Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1974) D. Juan Rodríguez Rosado - El Pregón

 

P R E G Ó N

PREGÓN, ENTRE VERSO Y PROSA, DE LA SEMANA SANTA DE ANTEQUERA.

 

¡Antequera que te meces

entre el Torcal y la Peña!

¡Oh!, noche antequerana que te duermes

mecida al aire de tu fértil vega,

rodeada de verdes olivares,

acunada en el aire de tus sierras.

¡Oh!, sierras encrespadas del Torcal,

y el pino verde al pie de tu ladera;

laderas donde pastan

balando alegremente las ovejas.

Tierras de labrantío verde y rosa,

tierra de corazón y de alma entera.

¡Ay!, Antequera se mece

entre el Torcal y la Peña.

Peña de Enamorados,

que el corazón recuerda.

La vertical al cielo,

la horizontal surgiendo de la vega.

¡Ay!, si yo fuera poeta

cuantas cosas bonitas te dijera.

 

Pero dejo de momento el verso y me refugio en la prosa de la historia para cumplir mi papel de pregonero y de juglar. La historia, historia de Antequera, surcada de leyendas. Y antes de entrar en la historia, dejadme agradecer a mis amigos, al señor alcalde, al presidente  y sus colaboradores y especialmente a mi presentador, esta invitación que me emociona y llena de gozo al incitarme a hacer el pregón, entre verso y prosa, de la Semana Santa de Antequerana.

 

¡Antequera, Anticuaria latina, la árabe Antakirana, ciudad antigua!

 

Oí una vez de niño que, cuando Dios hizo al mundo, miro a España y quiso besarla. Para estampar su beso en la faz española, puso la mano y se arrodilló. Las huellas de la mano del Gran Dios son las rías gallegas, y se arrodilló para besar la tierra andaluza. ¿Daría el beso en Antequera?. La verdad es que Antequera tiene ángel, tiene don divino. Tener ángel es algo que entienden bien los andaluces. También las Ciudades tienen ángeles y no sólo lo tienen las personas. Por eso, Antequera tiene gracia, belleza, arte. El ángel de Antequera revolotea de la Peña al Torcal, del Torcal a la Peña, batiendo sobre la ciudad sus celestiales alas.

Antequera se encuentra a caballo entre la naturaleza y la historia, entre la piedra y la leyenda. Entre el Torcal y la Peña. Inspirado por esas coordenadas, el pregonero vuelve al verso. Para el Torcal, un soneto. Para la peña un romance.

 

SONETO AL TORCAL.

Agrestes siluetas verticales

de rocas escarpadas bajo el cielo;

surtidores rupestres en anhelo

de dominar los puntos cardinales.

Naturaleza pura. Colosales

laberinto del alma que en desvelo

se va tiñendo del azul del cielo

de la vieja Antequera. Horizontales

quedan lejanos verdes, en la vega,

los verdes de ese trigo que se riega

con esa escarcha de las noches solas.

Tierras de corazón, cumbres del alma

para soñaros vivas en la calma

de un olivar al viento entre sus olas.

 

ROMANCE A LA PEÑA.

Peña de Enamorados

picachos de la sierra

donde el viento se mece

y el agua brota y riega.

Vega de trigos verdes

bajo el sol de Antequera;

cortijos blanqueados,

azul de cielo y sierra.

Cortijos andaluces

donde Dios se recrea.

Cortijos, como antorchas,

alumbrando una estepa

sembrada de trigales

que el corazón abreva.

¡Ay!, Antequera se mece

entre el Torcal y la Peña.

La cuesta del Romeral

quiere perseguir cometas.

Sobre los agrestes montes

trepan nerviosas las yedras.

Montes agrestes que acunan

la verde y tranquila vega:

perdices van caminando

por las cimas de las sierras.

Sierras de cabras montases,

sierras de cazar estrellas.

Peña de Enamorados,

vertical de la vega.

El corazón a solas,

en su latir te lleva.

El corazón a solas

dice como el poeta:

¡Ay!, Peña de Enamorados,

¿Quién te vio y no te recuerda?

 

La peña de los Enamorados tiene su leyenda tradicional, que el juglar pregonero ha sintetizado en romance:

 

Un caballero cristiano

a las puertas de Antequera,

llama pidiendo combate,

pues que viene en son de guerra.

Pero el alcaide de Ronda,

que se llamaba Arabella,

la pide a Alcarmen, entonces

el alcaide de Antequera,

que le deje combatir

con el cristiano en la vega.

