Agrupación de Cofradías de Antequera

Plantilla creada por Conexanet

(1967) D. Manuel Cascáles Ayala

 

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA DE ANTEQUERA

 

 

PRONUNCIADO EN EL SALÓN DE PLENOS DEL EXCELENTISIMO AYUNTAMIENTO

AÑO  DE 1.967

 

POR

 

 

D. MANUEL CASCALES AYALA

 


 

Datos biográficos de D. Manuel Cascales Ayala

D. Manuel Cascales Ayala, nace en Villanueva del Segura (Murcia) el día 6 de Julio de 1.940. Con veinte y escasos años se afinca en la Ciudad de Antequera ocupando el puesto de Archivero Municipal; en 1.962 es nombrado también Director de la Biblioteca Pública.

En el 1.968 se hace cargo del Museo Municipal de Antequera, encargándose de su montaje e instalación, siendo nombrado Director. Es Secretario de la Junta de Defensa de las Iglesias de Antequera, miembro del Instituto de Cultura de la Diputación Provincial, Académico  de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga y Medalla al Mérito  en las Bellas Artes, Secretario de la Asociación Andaluza de Críticos de Arte, Académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, Vicepresidente primero del Centro de Iniciativas Turísticas.

En 1.978 es nombrado Hijo Adoptivo de Antequera, distinción con que el Ayuntamiento antequerano, premia y reconoce la labor efectuada  por mejorar, conservar y preservar  el patrimonio de la Ciudad.

Autor de numerosos artículos, ha prestado su colaboración, en libros, revistas, folletos, monografías, conferencias, exposiciones, en el semanario local de El Sol de Antequera, y las revistas D. Manolito, Pregón y Sociedad Excursionista Antequerana; igualmente ha colaborado con otros periódicos y revistas, como pueden ser: Sur de Málaga, Revista Oro Verde, Jábega, Guadalquivir, etc.

En el año de 1.967, fue Pregonero de la Semana Santa de Antequera.

 


 

P R E G Ó N

Papeles viejos nos lo cuentan.- Papeles escritos con letra difícil y ya borrosa, papeles que nos hablan del humilde oficio de pregonero de la ciudad de Antequera.

Para el buen gobierno de la ciudad, se habían venido dictando órdenes muy diversas que, descabaladas y dispersas, creaban una mare mágnum intrincable y dificultoso, por lo que el Emperador Carlos I, en 1.531, promulgó unas ordenanzas, en la que su genio legislador no dejó cabo suelto, para que la vida de Antequera discurriese por caminos seguros y rectos.

Y dentro de los múltiples oficios que regula, tales como los de sastre, herrero, tabernero, carnicero, etc., determina y ajusta la misión del pregonero, quien no podía usar de su oficio sin expresa licencia de la ciudad, y que debía cumplir rectamente con sus obligaciones, que no se podía salir de los estrictos márgenes que se le fijaban, pues el mínimo descuido, el mínimo desmán, estaba sancionado con la multa de seiscientos maravedís.

El pregonero era el que con su potente voz alertaba a los antequeranos sobre las novedades más resonantes que sucedían, tales como el nacimiento de un príncipe, el triunfo de las armas reales, la solemne proclama del Dogma de la Inmaculada, las fiestas de toros, la salida de la famosa procesión del Corpus, la tétrica invitación a presenciar una ejecución pública o el cese de una epidemia, pasando por noticias menos relevantes como era el precio del pan o el barrido de las calles.

Pero para ser pregonero no hacía falta ninguna condición especial; bastaba una potente voz y estar al corriente del sacrosanto y entonces poco frecuente del don de la lectura. El pregonero era un ser meramente pasivo, que cumplía sobradamente su misión con sólo dar al pueblo las noticias que otros, más poderosos y altos que él le ordenaba dar; el pregonero no ponía nada de su cosecha. El pregonero cumplía su oficio a carta cabal, vistiéndose con las ropas que la ciudad tenía para él, montando en su caballo y, precedido de tambores, cornetas y chirimías, cuyos estruendosos acordes conseguían la atención de los ciudadanos, gritar a los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos, las noticias que alteraban el gozoso y tranquilo discurrir de la vida antequerana. El pregonero de Antequera era como un cartero, pero que repartía la misma carta para todos. El pregonero era un buenazo, un bendito de Dios que en cuanto se desmandaba era corregido por el riguroso palo de los seiscientos maravedís de multa...

