Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1977) D. Luis María Ansón Oliart - El Pregón

 

P R E G Ó N

Señor Alcalde, Señores Presidentes de las Cofradías, señoras, señores:

Quedan ocho olivos en el huerto de Getsemani, uno está muerto y es de tiempos de Cristo, los otros siete son retoños milenarios de los que contemplaron la agonía redentora. En sus hermosas cortezas surcadas de arrugas tienen algo de frentes hechas para la meditación y el pensamiento.

Tierra Santa se abre a todos los paisajes, el Tiberiades para los poetas, el Calvario para los místicos, Getsemaní para los intelectuales, el desierto para los ascetas, el Jordán, con sus aguas pardas y humildes, para todos.

Entre los olivos de Getsemaní  hay apenas un poco de tierra quieta para que las flores nazcan, un poco de tierra seca para herir la sandalia del peregrino. Allí habló el Hijo del Hombre y fueron sus palabras más bellas del Evangelio “Triste está mi alma hasta la muerte, quedaos aquí y velad conmigo”.

En el Calvario, sufrió Cristo la agonía física del cuerpo; en Getsemani, la agonía de la inteligencia. La piedra que recibió el frío sudor de sangre del Verbo Encarnado existe todavía, es blanca y bella, parece acariciada por muchas aguas profundas. Ante esa roca, el estremecimiento escatológico no es una figura retórica,  irrumpe en la imaginación hasta hacer daño físico.

Getsemaní es una voz que en arameo, como ustedes saben, significa lagar de aceite, y los óleos y los aceites han ungido siempre la muerte cristiana en la oscura penumbra con el mas allá.

En el huerto de los olivos, fue la hora de la sal y de la hiel, del cáliz de la amargura que el Padre no quiso apartar; allí, al decidir afrontar la pasión y la muerte, hizo posible Cristo que se predicara la buena nueva a todo el mundo desde el púlpito de Roma, era el sacerdocio del sacrificio según el orden de Melquisedec.

El olivo es un árbol impasible, presenció indiferente la angustia agónica del Hijo de Dios vivo, porque la resina no brota del olivo como de aquellos cedros cercanos del Líbano, que la lloran, gota a gota entre pátina de nieves y distancia; pero el olivo es un árbol generoso, pródigo hasta morir, la humanidad entera vive todavía de los frutos de aquella noche de angustias y sudores fríos.

De toda la pasión de Cristo, el pasaje más moderno, el que tiene más fuerza actual, es a mi manera de ver el del huerto de Getsemani. La duda asaltó allí al Verbo como a cualquiera de los intelectuales de hoy, zarandeados entre el progreso asombroso de la ciencia y el caos de la filosofía. Cuando el Cristo sale del huerto de los olivos camino de la muerte, está ya dispuesto a firmar con su sangre el mensaje de su sacrificio, el mensaje de la espiritualidad, el mensaje de la justicia y el mensaje de la verdad.

Pero antes de referirme a este triple mensaje de la Semana Santa, quiero dar gracias a la Agrupación de Cofradías y a las autoridades antequeranas por su inmensa generosidad al invitarme a pronunciar el pregón de este año.

Mi amor a Antequera, señoras y señores, me ha traído aquí cuando por respeto a todos ustedes yo debí haberme negado a pregonar una Semana Santa que no conozco; hablar de vuestros pasos, de vuestros Cristos y Vírgenes, de vuestras tradiciones centenarias sin conocerlos, nada más que a través de la lectura y la palabra, sería una profanación, me daría vergüenza referirme a ellos delante de los pregoneros de los años anteriores, cuyos pregones he leído y son realmente extraordinarios. He venido pues, en primer lugar, a pediros perdón por estar aquí sin otro merecimiento que mi veneración por Antequera y a trasladaros mis modestísimas experiencias de Tierra Santa, donde he vivido largas temporadas.

Quiero dar las gracias a Paco Artacho por las palabras que ha pronunciado sobre mí y que son todo generosidad y por desgracia muy poca justicia porque no las merezco; las gracias a esta Ciudad maravillosa, reliquia romana, ensueño árabe, orgullo cristiano y alma de la España andaluza, las gracias porque por mis venas corre la sangre de vuestra tierra, la sabia de los valles antequeranos, el calor de vuestro sol y la paz de estos cielos incomparables, y las gracias de una manera muy especial a todos vosotros que habéis venido a escuchar esta noche al más torpe de los oradores españoles.

