acompaña.

 

¡Campos de Antequera!, extensos, dolorosos, y este año también secos.

 

¡Señor, Señora!:

 

“Este cáncer

de cielo tan azul, vuelve solana

el arroyo y la umbría,

enflaquece la vaca y la esperanza...”

 

¡Señor, Señora!:

 

“Sobre la paz del campo,

sobre ese vaho azul que a tierra sabe,

el labrador se yergue cada día.

El alba le sorprende ya despierto,

aferrado a la esteva,

vendándole los ojos del asno de la noria,

cavando ese pedazo de sueños donde sueña,

donde muere despacio, donde vive”.

 

Se produce un girar de tronos y hay una toma de aliento -y de repente- el grito

 

“¡A la Vega!”.

 

La calle se alborota -la gente corre- aplaude y grita. Cristo corre y corre su Madre. Y en un esfuerzo extenuante los Hermanos han llevado sus “Pasos” a la cabecera de la Cruz Blanca... Y la calle de San Pedro se acorta, se afila, se angustia. Y pasa el Señor y pasa la Virgen.

 

“Y los balcones le alargan

los tiestos de sus claveles

para que toquen sus manos

y en sangre teñidos queden”.

 

Y de nuevo Señora y Señora se saludan: Despedida de Madre del Consuelo y Madre de los Dolores.

 

Y en la plaza de San Pedro hay vivas, hay saetas:

Cristo de la Misericordia:

 

“A quien haga un disparate,

yo le aseguro que Dios

lo olvida mejor que nadie”.

 

Virgen del Consuelo:

 

“A su paso la noche se quedo triste y mustia

Y la angustia del mundo se miró tras su Angustia

como vióse la tierra sin las luces del cielo...

Y al cruzar por las calles de la noble Antequera,

en el haz del misterio su fulgor reverbera,

dando luz a las sombras y a las almas Consuelo”.

 

Y la procesión sigue.

 

Virgen de los Dolores -al mismo grito- de “¡a la Vega!”, también corre y se fatiga, para desde la cima de la cuesta de Archidona -toda ella clamor de gentes- mitigar con sus dolores el dolor de sus campos y de sus hombres, porque,

 

Señora de los Dolores:

 

“Su vida es ese mismo

desvivirse los años,

requemarse la piel y la sonrisa,

encallecerse el alma al tiempo de las manos”.

 

Y en la soledad de la noche -prisionero de la pequeña plaza de Santiago- ha quedado este sagrado eco, eco de Antequera:

 

“¡Qué jermosa va la Vigen,

la Vigen de los Dolores!

Ella es la flo má bonita

entre toitas esas frores”.

 

Semana Santa en su cima. En aquel Viernes en el Gólgota: Muerte.

 

En nuestra Semana Santa, apogeo procesional. En un avance rápido llegamos del Jesús triunfante -Viacrucis- al Cristo Muerto.

 

A los momentos de dolor y muerte del Hijo responde siempre la Madre con sentimientos propios de Madre, desde la Esperanza hasta la Soledad.

 

La ciudad, el Viernes Santo, se rellena, rebosa. No cabe en las calles, no cabe en las casas. Las gentes acuden por todas las esquinas, se salen de las aceras en espera constante y grata expectación.

 

Desfile de vivos colores, de preciosismo. Calle Estepa: túnicas blancas y capas celestes, túnicas moradas y capas blancas. Riqueza de pendones, tarjetas y soles. Hermanos y Cofradías.

 

Y todos tras dejar la calle grande, en un reposado y tranquilo andar, ascienden las cuestas para un prendimiento, pero no violento, sino prendimiento de amor: el hermano sostiene el trono de sus Cristos y Vírgenes con sus hombros y horquillas y con sus manos... lo abraza.

 

Iglesia de Santo Domingo.

 

Pontificia y Real Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús y Nuestra Señora de la Paz.

 

“Dulce Nombre de Jesús”

 

“Y habiéndole puesto otra vez sus vestidos,

le llevaron a crucificar...”

 

“Y ya, nuevo Isaac, sube encorvado

bajo el peso aplastante del madero,

por el Gólgota, áspero sendero,

para morir en él crucificado...”

 

“Túnicas de seda... cirios

en hormigueo de estrellas

festoneando el camino...”