Pero eran otros tiempos... hoy el pregonero no necesita de potente voz, pues la técnica ha suplido esta posible deficiencia; no monta a caballo, pues sin necesidad de desplazarse, su pregón puede llegar hasta los más perdidos rincones; no necesita de tambores, ni de cornetas, ni chirimías... pero eso sí, necesita vestirse, vestirse el alma de ilusiones cada vez renovadas, sacar a la luz del día el cariño que siente por las cosas de Antequera e inflamar a todos en esta tarea tan comunitaria, tan necesaria, de dar a conocer los atractivos de esta tierra, para que así todos la amen más, empezando por los suyos. En otra cosa que el “pregonero 67”, sigue siendo fiel reflejo del pregonero antiguo, es en la de ser un simple cumplidor de las órdenes del concejo, en ser un ente pasivo que pone muy poco de su cosecha, pues lo único que hace es decir lo que otros le ordenan que diga.- También el pregonero de hoy, como el pregonero antiguo, tiene que estar alerta y no desmandarse, expuesto como está al palo de los seiscientos maravedís de multa, maravedís que en esta ocasión se traducen en la posible pérdida de la consideración y estima de este distinguido auditorio, cuya presencia y compañía le enorgullece, a la vez que, por qué no decirlo, le causa un sagaz y cauto temor, más aún si reconoce la grandeza de lo que tiene que pregonar y la pequeñez de su saber.

En la antigüedad todos los pueblos, cristianos o no, celebraban procesiones como una manifestación de culto a Divinidad. (Una procesión famosa fue la que precedió a la toma de Jericó, dando con el Arca Santa siete vueltas en torno a las murallas de la ciudad, siendo también notables las procesiones que con el Arca hicieron David y Salomón). La primera procesión cristiana puede decirse que fue aquella que se formó cuando el pueblo salió al encuentro del Salvador, que se dirigía a Jerusalén desde Betania, y sus discípulos arrojaban al suelo los vestidos, para que sobre ellos pasase el Maestro y la multitud, entusiasmada, cantaban el Hosanna al Hijo de David, al enviado de Señor.

La Iglesia no dejó de adoptar este rito procesional en su liturgia; en el acto más solemne que es el sacrificio augusto de la Misa, hay la procesión y los ministros cuando salen de la sacristía y se dirigen al altar. Solemnes eran  las procesiones de la ofrenda al ofertorio y solemnísimas las del Domingo de Ramos y las Eucaristías del Jueves y Viernes Santo (al ser llevadas al Monumento la Hostia consagrada). Las procesiones externas alcanzan gran auge cuando la Iglesia pudo disfrutar de la paz.

En España, las procesiones alcanzan su apogeo, en los siglos XVI y XVII en que surgen con las peculiares características que le dan el genio y el arte hispano, insuflado por la Fe. Frente al predominio de la religión del espíritu sin símbolos ni liturgia, fomentada por el protestantismo, la religión de dos formas aprobada e incrementada por las doctrinas del Concilio de Trento; frente a la oración individual, la oración colectiva; frente al imperativo del yo, el predominio del nosotros; frente a los reinos taifas de la religión, la esplendorosa realidad del Cuerpo Místico de Cristo. Lo mismo que cuando el hombre ama a la amada, es tanto y tanto el cariño que le tiene, es tanto el amor que alberga en su pecho, que ya no le cabe, que se le va fuera, que desbordado y arroyándolo todo tiene que contarlo a todos; así como las tristezas y las alegrías se conllevan mejor compartiéndolas con los demás, el español que después de la dura prueba que significó el Concilio de Trento, salió reforzado en su férrea Fe y sintió con más fuerza el soplo divino de la piedad, no tuvo más remedio que compartirlo y comunicarlo a los demás, sacarlo en volandas a la calle y pregonarlo a los cuatro vientos, con unas muestras externas que quizá por imperativos de aquellos tiempos se desbordaran un tanto, pero que mejor respuesta a los heresiarcas que la de elevar lo material a las regiones sobrenaturales, para así divinizarlo: de aquí surgen nuestras procesiones tan netamente españolas, que es tanto como decir, tan iguales y tan diversas a la vez.

La Antequera de ayer y de hoy, la Antequera de siempre, ha sido un pueblo profundamente religioso;  qué otro motivo sino el religioso fue el que hizo que hace ya casi cinco mil años, en esta preocupación constante que siempre han sentido los pueblos por la existencia de un ser superior, fuese el que fuese, pero “que premia a los buenos y castiga a los malos”, los habitantes de la esplendorosa comarca antequerana elevaron esos soberbios testigos de su religiosidad, esas fenomenales catedrales de su tiempo, que son nuestros dólmenes prehistóricos, en los que el respeto por el mas allá encontró una de las plasmaciones más extraordinarias de todos los pueblos europeos. ¡Qué gran procesión seria aquella, en la que los hombres que poblaban el rico valle del Guadalhorce, llevaban a la morada eterna  el Jefe, que se había ido para siempre!.