El caballero cristiano

-Don Tello su nombre era-

vence y cuida en sus heridas

al gran alcaide Arabella.

Cuando llega la morisma,

a Tello hay quien lo defienda.

Su abogado defensor

es el alcaide Arabella.

 

Alcarmen tiene en palacio

el retrato de una bella.

Por él viene desde lejos

el cristiano en lid abierta

que conoció prisionero

de Fátima la belleza,

cuando se encontró cautivo

por un designio de estrellas.

Huyen juntos a caballo

Don Tello con Arabella.

Arabella le pregunta

que cuál su secreto era.

Don Tello, huérfano y niño

en la sevillana tierra,

había cruzado mares

y conoció a una bella.

Por su retrato venía

a galope hacia Antequera,

porque sabía que Alcarmen

adoraba a la doncella.

Pero Alcarmen vio visiones

que luego realidad eran:

que Fátima se enamora

de Don Tello con su ausencia,

que Don Tello huye a caballo

con Fátima, la más bella

mujer de cuerpo y de alma

que Alá arrojó en esta tierra.

Alcarmen les pone cerco.

Bebe los vientos por ella.

Los amantes, que han perdido

de su caballo las riendas,

acosados por el moro

se refugian en la Peña.

Pues antes de separarse

quieren arrojarse de ella.

Acosados, se lamentan,

se abrazan y se despeñan.

Queda flotando en el aire,

un aire de primavera,

un abrazo que es historia,

una historia que es leyenda.

 

En la leyenda de la Peña, Antequera y Ronda se conjugan a través de sus alcaides, Alcarmen y Arabella. El pregonero recuerda para Antequera lo que cantó el poeta de Ronda: que sí ella

 

“tuviera mar

la mar tan azul sería,

un viento verde de olivos

temblando la rizaría”.

 

Pero vayamos de la leyenda a la historia:

 

Como Valencia dio nombre al  Cid, Antequera dio nombre a Don Fernando, que pasaría a ser, en la historia, Don Fernando de Antequera.

 

Su imagen, encaminándose a la ciudad del Torcal, parece arrancada del poema del Cid:

 

“Por esas tierras de moros, apresando y conquistando,

durante el día durmiendo, por las noches a caballo,

en ganar aquellas villas, pasa Mío Cid tres años”.

 

También pasó el Infante su tiempo en la toma de Antequera y de sus villas, Casabermeja y Cauche; cuando entra en ellas también puede repetirse lo que el anónimo cantor dijera del Cid:

 

“Vierais allí ojos profundos a todas partes mirar,

a sus pies ven a Antequera, como yace la ciudad,

y allá por el otro lado tienen a la vista el mar”.

 

Un sueño convertido históricamente en realidad es la toma de Antequera por Don Fernando.

El pregonero pide perdón por contarla con sus versos:

 

¡Salga el sol por Antequera

y que sea lo que Dios quiera!

Fue el grito de Don Fernando

Don Fernando el de Antequera,

que decidió su cruzada

por ganar ciudad tan bella.

Era la hazaña arriesgada,

difícil y ardua la empresa,

pero las gestas heroicas

merecen su recompensa.

Por eso es aún historia

que gentes de España entera

repiten sin saber cómo:

¡Salga el sol por Antequera!

Que es tanto como decir:

¡Y que sea lo que Dios quiera!

 

Antakirana se rinde

y hace Población de sus armas.

Antiquaria se decide

ante las huestes cristianas.

Oh, plaza noble y guerrera,

ciudad de ángel con alas,

que va meciendo tu viento,

con ritmo de cimitarra.

Ciudad de galope largo,

con un ángel a tu espalda.

Antakirana la bella.

Antiquaria del alma.

 

Antequera, la bien amurallada,

se rinde ante las armas.

Armas cristianas.

La esperanza de Cristo,

vence ante las antorchas musulmanas.

Y lleva la morisca en su recuerdo

piedras de sus murallas.

Murallas de Antequera,

símbolos del amor y la esperanza.

 

En busca de otros cielos,

ved como huye ya la morería.

La esperanza cristiana ha florecido

sobre un cielo de estrellas amatistas.

La Cruz y la esperanza...

¡Ved como huye ya la morería!

Pero excepciones tiene nuestra historia,

que es maestra de vida,

y un moro enamorado, Abencerraje,

vuelve a cumplir su cita.

Una cita de amor que el alma embarga

con Jarifa la bella, la de Coin,

bonita como el sol de Antequera.