 

“Santo Cristo de la Paz”.

 

Otra vez el Crucificado. Apareció el Lunes Santo -Cristo Verde- en un presentimiento de Getsemaní. Salió el Jueves Santo, en un alivio amoroso: Cristo de la Misericordia. Cristo de la Paz.

 

“Es Viernes hoy con sangre:

sangre que a la verdad ya desemboca.

Y entonces...

Gemido clamoroso de final.

Un centurión ya entiende.

Lloran las tres Marías. Hombre sacro.

La Cruz.”

 

Calle el Viento y Cuesta Zapateros abajo.

 

“Nuestra Señora de la Paz”.

 

“Hoy sale la Virgen,

y hasta las campanas

parecen que vibran

con notas más claras

pregonando al viento

desde la espadaña

con su voz de bronce,

la noticia grata...

¡Ya pasa la Virgen

bajo las arcadas

del hermoso templo...!

Sobrecoge el alma...

El palio se eleva...

La Virgen ya anda...”

 

Regia, majestuosa, camina la Madre de la Paz bajo su palio, con andares suaves de sosiego.

 

Antequera Antigua, Antequera Vieja: El Portichuelo.

 

Balcón alto que mira a la montaña y a los cerros. Balcón desde el que se ve la Rivera, y se asoma a San Juan. Explanada amplia a la sombra del “Papabellotas”.

 

Iglesia de Jesús.

 

Real Archicofradía de la Santa Cruz de Jerusalén y Nuestra Señora del Socorro.

 

Cuesta de Caldereros, “Cruz de Jerusalén” va bajando.

 

“He aquí el leño de la Cruz,

del cual estuvo colgada la Salud del mundo”

 

“Árbol bello y refulgente

de real púrpura cubierto,

solo digno entre millares

de tocar tan Santos miembros...”

 

“Cristo Nazareno con Simón de Cirene”

 

“Cuando le llevaban, echaron mano

a un tal Simón de Cirene, que

venía de una granja, y le

cargaron la cruz para que la

llevara en pos de Jesús...”

 

“Simón de Cirene”.

 

“Si buena, si mala

¡qué extraña es mi suerte!

le ayudo y me pienso mientras que le ayudo

que lo llevo a muerte”.

 

Tarde de gala y fiesta en los barrios altos de mi ciudad.

 

Virgen del Socorro. Señora del Portichuelo, Socorro de Antequera.

 

La brisa sana de la sierra acaricia el bello rostro de la Señora.

 

“Ya aparece el Socorro de Antequera,

ya baja de la altura dó se anida

la paloma del cielo mensajera,

la Madre del Amor y de la Vida”.

 

Señora, hace poco, unas semanas, te vi en el Periódico de la ciudad, “vestida a la usanza hebrea”.

 

Señora del Socorro, ¿antequerana o hebrea?. Antequerana, Señora. Porque cuando te visten a la manera hebrea, cosa que fue natural, Virgen de Nazaret, aquí parece moda que extraña para ti, Señora de Antequera.

 

Ya se unen las dos Cofradías y forman un solo cortejo. Las reales procesiones -tronos, comitivas, bandas- se mueven lentamente. Calzada, Diego Ponce, Cantareros.

 

La música en su eco se queda atrás, adherida a las esquinas. El pueblo se agolpa, mira, ríe, reza, llora.

 

Calle Estepa: florón de plata refulgente, tres claveles rojos de sangre en su centro, tres Cristos, y dos Vírgenes -Paz y Socorro- dos hermosas rosas con la delicada palidez del sufrimiento.

 

Apoteosis procesional del Viernes Santo de Antequera. Virgen de la Paz y Virgen del Socorro en el encuentro de su noche en la plaza de San Sebastián.

 

La emoción reprime el aliento.

 

Las divinas imágenes respiran, se mueven, sus ojos miran... insinúan una ligera sonrisa.

 

Despedida divina a lo humano. Y después del adiós... algo pasa, crece el rumor, jaleo, el arrebato. Otra vez el grito: “¡a la Vega!”.

 

Virgen de la Paz, Santo Domingo arriba, deprisa, corriendo, y allá se espera.

 

Virgen del Socorro, cuesta y cuesta. Zapateros. El Viento. Caldereros.