Esto fue hace cinco mil años y después, ya en épocas más cercanas, fue Santiago, el celestial Patrón de España, quien según la tradición, esparció por Antequera la salvadora semilla del cristianismo, y en tiempos más cercanos aún fue el también quien puso sobre las temblorosas manos del humilde frailecico Fray Martín de la Cruces, la preciada imagen de Nuestra Señora de los Remedios.

 

“... he aquí tu remedio y el de la ciudad de Antequera...”.

 

Y antes de esto, allá por el siglo X, nació y vivió por estas tierras Santa Argéntea, quien sufrió martirio en Córdoba.

Pero cuando Antequera alcanza la plenitud de su religiosidad, de religiosidad fecundada en el Madero por la Sangre Divina, es en la época de la conquista y siglos siguientes; es a partir de los tiempos en que, merced a las hazañas de los caballeros cristianos guiados por la fe de Cristo, se consigue engarzar en la corona de los Reyes Castellanos la esmeralda preciosa de la ciudad de Antequera. De esta espiritualidad enraizada en el combate, de esta misión de cruzada religiosa, es de donde arranca la clave del futuro esplendoroso de la vida antequerana de los siglos posteriores.

Por eso, cuando Antequera ha conseguido arrojar de su suelo al infiel; cuando el Infante D. Fernando consiguió para Castilla la culminación victoriosa de la jornada de Antequera, que le valió el sobrenombre que encarca a la ciudad con uno de los más ilustres guerreros hispanos; cuando sale el sol por Antequera, la primera mirada es para el Dios de las Batallas. Y cuando los árabes apenas han salido de la ciudad “con sus ropas y no más”; cuando sobre las mil bestias que les dio el Infante se llevan a sus mujeres y a sus hijos, y sobre todo se llevan sus deshechas ilusiones; cuando paso a paso vuelven sus compungidos ojos hacia la perla que acaban de perder; cuando todavía no se han aposentado en Archidona..., se oyen los roncos gritos de “Castilla, Castilla” y “Santiago, Santiago”, a la vez, que en el horizonte del castillo vuelan  pendones y banderas y el ejército cristiano, todavía con las armas en la mano, hincaba su rodilla en la tierra que había sido regada con sangre cristiana y mora, entonándose el “Te Deum laudamus”.

Y pocos días después, hizo el Infante una procesión  desde el Real a la mezquita, que estaba situada en el centro del patio de armas del castillo, consagrándola y poniéndole por nombre San Salvador. Cuenta un cronista de la época que delante del Infante marchaba un fraile “con un crucifijo en las manos, queriendo dar a entender que Aquél era el único Señor y triunfador de sus enemigos”.

San Salvador, la evocadora iglesia de San Salvador fue el primer templo de Antequera y POR SU AMOR, por el amor a Dios y a su Santísima Madre, empieza esta pugna hacia el Amor de los Amores: “junto a cada diez casas un templo”, San Salvador y San Francisco, Santa María, San Agustín, San Sebastián, San Pedro..., tantas que hicieron exclamar al poeta:

 

“Antequera labradora

tiene cuatro mil iglesias

para interrogar a Dios

sobre lluvias y cosechas.”

 

y en esta pugna de amor, Antequera, es verdad, se convierte en un auténtico templo viviente: aquí una iglesia, allí un convento, al lado una capilla, en lo alto una ermita... y aquí las mil Andalucías de la gracia y del arte, se mezclan y entrecruzan, y Granada y Sevilla nos envían sus orfebres, sus escultores, sus arquitectos... y Antequera los acoge, los mima, los incorpora a ella misma, creando ese museo imperecedero, que aún resiste quebrantado, pero victorioso, a pesar de tanto expolio de chamarileros, busca-tratos y madrugadores, constituido por ese delirio imaginero, por ese volar al cielo de sus retablos barrocos, por la orfebrería fabulosa, por el encaje, por los palios y los mantos recamados en oro y salpicado de pedrería... .