¡Ay, mira, como huye por la vega

desesperadamente ya la morería!

Abencerraje y Jarifa

son símbolos de amor que se entrecruzan

entre Antequera y Ronda, pero mientras...

corre en la vega verde la morisma.

Abencerraje y Jarifa,

cuando huye la morería,

cumpliendo cita de amores

recorren la villa antigua.

La ciudad viste de luces.

La historia de su conquista

tuvo la excepción del moro

que volvió a cumplir su cita.

Mientras tanto, por la vega,

en la noche blanquecina,

sobre corceles vencidos

camina la morería.

La Peña ilumina el campo

como una antorcha encendida.

 

¡Ay, mira como huye,

entre los verdes olivares, triste,

perdída la ilusión, la morería!

El corazón deshecho,

la esperanza perdida.

¡Ay, mira, antequerano, como huye,

con el alma a la espalda la morisma!

¡Ay, mira, antequerano,

como brilla

la cruz sobre las torres de tus templos,

la esperanza en sus cimas!

Ciudad de corazón y de alma entera,

mi corazón te admira.

 

Y ahora el pregonero, inspirándose en la historia de la hermosa Jarifa, quiere cantar a la mujer antequerana, que es dos veces bonita, por antequerana y por mujer:

 

Antequera: tu ángel y tu alma resplandecen

en los bonitos ojos de tus hijas.

Mujer antequerana,

Tú eres cima

de esta historia de amor y de desvelo,

de esta cita

de un alma enamorada,

cielo de cimitarras a la grupa,

de un corcel galopando enamorado

de ojos bellos que eclipsan.

Mujer antequerana,

mi corazón te admira,

y mi verso se rinde a tu mirada,

y el pensamiento adora tu hermosura.

Mujer antequerana, profetizas

vírgenes de esperanza y de amargura.

 

Símbolo de una Virgen que acompaña

al hijo con su cruz, por esos campos

y caminos que son drama en la historia,

drama que se consuma en el calvario.

Mujer antequerana, la de mantilla negra,

que acompañas a Cristo con tus pasos.

Retrato estremecido de la Virgen,

¡viva antorcha

de una mujer llorando!

Ante el paso del Cristo

yo he visto tu quebranto.

Sabes estremecerte por amor,

y asomarte a un balcón, por ver un paso,

¡Mujer antequerana,

corazón y memoria estremecidos

de una Virgen llorando!

¡Mujer antequerana,

símbolo de dolor, de amor, de llanto!

Eterna compañera de la Virgen,

llevas el corazón entre tus manos.

Mujer antequerana,

imagen de la Virgen:

una mujer llorando,

preñada de esperanza

por ese crucifijo en sus entrañas,

y en sus manos,

un corazón de hombre palpitando.

Mujer antequerana,

recuerdo de una Virgen

a los pies del calvario.

Esos ojos bonitos con que miras,

perdona que te diga,

son prestados

de una Virgen

que quiso especialmente

a la mujer antequerana.

Y que desde el calvario

te dijo con mirada que era encanto:

te los presto,

para que mires al Crucificado.

Mujer antequerana, esos ojos,

prestados de la Virgen,

quien pudiera cantarlos.

 

El juglar terminó el prólogo histórico al Pregón de la Semana Santa cantando a Antequera por su historia.

 

Por esta historia  y tus leyendas tienes

un ángel que envidian las estrellas.

El estrellado cielo por la noche

duerme soñando el verde de tu vega,

los vírgenes pinares de tus montes,

al aire agreste y fresco de tus sierras,

ese olivar y ese trigal que vive,

esperando fecundas sementeras.

¡Ay! verdes de aceitunas y trigales,

que de la tierra virgen son promesa.

Por ellos, tierra mía, en la distancia,

cuando el recuerdo nace con tu ausencia,

entre un remanso de melancolía

el corazón en su latir te lleva.

Tierra de alma y corazón entero,

retirada resonancia siempre nuevas.

No existen las palabras para hablarte,

para decir que el corazón recuerda

lejano y a distancia de tu cielo

el ángel que te mece y se recrea,

sobre ese soplo helado de tus cotas,

en el eterno mar de tu belleza.

¡Ay, Antequera se mece

entre el Torcal y la Peña!

 

Pero el pregonero quiere seguir prendido de los ojos de la Madre Dolorosa, de la mujer antequerana, y seguir con la mirada de ellos la vía de la Pasión. El pregonero quiere anticiparos el paso de los Cristos y las Vírgenes por las calles antequeranas.