La Semana Santa renueva el mensaje primero de la Pasión de Cristo, el de la espiritualidad, el entendimiento materialista de la vida y de la historia no sólo ha triunfado en los estados comunistas sino que está venciendo, desde dentro, a las sociedades occidentales, incluso la idea de que se lucha contra Dios es bastante optimista, la lucha de los ateos contra Dios afirma en definitiva lo que combate, nuestro tiempo pasa con indiferencia ante Dios y sus apóstoles sin molestarse demasiado en destruirles porque los considera vencidos, el indiferentismo es el gran mal religioso de nuestra época, el Dios muerto de Nietzsche a sido ya trasladado al cementerio en medio de la apatía de decenas de millones de hombres.

La propia Semana Santa, custodia de los valores espirituales, ha sido arañada por el indeferentismo religioso. Los cristianos que de forma admirable mantienen las tradiciones y el dolor de estas fechas son cada vez menos, en lugar de una Semana Santa  para la reflexión del espíritu, esta semana se está convirtiendo en un tiempo para la disipación y las vacaciones. Un poeta, que tal vez  no fue un gran poeta pero si un hombre enraizado en la sensibilidad de su tiempo, describió así a la Semana Santa en un pueblo castellano

Cuando pasa el Nazareno

de la túnica morada,

con la frente ensangrentada,

la mirada del Dios bueno

y la soga al cuello echada;

el pecado me tortura,

las entrañas se me anegan

en torrentes de amargura

y las lágrimas me ciegan

y me hiere la ternura.

Yo he nacido en esos llanos

de la estepa castellana,

cuando había unos cristianos

que vivían como hermanos

en república cristiana.

Me enseñaron a rezar,

enseñárome a sentir

y me enseñaron a amar;

y como amar es sufrir

también aprendí a llorar.

 

Cuando esta fecha caía

sobre los pobres lugares,

la vida se entristecía,

cerrábanse los hogares

y el pobre templo se abría.

Y detrás del Nazareno

de la frente coronada

por aquel de espiga lleno,

campo dulce, campo ameno

de la aldea sosegada,

los clamores escuchando

de dolientes misereres

iban los hombre rezando,

sollozando las mujeres

y los niños observando.

 

Pues bien, la verdad es que hoy la mayoría de esos niños, de esos hombres que rezaban, de esas mujeres sollozantes se han ido a pasar tranquilamente una semana de vacaciones y están tomando el sol en las playas del sur, mientras las iglesias castellanas se quedan semivacías y las procesiones desfilan sin penitentes y sin testigos.

El tedio que se deriva de una sociedad sin Dios y sin vida del espíritu han hecho que una parte de la juventud occidental empiece a reaccionar y vuelva sus ojos hacia el mensaje evangélico. Es un principio de renacimiento espiritual que va desde los movimientos hippies, hasta algunas manifestaciones teatrales que han convertido a  Jesucristo en Superstar de las mismas juventudes.

Recientemente, por ejemplo, se han incrementado en Estados Unidos las ventas del libro de visiones de Ana Catalina Emmerich, para mí la lectura de este libro, de Ana Catalina Emmerich fue uno de los mayores impactos espirituales que yo he recibido nunca. Hace ya muchos años una revista francesa L´Homme Nouveau publicó en una página, las visiones que había tenido Ana Catalina Emmerich sobre la secta de los sesenios; Ana Catalina Emmerich fue una monja alemana, como ustedes saben, analfabeta, que tuvo visiones muy detalladas de muchos pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento, y también de innumerables sucesos históricos, ella dijo que un poeta iba a escribir esas visiones, señaló al poeta que fue Clemente Brentano y en una de las visiones describe minuciosamente la forma de vida de la secta de los sesenios, que está citada de pasada, solamente de pasada un par de veces en la Biblia; pues bien, cuando se descubrieron los documentos del Mar Muerto y se tradujeron, aquellos documentos demostraban que las visiones de Ana Catalina Emmerich eran puntualmente exactas, y yo tuve en mis manos el ejemplar de L´Homme Nouveau que en una página reproducían el texto de Ana Catalina Emmerich que habían publicado veinte años antes y en otra página la traducción literal  de los documentos del Mar Muerto que coincidían punto por punto con las visiones de Ana Catalina Emmerich, ya se pueden  imaginar ustedes el interés apasionante que tienen en estos momentos estas visiones, porque Ana Catalina Emmerich se refiere por ejemplo a la vida en otros planetas; en cualquier caso, los cierto es, que varios Papas han recomendado como lectura de meditación para Semana Santa las visiones de Ana Catalina Emmerich sobre la Pasión de Jesucristo.