Pero las muestra de este vorágine desenfreno de arte, se convertirían en simples alhajas de museo, en objetos sin vida, en frías piezas arqueológicas, de no acompañarlos siempre la Piedad y la Oración. Y es otro poeta, este antequerano, el que con su deliciosa pluma da cumplida explicación:

“Quien haya entrado en cualquier humilde iglesia conventual en tiempos de jubileo y poca concurrencia, habrá sentido llamar a su corazón un calor, como el calor de la casa vivida por generaciones y generaciones, el rumor de tanta oración como se ha albergado en su bóveda, que ha acabado por perder su trascendencia material y ser oración ellas mismas, pura oración. Esto es lo que hace a los templos vivos...”

ciertamente, siempre de por medios la oración.

Pero, perdón. Al pregonero se le ha ido el santo al cielo; el pregonero aunque lo pretenda no puede olvidar su verdadero oficio, ya que el de la pregonería es interino; el pregonero se ha ido por las ramas y tiene que volver al tronco, su obligación, a pregonar a los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos, la Semana Santa de Antequera. El pregonero, entonando su “mea culpa”, no tiene más remedio que reconocer que sabe que está expuesto al simbólico palo de los seiscientos maravedís de multa, el pregonero frena el carro de sus ideas...

En las al principio citadas Ordenanzas de Carlos I de 1.531, refiriéndose a la procesión del Corpus que se celebraba entonces y hasta no ha mucho con una solemnidad y boato realmente extraordinario y en la que los distintos gremios de la ciudad rivalizaban noblemente en homenajear a su Divina Majestad, se establece el orden que habrían de llevar en la misma las distintas Cofradías, orden que venía supeditado a su antigüedad. Por esta noticia sabemos la existencia de las Cofradías del Santísimo, Caridad, Concepción, Ánimas, etc., etc., pero es a lo largo del siglo XVII y parte del XVIII cuando florecen las Cofradías de Semana Santa, que encuentran hondo arraigo en la entraña del pueblo antequerano y que en noble emulación, van superándose cada año, y creando todo este delirio de belleza que contemplamos en la actualidad, en donde se mezcla lo más florido del arte y la cautivadora gracia andaluza.

Por manoseado, dicho y repetido hasta la saciedad, no haremos referencia al famoso pleito de “Arriba” y “Abajo”, pleito que más que disputa cofradiera, lo fue de familias: los Narváez y los Chacones. Estas disputas no debieron de discurrir por caminos diplomáticos, precisamente, sino que llegaron a degenerar en riñas y escándalos, lo que hizo que las procesiones estuviesen suspendidas entre 1.782 y 1.833.

Aun reconociendo que la actual Semana Santa se han venido incorporando algunas cosas y costumbres que no son netamente antequeranas, todavía se han logrado conservar muchos usos y maneras de gran sabor tradicional. En estos días de olor a cera, de oración y penitencia, pero también con la incongruencia que se da en la mayor parte de las cosas de Andalucía, días de alborozo, pues el andaluz no comprende ni la Alegría ni el Dolor aisladamente, brillan esos fantásticos “pasos” antequeranos, en los que coronados por bellísimos palios lucen hermosas Vírgenes pródigas en femineidad, lucen nuestros Cristos, con las manos clavadas, con la mirada perdida en un ¿por qué los hombres...?; lucen esas soberbias túnicas de los hermanos mayores, bordadas en oro sobre ricas telas; lucen tarjetas y campanilleros; lucen la plata y las flores; lucen los ojos de garza de una morena...

Y que decir de “la vega”, de ese asomar las imágenes a que vean la fecunda plasmación del duro trabajo del campo, para que esparzan su bendición sobre el mismo, de ese loco correr en el cual “ el entusiasmo se desborda ante el extraordinario espectáculo, que jamás olvida quien siquiera una vez lo presenció, en el que el pueblo ríe y llora, canta saetas y rompe en estentóreos vivas, y vibra a la par de emoción religiosa y legítimo orgullo al sentirse actor y espectador de una fiesta cuyo final es único...

En este sentirse protagonista el pueblo es donde creemos que radica la verdadera esencia de la Semana Santa  de Antequera y.. aunque ya no vienen los famosos Camarasa, ni Benavent (el predicador con cara de chiquillo  y ademanes de actor), ya no se desborda por la ciudad la riada del famoso tren botijo de Málaga, ya no hay pleitos y zarandajas como antaño, ya casi no quedan “sebosos” ni “cochineros”... son otros tiempos, ni mejores ni perores, si no simplemente otros tiempos... la Semana Santa de Antequera sigue en pie y como siempre: con la singularidad tradicional de sus formas, que le dieron fama, con el ambiente tan característico y peculiar y con la participación del pueblo que se siente protagonista más que espectador.