 

Esos Cristos Nazarenos y esas Vírgenes Dolorosas que forman la cadena procesional de la Semana Mayor de Antequera. Aunque lo conocéis mejor que yo, el pregonero,  haciendo de juglar atrevido, quiere asistir con sus paisanos al itinerario de las Cofradías. Y como este itinerario nos va a hacer caminar por el “Vía Crucis” de la Pasión, el pregonero quiere invocar a Santa María, con unos versos de Gerardo Diego:

 

“Dame tu mano, María,

la de las tocas moradas.

Clávame tus siete espadas

en esta carne baldía.

Quiero ir contigo en la impía

tarde negra y amarilla.

Aquí en mi torpe mejilla

quiero ver si se retrata

esa lividez de plata,

esa lágrima que brilla.

Déjame que te restañe

ese llanto cristalino,

y a la vera del camino

permite que te acompañe.

Deja que en lágrimas bañe

la orla negra de tu manto

a los pies del árbol santo

donde tu fruto se mustia.

Capitana de la angustia:

no quiero que sufras tanto”.

 

Y se abre la Semana Mayor de Antequera:

Al paso que representa la entrada de Jesús en Jerusalén -La Pollinica- se vienen a la memoria unas palabras del evangelio de San Mateo. Nadie mejor que el evangelista para describir la escena: “Acercándose a Jerusalén, despachó Jesús a dos discípulos con este encargo: Llegad a la aldea de enfrente y hallaréis una burra atada y su pollino junto a ella. Desatadlos y traédmelos. Si alguien os dijere algo respondedle: El Señor los necesita y luego los devolverá”.

 

Y así entre Jesús en Jerusalén.

 

Después de esa entrada triunfal, y tras haber cenado, dando a comer  su cuerpo y a beber su sangre, el paso de la oración del huerto, oración del Hijo del Hombre que suda sangre y un ángel tiene que venir a consolarlo, hace que el pregonero le devuelva la palabra al poeta Gerardo Diego, para invocar otra vez a Santa María:

 

“Virgen ya de la agonía,

tu Hijos es el que cruza ahí.

Déjame hacer junto a ti

ese augusto itinerario.

Para ir al monte Calvario,

cítame en Getsemaní”.

 

Y la Virgen de la Consolación y Esperanza, verde de esperanza joven, inicia su camino de soledad en esta Semana Mayor. Ahora al pregonero se le viene a la memoria los versos del final de un soneto del gran poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas:

 

¡Ay, déjame ir a ti como una ola.

o igual que cae en el campo el agua clara,

o como sigue en Mayo el aire al trigo!

¡Oh, tú, mi sola tú, mi sola, sola!”.

 

Pero de todo esto que está viendo -La Pollinica- el pregonero recordará algo que es cifra y símbolo de la Semana Santa de Antequera; algo que merece una salutación en verso: Los Hermanacos:

 

A LOS HERMANACOS

Como llevan el trono

los hermanacos.

Son estatuas vivientes

de Cristo Crucificado.

Cirineos actuales,

hombre de monte y campo.

Como pesa la herencia

sobre sus brazos.

Llevan a Cristo

como sus padres lo llevaron.

Se alejan y entonan

para guardar el paso.

De no ser por vosotros,

¡hermanacos!

Cristo quedaría quedo,

sin salir a las calles, encerrado

en el silencio de su tabernáculo.

Mi admiración se crece ante vosotros,

¡hermanacos!

De no ser por vosotros,

qué soledad en las calles,

qué negrura en los campos.

Hermanacos:

yo sé que iríais con vuestro Cristo encima

a vegas y cerrados.

Yo sé que vais alegres

con vuestro Cristo en brazos.

¡Olé, cómo llevan el trono los hermanacos.!

 

Pero sigamos el itinerario:

Abierta la Semana Mayor el Domingo de Ramos, al paso de la Cofradía de la Pollinica, continúa el lunes santo con la Cofradía del Cristo Verde que junto a la Virgen de la Vera Cruz es un símbolo, por su nombre, de nuestra esperanza cristiana, fundada en la cruz de la redención, junto al Señor de la Sangre, sangre roja derramada, hasta la ultima gota, por amor a los hombres. Verde y sangre que fundamenta nuestra esperanza y nuestro fuego y pasión de eternidad. Y el martes santo, el Rescate y la Piedad son un símbolo de penitencia, penitencia gracias a la cual por su piedad Cristo nos rescata de los poderes infernales, haciéndonos sus hermanos: hijos de Dios.