Ella describe minuciosamente los pasajes que los Evangelios narran sin detalle, sus relatos tienen a veces una fuerza estremecedora, la monja ve por ejemplo la crucifixión de Cristo, la ve realmente, es en visiones testigo presencial y la describe así:

“Enseguida, lo extendieron sobre la Cruz y habiendo estirado su brazo derecho sobre el aspa derecha de la Cruz, lo ataron fuertemente; uno de ellos puso la rodilla sobre su pecho sagrado, otro le abrió la mano y el tercero apoyo sobre la carne un clavo grueso y largo y lo clavo con un martillo de hierro. Un gemido dulce y claro salió del pecho de Jesús, su sangre saltó sobre los brazos de sus verdugos, he contado los martillazos pero se me han olvidado. Los clavos eran muy largos, la cabeza chata y el diámetro como una moneda; tenían tres esquinas, eran del grueso de un dedo pulgar en la cabeza, la punta salía por detrás de la Cruz. Después de haber clavado la mano derecha del Salvador, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que se había abierto. Entonces ataron unas cuerdas a su brazo izquierdo y tiraron de él con todo su fuerza hasta que la mano llegó al agujero. Esta dislocación violenta de sus brazos le atormentó horriblemente, su pecho se levantaba y sus rodillas se separaban. Se arrodillaron de nuevo  sobre su cuerpo, le ataron el brazo y hundieron el segundo clavo en la mano izquierda: se oían los quejidos del Señor en medio de los martillazos, los brazos de Jesús estaban extendidos horizontalmente, de modo que no cubrían toda la cruz. La Virgen Santísima sentía todos los dolores de su Hijo. Estaba pálida como un cadáver y hondos gemidos se exhalaban de su pecho. Los fariseos la llenaban de insultos y  de burlas. Magdalena estaba como loca. Se desperezaba la cara: sus ojos y sus carrillos vertían sangre.

Habían clavado a la cruz  un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos y para que los huesos de los pies no se rompieran cuando los clavaban. Habían hecho un agujero para el clavo que debía clavar los pies y una excavación por detrás en los talones. Todo el cuerpo de Jesús se había subido a lo alto de la cruz por la violenta tensión de los brazos y sus rodillas se habían separado. Los verdugos las extendieron y las ataron con cuerdas, pero los pies no llegaban al pedazo de madera puesto para sostenerle. Entonces, llenos de furia, los unos querían hacer nuevos agujeros para los clavos de las manos pues era difícil  poner el pedazo de madera más arriba; otros vomitaban imprecaciones contra Jesús. “No quiere estirarse, decían, pero vamos a ayudarle”. Entonces, ataron cuerdas a su pierna derecha y la tendieron violentamente hasta que el pie llegó al pedazo de madera. Fue una dislocación tan horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús que exclamó ¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!. Habían atado su pecho y sus brazos  para no arrancar las manos de los clavos. Fue un horrible padecimiento. Ataron después el pie izquierdo sobre el derecho y lo horadaron primero con una especie de taladro porque no estaba bien puesto para poder clavar juntos. Tomaron un clavo más largo que los de las manos y lo clavaron atravesando los pies y el pedazo de madera hasta el árbol de la cruz. Esta operación fue más dolorosa que todas las demás, a causa de la dislocación del cuerpo. Conté hasta treinta y seis martillazos.”

Y  continúa Ana Catalina Emmerich describiendo minuciosamente la pasión y muerte de Jesucristo.

Junto a este mensaje de espiritualidad que simboliza el triunfo del hombre sobre la materia cuando la cruz se alza entre la tierra y el cielo, la Semana Santa, la que aquí en Antequera se celebra doloridamente entre la marea popular rodeando a bellísimas imágenes centenarias, la Semana Santa nos trae el mensaje de la justicia y de la caridad, porque sin justicia no hay cristianismo válido y sin caridad la justicia pierde su valor profundo. Me atrevería a decir yo que este mensaje de justicia es el  que está más vivo en el mundo contemporáneo, donde gimen centenares de millones de hombres, mujeres y niños, azotados por el hambre, mientras muchos de los que se llaman cristianos nadan en la abundancia sin preocuparse por sus hermanos en desamparo.