No queremos establecer comparaciones que por tal son desagradables, pero repitiendo lo que alguien ha dicho sí hemos de decir que nuestra Semana Santa no es un artificio folklórico montado al empuje de los nuevos tiempos, no es función de teatro barato destinada a asombrar a los que vienen de otras tierras, no está fomentada por agencia de viajes; afortunadamente, y quiera Dios que por muchos años, la Semana Santa de Antequera, que no es de hoy ni de ayer, sino que tiene ya más de cuatrocientos años, no está adulterada por impulsos de origen fenicio, no está corrompida por motivos comerciales.

Pero ya ha llegado el Domingo de Ramos. ¡Oíd, oíd todos al pregonero! Sabed que el Domingo de Ramos saldrá de la iglesia de San Sebastián, la Cofradía de Nuestro Señor a su entrada en Jerusalén y María Santísima de Consolación y Esperanza, la Pollinica, popular y querida por todos los antequeranos. Aunque es una procesión de triunfo y alegría, el dolor no está demasiado lejano, pero vislumbrando una cierta posibilidad de que pase el Cáliz doloroso,  la Madre lleva en su rostro una imperceptible sonrisa; es la Esperanza.

Cofradía nueva y joven, cofradía que empezó  hace sólo diez  y siete años, pero que a base de constancia y entusiasmo cada vez va sonando con más fuerza en el concierto cofradiero de Antequera. Y este año son nuevos dorados y faroles; ayer fue otro paso más; antes fue empezar de prestado. Estos hermanos de la Pollinica son un verdadero ejemplo para Antequera, son - a demostración de lo mucho que se puede hacer cuando se pone entusiasmo y cariño en las cosas.

Pero en medio del Hosanna continuo en que se desarrolla la procesión, los cofrades de la Pollinica, no olvidan que junto a la victoria está la pena; cuando se va a encerrar la procesión, cuando los niños que se han asociado al triunfo del Señor, duermen en el regazo de su madre soñando con angélicas aventuras, cuando ya se han subido las cuestas, cuando en lo alto se canta la salve... vuela el recuerdo hacia los hermanos que faltan. Pero este año la salve tendrá resonancias más fuertes, saldrá de gargantas más roncas que nunca, tendrá un acompasar que viene de muy lejos, pero que está muy cerca desde arriba, el hermano que se fue para siempre la esta escuchando y sobre su reseca piel resbalará una lágrima de alegría. ¡Es su Hosanna!

 

“Yo quiero ser llorando el  hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas

compañero del alma tan temprano.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.”

 

No desmayes Hermano Mayor de la Pollinica: no puedes parar, hay mucha “faenilla” por delante y desde arriba él te vigila amable y dulce, pero riguroso y constante. No te pares, Hermano Mayor de la Pollinica, mira que en tu dura “tareilla”, alguien desde lo alto te está echando una mano.

El Lunas Santo, sale a la calle la Cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Nuestro Padre Jesús de la Sangre y Nuestra Señora de la Vera Cruz. De la romántica iglesia de San Francisco, de la joya edificada en tiempos de los Reyes Católicos, de esa preciosidad que ha estado a punto de desaparecer y que, afortunadamente, ha recibido los necesarios cuidados que precisaba su fatigada vejez; del escenario legendario del coso viejo, antiguo lugar de fiestas y toros y, antes aún plaza de armas desde donde los cristianos sitiaban el celoso castillo árabe, sale la simpática Cofradía de los Estudiantes, que fieles a su Cristo Verde, ciñen sobre sus juveniles pechos la cinta de la esperanza, de la esperanza en el mañana de Antequera, del que ellos son legítimos herederos. Gracias al entusiasmo de estos jóvenes hombres, merced a los impulsos locos que  da la juventud, empezando de la nada y salvando mil inconvenientes, se ha conseguido resucitar esta Cofradía, una de las más antiguas de la ciudad y en maravillosa simbiosis, quizás inconscientemente, los estudiantes han sido la cadena de enlace de los tiempos de la vieja Antequera con los tiempos de la nueva Antequera.

El Martes Santo de la Iglesia de los P.P. Trinitarios sale una procesión de penitencia, cuyo eje central es un PRESO.