Y el miércoles santo, el Mayor Dolor  hace que el pregonero se meta otra vez a cantor y juglar para recitarle a la Virgen del Mayor Dolor un romance de admiración.

 

 

ROMANCE A LA VIRGEN DEL MAYOR DOLOR.

No hay dolor como el tuyo, Virgen bella.

Madre de amor hermoso y de dolor

Dolor y amor son signos de tu estrella,

dolorosa transida de pasión.

Yo he entrevisto en tus ojos la sonrisa

que profetiza la resurrección.

No hay dolor como el tuyo, dolorosa,

madre de amor hermoso y de dolor.

 

El jueves desde la recoleta plaza donde radica la iglesia de San Pedro, el Cristo de la Misericordia y la Virgen del Consuelo se dejan acompañar de la Magdalena. La Virgen, de rojo, es una viva estampa de amargura femenina de Madre. Las dos Marías, la madre de Jesús y María de Magdalena se funden  en una mirada de dolor de amor. ¡Ay, que amargura, amargura, la amargura de esos ojos!

Y, Jueves Santo todavía, la Cofradía de Servitas, de la iglesia de Belén, funde en su recorrido al Señor de la Columna, al precioso Nazareno caído y a la Virgen de los Dolores. El juglar recuerda, al paso de la Virgen, otros versos de Gerardo Diego:

 

“Que soledad sin colores.

Oh, Madre mía, no llores.

Como lloraba María.

La llaman desde aquel día.

La Virgen de los Dolores”.

 

Y el pregonero, metido a juglar, quiere también cantar la soledad dolorosa de la Virgen de  Servitas, diciéndole a solas.

 

Qué soledad la tuya, sin consuelo,

enlutada hasta el alma por la muerte

de un Dios que se hace hombre. Reluciente

esperanza del hombre bajo el cielo.

Qué negrura en tu manto, qué desvelo

por una humanidad que te presiente

como madre de amor en el silente

secreto del misterio que es consuelo.

Todo un Dios muere por nuestros pecados,

y porta sobre el pecho, palpitante,

de nuestra humanidad los desatinos.

Bajo tus labios tristes, sonrosados.

bajo el sol de Antequera, agonizante,

Tú eres la antorcha de nuestros caminos.

 

Viernes Santo: momento culminante de la Semana Mayor antequerana. El pregonero no quiere dirimir viejos pleitos. Sólo quiere fundir su admiración y su amor por la Cofradías de Arriba y de Abajo con un soneto que brotó de sus labios al encontrarse con las dos cofradías: la de Abajo y la de Arriba.

 

 

A LAS COFRADÍAS DE ABAJO Y DE ARRIBA.

Vírgenes del Socorro y de la Paz,

madres de Dios, que sois corredentoras

de nuestras esperanzas pecadoras,

y nos habláis de amor y eternidad.

La Paz es la promesa que Dios dijo

a los hombres de buena voluntad.

Dadnos vuestro socorro y vuestra paz

para imitar a aquel, mi Crucifijo.

Cruz de Jerusalén, oh Dulce Nombre,

escudo de Antequera, por tu amor,

yo te brindo mi jarra de azucenas.

Oh, cruz de eternidad, Dios hecho hombre,

hecho carne mortal y de dolor,

que maravilla, por ahogar mis penas.

 

Y viene el momento del encuentro. A lo lejos, resuena como un eco el grito de: ¡A la vega!.

 

¡Ay, cuesta del Portichuelo,

con el grito de: ¡A la vega!,

donde moros y cristianos

se jugaban las estrellas!

Plaza de San Sebastián,

encuentro de Virgen bella.

Oh, lágrimas de pasión

cayendo sobre las cuestas;

historia que se hace vida

bajo el grito de: ¡A la vega!

A la vega con la Virgen,

¡a la vega!

Y el Nazareno portando

nuestra humildad entera.

A la vega con el Cristo,

¡a la vega!

Bajo los arcos antiguos

el corazón es promesa.

Ante la Madre de Dios

surge la esperanza entera.

El niño Dios se hizo hombre

de manos de esta doncella.

Si no fuera por María

no diríamos: ¡A la vega!

El nazareno hace paso,

su paso por la vereda.

Quiere cargar con la cruz

y morir sobre madera.

La humanidad se endiosa

por esas Vírgenes bellas,

que de no ser por la Virgen,

no brillarían las estrellas.

¡A la vega con la Virgen,

a la vega!

¡A esa vega que se mece

entre el Torcal y la Peña!