 

El pueblo empuja, grita, tropieza, vitorea, cae. Los Hermanos jadean.

 

Al final, Santo Domingo, El Portichuelo.

 

Y Ellas -Virgen de la Paz en su balconcillo y Virgen del Socorro en su Portichuelo- ríen gozosas la broma del pueblo, la dichosa costumbre de Antequera.

 

En la ladera y en la cumbre -Calvario en fiesta- se oye el canto:

 

“Cantar de nuestros cantares,

llanto y oración. Cantar,

salmo y trino”.

 

“Canción del pueblo andaluz...”

“De como las golondrinas

le quitaban las espinas

al Rey del Cielo en la Cruz”.

 

La noche se adentra y el pueblo empieza a bajar del Gólgota.

 

Y cuando llega a la Plaza, el rumor ya se ha extendido y la noticia se ha hecho Verdad: “Cristo ha muerto”. “Esta noche misma es el Entierro”.

 

“...que muerto se lo encontraron

tendido en la calle y solo.

Boquita fija no dice

si Él tuvo razón o el otro”.

 

“Santo Entierro”.

 

José de Arimatea... rogó a Pilatos que le permitiera quitar el cuerpo de Jesús. Y Pilatos se lo prometió. Fue también Nicodemo, llevando... mirra y aloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con aromas, como los judíos acostumbran a enterrar.

 

Había en el lugar donde fue crucificado, un huerto, y en el huerto un sepulcro, nuevo, sin estrenar. Allí pusieron a Jesús”.

 

La ciudad se ha entristecido. “Dios ha muerto”.

 

Iglesia de San Agustín. Calles en oscuridad y silencio:

 

“Oye, hijo mío, el silencio.

Es un silencio ondulado,

un silencio,

donde resbalan valles y ecos

y que inclina las frentes

hacia el suelo”.

 

“Cristo Yacente”.

 

Lo acompañan hileras de hombres con velas y cirios, en la negra noche de luto.

 

“Virgen de la Soledad”.

 

Ella sola en su dolor, Ella sola en su profundo llanto.

 

“Virgen con miriñaque,

Virgen de la Soledad,

Abierta como un inmenso

tulipán.

En tu barco de luces

vas

por la alta marea

de la ciudad,

entre saetas turbias

y estrellas de cristal”.

 

“Ya ejecutada la condena impía

y en Soledad la Madre dolorosa;

lleva a Cristo en urna luctuosa,

a la morada de la tumba fría”.

 

Y entre los dolientes el pueblo y el Ayuntamiento en Corporación.

 

Todo se ha deshecho. “Dios ha muerto”.

 

“Madre del Dios vivo

Mare del Dios muerto

¡murió asfixiaíto, hecho un puro grito,

y aún sigue muriendo”.

 

Iglesia de San Agustín. “Aquí yace Cristo muerto”.

 

 

 

EPÍLOGO.

 

 

 

Antequeranos, el pregonero debería acabar aquí su pregón. Sin embargo, añade:

 

La Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret, que revivimos en nuestra Procesiones significa: el dolor de un Dios abandonado de Dios

 

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

 

Significa también: el “escándalo” de un Dios crucificado. Escándalo para los mismos israelitas:

 

“Maldito el que cuelga del madero”.

 

La cruz era lo más vergonzoso que se podía sufrir. Cicerón decía: “El mismo nombre de la Cruz que esté lejos no sólo del cuerpo de los ciudadanos romanos, sino también de su pensamiento, de sus ojos, de sus oídos”.

 

Adorar a un “Dios crucificado” era inconcebible, una irreligiosidad, un sacrilegio.

 

“Y sin embargo, el Crucificado es el centro de la teología cristiana. La teología cristiana encuentra su relevancia en la esperanza probada a fondo y practicada de cara al reino del Crucificado, padeciendo ella con el sufrimiento de este tiempo.

 

El Crucificado se hizo hermano de los despreciados, abandonados y oprimidos”.

Y el pueblo ha captado este Dolor de Dios, este “escándalo” y hace también del Crucificado el centro de una semana, su Semana Santa.

 

El Pueblo hace teología. Por eso las Semanas Santas tienen vigencia. Es teología viva.

 

El pueblo andaluz se expresa así, con sus Procesiones, en su interpretación del Deicidio.