El Divino Preso, con la mirada resignada, perdida en un lejano infinito;  con las manos atadas, más que atadas vencidas, caídas, sin lucha; Él entero todo roto y silencioso. Pero, otro contraste; a pesar de su estado de cansancio, a pesar del destrozo de su cuerpo, a pesar de ser Él mismo un preso, en este día del martes el Cristo es del Rescate, que rememorando tiempos pasados en que los P.P. Trinitarios rescataban de galeras y mazmorras a los cautivos cristianos, el Cristo del Rescate, acuciado por el ruego de la Piedad de su Madre, quiere rescatarnos, quiere sacarnos de las galeras y mazmorras en que nos va encerrando la vida, está deseoso de devolvernos al estado de Gracia.

Procesión penitente, de velas, de rosarios y mantillas, de pies descalzos que sienten los guijarros y los picos de las piedras, pero también, como todas las de Antequera, que se desarrolla en un espléndido escenario y con el adorno aún más espléndido de unos ojos bonitos enmarcados en peineta y mantilla. Al bajar hacia la vega, al sonar en el fondo el agudo lamento de la saeta que aquí nunca falta, al convertirse la capilla de la Cruz Blanca en un “paso” más de  la procesión, es verdad que se siente irrefrenables impulsados de ser rescatado.

Quien vaya el Miércoles Santo a la Plaza de San Sebastián que se fije en la torre,  que mire sin prisas esa genial creación del antequerano Francisco Andrés Burgueño, quien modestamente se llamaba a sí mismo maestro de albañilería, que mire la torre,  esa torre que de tantos calados y bordados, de tanto luchar por conservar el inestable equilibrio de sus ladrillos, de tanto volar al cielo  nos parece algo que se mueve y vive; esta noche de Miércoles Santo, a la salida y más a la entrada de la Cofradía del Santísimo Cristo del Mayor Dolor y María Santísima del Mayor Dolor, la torre de San Sebastián está más bonita que nunca.

Cofradía también joven; cofradía que ha impuesto de manera rotunda la seriedad y el orden en sus desfiles; cofradía que cada año va introduciendo mejoras; el pasado un trono, este sesenta nuevas túnicas.

¡Qué maravilloso regalo hizo a la Iglesia Colegial  el escultor antequerano Andrés de Carvajal!. En 1.771 modela el Cristo del Mayor Dolor, el Cristo en cuyo altar nunca falta ni la luz de las velas ni el susurreo de la oración, y lo dona a la Colegial con la condición de que “a su muerte doblasen las campanas cual si hubiese muerto canónigo...”. Quien se detenga a contemplar detalladamente el rostro de este Cristo, de este Cristo quebrantado de palos y latigazos, que lucha por levantarse, que se arrastra, pero que le pesa tanto el dolor de los hombres que no puede... habrá visto un suplicante ruego. Ayer el Cristo quería rescatarnos; hoy  casi nos suplica que lo rescatemos a él, que dejemos de echar más peso sobre su dolor.

Cinturones de rudo esparto, cruces sobre los hombros, pies desnudos, orden y oración. Pero también aquí, como siempre, al final hay una explosión de alegría; al encerrarse la procesión,  al iluminarse con luces de bengala el espléndido marco de la Plaza de San Sebastián, al despedirse Madre e Hijo, aquella parece que tiene el rostro más sonriente, pues piensa que estos cofrades han hecho el máximo para aliviar su dolor.

Y ya estamos en el Jueves Santo, en el día solemne del AMOR y por el amor a los hombres, el Cristo de la Misericordia, con su Santísima Madre del Consuelo, sale de la Iglesia de San Pedro, adelantando el pecho, ofreciéndose Él mismo, para que le clavemos otro lancetazo, para que le traspasemos el corazón, ofreciéndose por su amor a los hombres.

Perdidos por desgracia los libros y estatutos de esta Cofradía no podemos precisar con exactitud el año de su fundación y si bien la fecha más remota que hemos podido recoger es la del año 1.767, según reza una inscripción de la sacristía, suponemos la fundación de la Cofradía en fechas bastante anteriores. Esta Cofradía gozó de gran popularidad en la ciudad desde siempre y hasta hace unos años la Virgen, aún sin su actual precioso palio, salía con el Cristo de la Expiración. Después de diversas vicisitudes la Cofradía tomó nuevos impulsos a partir de su reorganización en 1.944, mejorando notablemente desde entonces todo el cuerpo procesional, al que se incorporó el Cristo de la Misericordia, mejoras que este año se traducen en nuevos candelabros del “paso” del Señor.