 

Las iglesias de Santo Domingo y de Jesús están ya cerradas. Para la Virgen de la Paz hay un piropo que es recuerdo:

 

“La Paz es la promesa que Dios hizo a los hombres de voluntad”

 

La Virgen del Socorro y el Cirineo abrazan la Cruz de Jerusalén. Al juglar y pregonero le brota del corazón, a solas, un poema:

 

La tierra antequerana se ha dormido

al grito de: ¡a la vega!

Enmudecen antorchas en sus calles

y cirios en sus cuestas.

Cuesta del Portichuelo,

sembrada de oraciones, en la cera,

del cirio derramado, balbuciente,

que es lágrima de amor y de promesa.

La Semana Mayor ha terminado.

Ya es un eco ese grito de: ¡a la vega!

que alentaba la fe de nuestros pasos,

jadeantes al ritmo de esas cuestas,

de Antequera moruna y hoy cristiana,

ciudad de santo y seña.

Ciudad de ángel que el omnipotente

destinaba al principio,

con su mano derecha,

para velar la historia,

para hacer la leyenda

de una ciudad que luce la Semana

de ese paso de Cristo por la tierra.

Semana de Pasión, itinerario

donde un Dios se recrea.

Semana de perdones y esperanzas,

de luna y sol surgiendo en las dehesas,

donde se estrena el firmamento entero

como palio en la noche de Antequera.

La Semana Mayor ha terminado;

queda la fe y la esperanza queda.

El pregonero pide sus perdones

por no estar a la altura de una tierra

que fue escenario de su primer paso,

del primer balbuceo, que se encierra

en recuerdo de un alma enamorada

de sol y monte y vega.

El pregonero pide que soñéis,

cuando estéis contemplando las estrellas,

el sentido de un verso que ya es vida

en su recuerdo de esta tierra vieja:

¡Antequera, que te meces

entre el Torcal y la Peña!.

 

Por último, el pregonero quiere meditar un momento el simbolismo de esos Cristos y de esas Vírgenes que van a pasar por nuestras calles. Porque lo que va a pasar son escenas de la Pasión del Dios-Hombre que, encarnado, sufre y muere por nuestra salvación. Un bello pensamiento de San Agustín va a darnos la clave de lo que aquí decimos: Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Por esto, una de las mejores respuestas a la eterna pregunta por el hombre es la que dio un filósofo-teólogo: el hombre es algo que Dios ha querido ser. Cristo nace y muere, siendo perfecto Dios, para ser perfectamente hombre. Y Cristo sufre. Verdad es que recibe nueva vida de la muerte, y que si vive, vive de tanto morir.

Pero el pregonero no quiere dejar una nota de tristeza con este pensamiento sino poner una gota de esperanza pensando que Cristo resucitó. La resurrección de Cristo nos devuelve la alegría y aumenta nuestra fe: Sin la resurrección de Cristo, vana seria nuestra fe. A ese Cristo que va a resucitar es al que el pregonero pide que recéis una oración de paz y de justicia del poeta gaditano José María Pemán:

 

“¡Siempre rosas de olvido y perdones

y urge de compasión y tolerancia

labios y corazones!

Danos la paz. Acerca a  los hermanos.

Abre acequias de amor en los secanos

y pon el agua de la vida en ellas.

¡Tú que tienes el viento y las estrellas.

Señor de los señores, en tus manos”.

 

Y al despedirse de Antequera y de su Semana Santa, el pregonero recuerda las plazas recoletas, las fuentes sonoras, la belleza antequerana, el arte de sus tronos, la hermosura de sus Cristos y Vírgenes, la poesía de su preciosa Semana Mayor. Y sueña con el Portichuelo que es como un símbolo de la Ciudad de Antequera. Por eso el juglar quiere decir adiós recordándolo en un soneto:

 

SONETO AL PORTICHUELO.

Cuesta del Portichuelo, bajo estrellas.

Vírgenes te coronan de pupilas.

Y las mujeres de mejillas lilas

hacen de Magdalenas de las bellas

Estatuas de la Virgen. Epopeyas

resurgen ante el paso que tú hilas,

mujer antequerana que vigilas

el latir de la Virgen. Las estrellas

con una luna del Torcal serrano

custodian en miríadas, ¡qué horizonte!

el sol que surge iluminando el cielo.

Y un ángel del Señor lleva en su mano

la imagen de Antequera, vega y monte,

sobre el marco sin fin del Portichuelo.

 

GRACIAS.

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