Mi vida profesional me ha llevado a las regiones más miserables del mundo, al África del hambre y del llanto, a la América hispana, sacudida por las favelas y villa miserias, al Asia ingente que es una llaga en la piel del planeta, sangra el Hijo de Dios vivo sobre estos lugares porque su sacrificio ha sido estéril y la injusticia social, el desprecio de los países poderosos por los pobres no pueden engendrar más que el huracán revolucionario, si no se pone remedio a la actual desigualdad y el occidente, llamado cristiano, no vuelve a beber en el manantial evangélico para remediar una situación insostenible.

En uno de sus discursos más tremendos, Mao Tse-tung clamaba: “vosotros los sin albergue, vosotros los sin arroz, vosotros todos, los que no tenéis nombre, a los que se reconocen por las llagas de las caderas, descargadores de barcos, o por la llaga del hombro, obreros del puerto, escuchad, escuchad el clamor de esos que han amasado su gloria con vuestra sangre.”

En Karachi, en Calcuta, en Hong-Kong, yo me he mezclado entre la multitud de hambrientos y he sentido su hambre en mis entrañas, ahora he comprendido bien la razón de Espartaco, la rebelión de Yugurta contra la Roma omnipotente, el sacrificio estéril del Cristo crucificado.

He hecho, siete largos viajes a través de Asia y esto me ha permitido contemplar el bosque sin quedarme prendido en ciertas ramas que confunden, la atención del europeo medio suele detenerse en el exotismo, el gran problema asiático se diluye entonces entre la pornografía de las esculturas indias, los sugestivos bailes de Singapur o el pintoresco espectáculo de los juncos anclados en el puerto de Hong-kong; pero Asia, señores, no vive en los hoteles de lujo de Bangkok o en los cabarets de Tokyo - Bombay, para sentir el alma de Asia es necesario meterse en las calles miserables de las grandes ciudades, hablar con sus gentes escuchar la mente infinita de sus canciones. ¿Qué le puede importar a aquellos pobres mendigos de Calcuta que mañana se inicie una conflagración mundial y la tierra entera salte hecha añicos?, ¿qué opinión tendrán de los problemas que apasionan a la opinión europea esos chinos de Hong-Kong, que nacen, viven, duermen y mueren en un junco sin apenas salir de él en cincuenta años de una vida soñada sin ilusión y sin esperanza?, ¿por qué el europeo piensa que se exagera siempre al hablar de la miseria asiática?. Yo he visto a esos chinos de Hong-Kong, he estado en sus barcos hediondos y he tenido sus manos alucinantes entre las mías; a esa gente no se les puede hablar de ningún tema político, ni tampoco de religión, es necesario darles antes el pan nuestro de cada día.

En Europa se habla siempre de Asia con velos de distancia y teorías pero los esquemas de despachos y biblioteca yerran siempre, para conocer a esas gentes es necesario pisar las tierras duras del hambre, calzarse las sandalias del misionero y sentir en los labios secos el polvo de todos los caminos; allí no se puede esperar piedad de la naturaleza, la tierra arañada, rasgada, abierta a hachazos por el ardor salvaje de un sol implacable, es sólo útil para el pedregal o la sepultura. Media Asia, señores, es dolor, desesperación, tragedia, llanto, hambre, hambre, hambre, allí viven los pueblos de la úlcera, los desheredados del mundo, los que claman justicia, los que a cambio del sudor de su frente, sólo piden que les den cada día el arroz y el aceite.

Todos esos Cristos miserables, infinitos Cristos de los países arrojados levantan ahora sus brazos en espera de que se cumpla el mensaje del Hijo de Dios, el mensaje de la justicia que conmemoramos en Semana Santa. La frase terrible Nikos Kazantzakis de que Cristo ha sido otra vez crucificado se hace doliente realidad en cada uno de los centenares de millones de hombres, mujeres y niños zurrados por la miseria.

Vuestro Cristo del Mayor Dolor, tan bellamente cantado por Joaquín Moreno Laude, simboliza a esos pobres del mundo porque no hay mayor dolor que ver la injusticia que padecen.

Cuando le sigáis por esta Antequera generosa, pensad que la carne doliente, sufre, por la justicia sin cumplir que anunció al mundo con su pasión y su muerte hace ahora casi dos mil años.

Allá en el oriente, en una pequeña colina, en el Gólgota redentor, ante ese Cristo doliente y otra vez crucificado parece escrito el soneto de bronce de la lengua castellana que todos ustedes conocen.