El Viernes Santo, de una de las iglesias más bonitas de Antequera, de la Blanca Belén, de las iglesias de las yeserías inigualables, de la antigua morada de Carmelitas Descalzos y hoy silencioso cobijo de Clarisas, de dulces esposas del Señor, de un barrio populoso y sufrido, sale la Cofradía de Servitas de Nuestra Señora de los Dolores, que fue fundada hace ya doscientos sesenta y cinco años, exactamente un 6 de Julio de 1.702, con aprobación del entonces obispo de la Diócesis malacitana Don Bartolomé Espejo y Cisneros.

La linda Dolorosa de los Servitas goza de especial veneración entre los antequeranos y muy particularmente entre los labradores; es una imagen de vestir del siglo XVIII y su precioso manto se hizo en 1.795, importando quince mil y pico... reales.

Especial sabor tiene la “vega” de la Virgen de los Dolores, puesto que a lo empinado de la cuesta, al blancor de las casas que la flanquean, se une al final la explosión del campo, en esta ocasión mucho más cercano a nuestros ojos, explosión que se convierte en éxtasis ante la serena belleza de la comarca antequerana. Al fondo, la Peña de los Enamorados, sigue siendo testigo de esta excelsa escena de amor y por que si no por amor, los hermanacos del pesado trono de la Virgen de los Dolores, aún encuentran fuerzas para llegar a lo alto.

Cierra la Semana Santa antequerana, la procesión del Entierro de Cristo; procesión pobre en cuanto adornos y mantos, en cuanto a luces y flores; así tiene que ser, ya que en un entierro no valen alegrías. Todas las cofradías se asocian a la pena de la Madre y para que la Soledad no vaya tan sola, el Ayuntamiento pleno vestido de gala, precedido  de solemnes y silenciosos maceros, también se une a esta procesión.

Procesión callada, hasta el aliento parece querer pararse; ni aún las horquillas, las ruidosas horquillas de la Semana Santa de Antequera, se atreven a golpear el suelo en este silencioso entierro de Cristo. Después, al día siguiente, vendrá el Resurrexit, el triunfo definitivo, la culminación victoriosa de la Redención de Cristo.

Ya se acaba la Semana Santa, ya todos encierran sus tronos, ya amorosamente se guardan mantos y túnica, ya se han perdido los marciales redobles de las bandas de tambores y cornetas... ya hasta el año que viene. Pero no, la Semana Santa de Antequera, necesita,  pide de manera urgente el que una vez se olvide la improvisación y las prisas de última hora. La Semana Santa de 1.968 debe empezar el Domingo de Resurrección de 1.967.

El pregonero cree que ya ha cumplido con su misión; que ya ha dicho lo que otros le ordenaron que dijera, el pregonero está cansado; el pregonero desea desmontarse  de su no menos cansada cabalgadura y despedirse de sus fieles amigos trompetero y tamborilero; el pregonero ya no quiere hablar más, ya no puede hablar más, pues de tanto pregonar ya se le va cascando la voz. El pregonero, confiado en que no habrá sido merecedor de la multa de los seiscientos maravedís, se quiere refugiar en su dulce y sosegado retiro,  lejos del ruido de las calles y plazuelas... pero antes, dándose cuenta  de que la ocasión es propicia, sacando de su ronca garganta, como buenamente pueda, las fuerzas que ya le faltan, quiere lanzar los últimos gritos de su pregón.

Por todo lo que ha querido contar el humilde pregonero; para que Antequera siga en pie en el gozoso deleite de sus tradiciones; para que en el espíritu de sus gentes continúen inquebrantablemente fundidos los impulsos de la fe; para que se inflame el alma de piedad al contemplar la obra maestra de Roldán, Márquez de la Vega o Carvajal, de esos escultores que pusieron en sus gubias parte de su ser mismo, que restañaron con jirones de su alma la piel rota y dolorida de nuestros Crucificados, que retrataron en el rostro de nuestras Vírgenes la belleza inconmensurable de la mujer antequerana...; por todo esto y por otras cosas que en esta ocasión faltan y que el pregonero ha dejado encerradas en su mochila... tú “hermanaco”, tú que vienes de lejanos cortijos o próximas huertas, tú que no te llamas ni costalero ni faenero, tú hombre recio y entregado  que cada año cambias el sudor de las duras tareas del campo antequerano, por el sudor que te causa el peso de los “pasos”, que mañana tus hombros serán carnados y doloridos como los del Cristo que llevas... amarra, súbela más arriba, aunque te duelan los brazos súbela amarra fuerte, amarra la almohadilla en tu puesto, no dejes que nadie te quite lo que de tu abuelo heredaste; amarra la almohadilla y amárrate tú, amárrate al trono de tu Virgen para que tu alma se quede siempre pegada en él, y... corre, corre presuroso hacia “la vega”, sube y sube hacia la cima, pega el “tirón” cada vez más largo... mira que la vida es un continuo correr, un continuo subir hacia el Arriba eterno; mete el hombro “hermanaco”, no hagas la faena de que “revienten”  los demás, sube y sube; mira que arriba hay un espléndido convite, con manjares aún mejores, con arroz con leche de postre, con arroz con leche más dulce todavía que el de la comida de tu hermano mayor, pues tu anfitriona, esa Virgen cuyo peso encorva tu espalda, pondrá todo el dulzor de su alma en tu obsequio.