 

Las Procesiones son un modo de manifestar su religiosidad y así ha sido desde hace mucho tiempo.

 

Es una religiosidad callejera y cada uno la entiende a su modo: unos con patetismo y drama; otros en su esencialidad. Barroquismos en aquellos, en éstos pureza.

 

Por ello, Hermanos y Cofrades, como mantenéis un deseo del pueblo: que vuestro empeño prosiga, que vuestra ilusión persista, que el esplendor de vuestros desfiles procesionales se acreciente.

 

Que conservéis el encanto y la gracia de la Semana Santa de Antequera -encanto y gracia que se ha ganado ella misma- con su religiosidad, su sentido de distinción entre lo religioso y lo profano; con su exquisito gusto estético, con su unidad y variedad; con su intimidad; con su clímax: progresan los momentos de la Pasión y progresan sus “Pasos” y el ambiente se enciende desde el Domingo de Ramos hasta el desbordamiento del Viernes Santo; desde que sale la procesión hasta la explosión del grito:

 

“¡A la Vega!”.

 

Y gracia y encanto por su escenario: el artista antequerano encontró el canon o proporción ideal de las calles. Calles que se ensanchan, que se estrechan, unas se acortan, otras se alargan; recodos difíciles, esquinas. Cuestas empinadas, plazas y angosturas. Y nuestros “Pasos” se revisten de carácter de su recorrido: Calles largas: momentos de trance, severidad, austeridad. Calles estrechas o empinadas: momentos de emoción. Calles cortas y estrechas: al mismo tiempo, calles compungidas, dolor acerado, llanto, saeta.

 

Y calle ancha y larga donde el dolor se aligera y la sonrisa aparece, la sonrisa alegre rica de todas las Procesiones de Antequera: Calle Estepa.

 

Por ello es por lo que el Pregonero se pregunta si las calles de Antequera son para sus Procesiones o éstas para sus calles.

 

Semana Santa de Antequera.

 

Este Pregonero -al mirarla desde fuera- advierte que es distinta, ni mejor ni peor, distinta de otras Semanas Santas. Otras Semanas Santas donde aparece el colorido rico de todo un ambiente: con Jesús y María, intervienen también, Profetas, Jueces, Reyes de Israel que recogen el Antiguo Testamento.

 

Escribas y fariseos, intérpretes rigurosos de la Ley. Judas que solitariamente oculta su traición. Pedro -que huye- y el gallo que le advierte. Apóstoles que se inhiben. Sayones y verdugos con la sonrisa de la sangre. Romanos que desfilan imponiendo la fuerza del invasor. Pilatos que se lava las manos y no se compromete.

 

Son Semanas Santas, representaciones a lo vivo, con todo su movimiento, su ruido, de agitación, de tumulto.

 

Lo divino y lo humano se confunde... Y así fue.

 

La Semana Santa de Antequera es distinta. En ella no hay: ni reyes, ni profetas, ni jueces. No hay escribas, ni fariseos. Ni Judas. Ni Pedro. Ni Apóstoles. Ni Pilatos. Ni Romanos. Sólo una ligera insinuación de verdugo en el “Paso” del Cristo del Mayor Dolor.

 

La Semana Santa de Antequera -en un proceso de abstracción- prescinde de lo humano y se queda sólo con lo divino: Cristo: Dolor; Su Madre: Llanto.

 

Y si aparecen otros elementos son: la Cruz de Jerusalén, un símbolo. El Cirineo, la Ayuda. Magdalena, Amor que se desata en lloro.

 

Y es que los pueblos para rehacer la Pasión de Dios, eligen unos la Narrativa y en ella tienen participación todos los personajes, los negativos y los positivos, todo aquel mundo.

 

Otros escogen la Tragedia –“un Dios muere” y hay ruidos, alborotos, tumultos- que preveen el desenlace fatal.

 

Antequera se decidió por la Lírica:

 

Cristo, un Grito;

María, su lágrima.

Poesía pura.

 

La Semana Santa de Antequera es la Oda lírica de primavera, lírica de mi pueblo, grito y lágrima en la noche de sus calles por la muerte de Dios.

 

Del rosal, la rosa; pero sin espinas.

 

Este es el encanto y la gracia de la Semana Santa Antequerana. Gracias.

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