 

No me mueve mi Dios para quererte

el cielo que me tienes prometido

ni me mueve el infierno tan temído

para dejar por eso de ofenderte

 

Tu me mueves Señor, muéveme verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido

muéveme tus afrentas y tu muerte.

 

Muéveme en fin tu amor y en tal manera

que aunque no hubiera cielo yo te amara,

que aunque no hubiera infierno te temiera.

 

No me tienes que dar porque te quiera

pues aunque los que espero no esperara

lo mismo que te quiero te quisiera

 

Pero la Semana Santa cierra el mensaje de la espiritualidad y el mensaje de la justicia con otro tercer mensaje: el mensaje de la verdad.

Volvamos ahora al monte de los olivos, porque si el intelectual es el hombre que busca la verdad y la señala allí donde la encuentra, el huerto de Getsemaní, donde Cristo dudó, es el paisaje más autentico para el intelectual católico.

Frente al monte de los olivos, Jerusalén se aprieta entre murallas y oraciones, las piedras viejas de la ciudad son claras, bronceadas al sol, parecen como si estuvieran pintadas de oro pálido.

Durante una larga tarde de meditación en el huerto de Getsemaní, yo vi a Jerusalén como cubierta de sal, la vi así, fue una sensación precisa y no es una metáfora literaria.

Las cúpulas y las torres de la ciudad un poco desdentadas parecían emerger de un baño de sal, el sol de aquel día se recostaba tendido de calor y tanta luz y era pues ese sol del atardecer el que al  rozar las piedras con sus besos oblicuos llevaba hasta Getsemaní la sensación de sal iluminada. La sal se impregna en el Antiguo Testamento de un sentido religioso purificador y en el libro de Ezequiel se lee la costumbre de frotar con  ella a los recién  nacidos.

Desde el Mar Muerto, que es un mar salino, llega a veces hasta los aledaños de Jerusalén, olor a sal, pero no el olor de puerto ni de oleaje, sino olor a tierra estéril, a tierra quemada, aquella tarde entre intuiciones y reflexiones, se me metieron en el alma algunas claridades, alguno de esos granos de luz sobre el misterio de la vida y de la muerte, que todos recibimos a veces demasiados casos entre tanta oscuridad. Cerca de Getsemaní, fue donde el Cristo, Hijo de Dios vivo, lloró sobre Jerusalén y el llanto del Señor, el  Dominus clevit no se derramaba sólo por la destrucción futura de la ciudad, sino por la actual ciudad indiferente.

Pues bien, frente a las increíbles claudicaciones del hombre moderno, frente al relativismo de los indiferentes, frente a las modas cambiantes y a los oportunistas de cada hora, aquel Cristo que lloró, ha dejado la verdad eterna ante nuestros ojos, la verdad que explicó el Verbo, la palabra que se hizo carne y  habitó entre nosotros.

En defensa de la verdad de Cristo, el Salvador, sufrió pasión y muerte, y ahora dos milenios después conmemoramos aquel sacrificio por la libertad del mundo, porque es la verdad y sólo la verdad la que nos hace libres.

Decir la verdad, sin embargo, frente a la corrupción de unos y el oportunismo de otros, decir la verdad sin tapujos, llamar ladrón al que roba, tirano al que abusa del poder, especulador al que nos exprime, es exponerse a la represión y al castigo. El mensaje evangélico de la espiritualidad, de la justicia y de la verdad está escrito para los hombres libres que saben encararse con su responsabilidad y que en esta Semana Santa que yo pregono desde la  Antequera religiosa y profunda, significa el valor de  proclamar  la fe religiosa ante un mundo indiferente; porque está escrito “ yo heriré al pastor y las ovejas serán dispersadas”.

Hay que salir del Huerto de los Olivos y recibir la caricia del traidor camino del Calvario, eso se comprende muy bien en Getsemaní durante la meditación en la tarde tranquila de que hablaba Machado, casi con placidez de alma para ser joven, para haberlo sido cuando Dios quiso, para tener algunas alegrías lejos, y poder dulcemente recordarlas.

Al anochecer, y termino ya para no cansarles, el sol resbala sobre Jerusalén, y las piedras de la ciudad parecen bronces viejos, la luz se hace entonces tímida sobre el huerto de Getsemaní, como sino se atreviera  a besar el verde olivo dorado.

 

Nada más, muchas gracias.

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