Por eso “tarjetero” no dejes de llevar tu tarjeta; elévala más arriba, que todos vean las pinturas y los soles, que hasta los campanarios y espadañas de Antequera vean las dolorosas escenas de la Pasión. Mira que en la celestial mansión, el oficio, por aprendido, ya te será fácil y seguro, seguro que serás el que allí lleve el estandarte del Cristo triunfador, que estarás muy pegaillo a Él, que así premiará el esfuerzo y sacrificio de tu faena.

Por eso tú “campanillero”, niño precioso vestido con túnica de oro, continúa siempre vestido  con la túnica de tus años; no crezcas, no te hagas mayor para así no dejar de capanillear;  no dejes que se apague el tilín, tilín de tu campanilla; no te canses del peso de tus vestidos; no te canses de que no te hagan caso en tus campanilleantes avisos; sigue y sigue... Mira que en el cielo seguirás oyendo las campanillas celestiales, que suenan más fino aún, más acariciantes al oído que las campanillas de plata de tus angélicas manos. Sigue campanilleando que siguiendo a tu repiqueteo llegarás al cielo y allí te contarán el cuento de José “el campanillero”, que

 

“En Semana Santa/ fue todo su afán

ser campanillero/ de alguna Hermandad

con túnica negra/ de buen tafetán

bordada con hilo/ de rico metal.

Ser campanillero/ no logró su afán

porque deseaba/ campana especial;

la campana grande / de San Sebastián”.

 

Por eso mujer antequerana,

 

“... las antequeranas tienen/cuatro pestañas inmensas

para abanicar el mar/con el aire de la sierra...”

 

mujer antequerana, vístete de mantilla y sigue tu abaniqueo de belleza, no ceses de mostrar tu espléndida guapura; mira que eres el más bello adorno, la flor más bonita de todas las que adornan el paso; mira que al mirar tu rostro, quizás le sirvas de momentáneo alivio a la Madre de la Víctima Inocente.

Y tú campo y vega, campo de Antequera, campo generoso y bello, campo cambiante en el color de tus vestidos, de tus vestidos hoy rojos de tierra jugosa y sangrante, de tierra abierta a la semilla que le ha de caer; mañana vestido de verde, en esperanzadora promesa del amarillo de oro de tus cosechas. Tú campo antequerano, tú que tantas cosas has visto, que por lo mucho que en ti se ha vivido has acabado por dejar de ser  un ser inanimado, tú que vives y sientes... sigue, sigue poniéndote cada primavera los más bellos colores de que disfrutas. Ya sabes que pronto vendrá “la vega”, ese loco correr hacia lo alto para asomar la Virgen, ese remar continuo de varales y palios en medio del embravecido mar de cabezas fervorosas...  y  al llegar la Virgen a tus horizontes, cuando ella se funda contigo y se convierta en campo como tú... es necesario que te pille prevenido, es necesario que hayas abierto el viejo arcón con aroma de membrillos y saques tus mejores ropas, en honor de la Virgen Dolorosa.

 

Y tú ciudad de Antequera, ciudad guardada por ese celoso centinela que es el Torcal,

 

“Dicen duendes y comadres

que el Torcal tiene una novia,

y que se llama Antequera...

Mira que... se dicen cosas...”

 

POR SU AMOR, por el amor a la Madre de Dios, por el amor a la Virgen que lo mismo da que su advocación sea el Socorro, la Paz, los Dolores o el Consuelo, pues todas ellas son una sola, por tu amor a la Madre de Dios, continúa en pie  ciudad de cal y de sol, ciudad campera y blanca, ciudad amante de tus tradiciones y de tu historia... no dejes que los cuatrocientos y  pico años de tu Semana Santa se bastardeen y se tiren por la borda, sigue, sigue en el amor a tus cosas, sigue siendo noble y leal, fiel al lema que llevas del amor, pues con el amor, y aún recurriendo a frases manidas, podrás saltar todas las barrera que te cerquen.

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